Había una vez en un pequeño pueblo llamado Valle de los Sueños, un niño llamado Beto. Beto era un niño curioso y alegre, siempre lleno de energía y con una sonrisa que iluminaba su rostro. Tenía una gran pasión por las aventuras y pasaba los días explorando los alrededores de su hogar. Sin embargo, había algo que le preocupaba: su papá, Eduardo Franco, siempre estaba muy ocupado con su trabajo y no podía pasar mucho tiempo con él. Aunque Beto sabía que su papá lo quería, deseaba que tuvieran más momentos juntos.
Un día, mientras exploraba un bosque cercano, Beto se encontró con una hermosa mariposa. Tenía colores brillantes que relucían bajo el sol. Atraído por su belleza, Beto decidió seguirla. La mariposa volaba de un lado a otro, zigzagueando entre los árboles y llevando a Beto cada vez más lejos de su casa. Finalmente, la mariposa lo condujo a un claro donde crecía un árbol gigante, con ramas que parecían tocar el cielo.
En el claro, Beto se sentó a descansar bajo la sombra del árbol y se quedó mirando cómo la mariposa danzaba en el aire. Fue entonces cuando escuchó una risa suave. Cuando miró hacia atrás, vio a una niña de su edad, que se llamaba Estefanía. Tenía largas trenzas y una mirada brillante que reflejaba su alegría.
—¡Hola! —saludó Estefanía—. ¿Te gusta la mariposa?
Beto sonrió y asintió con la cabeza. Ambos comenzaron a hablar sobre las cosas que más les gustaban. Estefanía también amaba las aventuras y la naturaleza, y rápidamente se hicieron amigos. Mientras conversaban, se dieron cuenta de que, al igual que Beto, Estefanía deseaba pasar más tiempo con su papá. Su papá siempre estaba ocupado en el taller, creando cosas maravillosas, pero ella anhelaba que hicieran más actividades juntos.
Beto y Estefanía decidieron que, para hacer felices a sus papás, podrían organizar un día especial donde pudieran demostrarse cuánto se querían mutuamente. Así que empezaron a planear una gran aventura. Pensaron en hacer un picnic en el bosque y, para esto, necesitarían preparar algunos bocadillos deliciosos y divertidos.
Los dos amigos pasaron varios días recolectando ingredientes. Estefanía trajo galletas de chocolate que había hecho con su mamá, y Beto trajo jugos de frutas frescas que hizo con su abuela. Juntos, también hicieron una ensalada de frutas llena de colores. Al tener todo listo, acordaron que el evento sería el fin de semana.
Finalmente llegó el ansiado día, y Beto y Estefanía estaban muy emocionados. Se levantaron temprano y se dirigieron al claro donde había el gran árbol. El lugar estaba perfecto para su picnic, con el sol brillando y una suave brisa que hacía danzar las hojas. Poco después, llegaron sus papás, Eduardo Franco y el papá de Estefanía, con grandes sonrisas en sus rostros.
—¡Hola, campeones! —saludó Eduardo, abrazando a Beto—. ¿Qué tenéis planeado hoy?
—¡Sorpresa! —exclamó Beto—. Hicimos un picnic para ustedes porque los queremos mucho.
Estefanía asintió con entusiasmo. Sus papás se miraron sorprendidos y contentos. Eduardo se agachó para llegar a la altura de Beto y le dijo:
—Eres un niño muy especial, Beto. Estoy seguro de que esto va a ser una gran aventura.
Los cuatro se sentaron en el suelo cubierto de hojas secas y comenzaron a disfrutar de la deliciosa comida, mientras contaban historias y relatanan anécdotas divertidas de cuando eran pequeños. Beto miró a su papá y vio que, aunque siempre estaba ocupado, también estaba disfrutando de ese momento juntos.
Después de comer, Estefanía propuso jugar a las escondidas. Fue un juego emocionante y lleno de risas. Los papás se unieron a la diversión, y los niños apenas podían dejar de reír mientras corrían entre los árboles. Beto se sintió feliz al ver cómo su papá ponía a un lado su trabajo y se divertía como un niño.
Mientras jugaban, Eduardo se acercó a Beto y le susurró con una sonrisa:
—Siempre estoy contigo, aunque no siempre pueda estar aquí. Eres mi tesoro, Beto.
Beto sintió una gran alegría al escuchar esas palabras. Supo que su papá lo amaba mucho, y que su corazón estaba siempre con él, incluso cuando estaba ocupado. A veces, solo necesitaban un momento especial para recordar lo valioso que era su amor.
El día avanzó, y ya estaba cayendo la tarde. Decidieron dar un paseo por el bosque, observando las flores y los árboles. En una pequeña colina, encontraron un arroyo donde el agua brillaba como diamantes. Estefanía llenó sus manos con agua y se la echó a Beto, quien se río y le devolvió el gesto, creando una pequeña guerra de agua entre ellos.
Cuando la tarde se volvió más tranquila, todos se sentaron alrededor del arroyo. Eduardo dijo que a veces, las pequeñas cosas son las que más importan, y que pasar tiempo con sus seres queridos era realmente un regalo.
—Hoy fue un día maravilloso. Gracias por darnos este momento —dijo el papá de Estefanía.
Beto y Estefanía sonrieron felices, sabiendo que lograron crear un día especial para sus papás. Se dieron cuenta de que el amor se podía manifestar de muchas formas y que lo más importante era compartir tiempo juntos. Un papá como un héroe, un corazón como un tesoro; así sentían que eran sus relaciones.
Cuando finalmente regresaron a casa, Beto se sintió lleno de alegría y amor. Miró a su papá y le dijo:
—Gracias por ser un papá tan increíble.
Eduardo le sonrió y lo abrazó. Beto entendió que, aunque su papá a veces estuviera ocupado, el amor que se tenían siempre estaba presente, y eso era lo que importaba. Así, el día terminó, pero el amor que compartían permanecería por siempre en sus corazones. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.