Había una vez un hombre llamado Cristóbal, conocido por su imponente estatura y fuerza inigualable. Cristóbal vivía en un pequeño pueblo y, aunque su físico era impresionante, su corazón era aún más grande. Era un hombre noble que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Sin embargo, su vida cambió drásticamente cuando decidió dejar su hogar y embarcarse en una aventura que nadie podría haber previsto.
Cristóbal había pasado años trabajando para el sacerdote de su pueblo. Durante este tiempo, vivió con modestia, soportando largas horas de trabajo y a menudo sin suficiente comida. Sin embargo, el sacerdote le enseñó muchas cosas valiosas sobre la vida y la importancia de la fe y la perseverancia. Un día, Cristóbal decidió que era momento de buscar nuevas oportunidades y poner a prueba su fuerza y habilidades en otro lugar. Con el corazón lleno de esperanza y un fiambre de cancha de maíz y charqui de carne de toro en su morral, se despidió del sacerdote y comenzó su viaje.
El camino era arduo y lleno de desafíos, pero Cristóbal no se dejaba intimidar. La determinación brillaba en sus ojos mientras recorría montañas y valles, buscando un lugar donde pudiera hacer una diferencia. Después de caminar durante varias horas, decidió hacer una pausa y almorzar su fiambre junto a una quebrada. Mientras disfrutaba de su comida, escuchó un débil llanto que provenía de algún lugar cercano.
Intrigado y preocupado, Cristóbal se levantó y siguió el sonido hasta llegar a un despeñadero. Allí, vio a una mujer que parecía estar atrapada al otro lado. La mujer, radiante y etérea, vestía ropas blancas que ondeaban con el viento, dándole un aspecto casi celestial. Sin dudarlo, Cristóbal decidió ayudarla. Buscó un árbol lo suficientemente grande y fuerte, y con un solo golpe de su poderoso brazo, lo derribó, creando un puente improvisado que la mujer pudo cruzar.
—Gracias, buen hombre —dijo la mujer, una vez a salvo—. Mi nombre es María. Estaba perdida y no sabía cómo cruzar esta quebrada. ¿Cómo puedo agradecerte por tu amabilidad?
—No necesitas agradecerme —respondió Cristóbal con una sonrisa—. Ayudar es lo que más me gusta hacer. Pero dime, ¿hacia dónde te diriges?
—Estoy buscando un pueblo no muy lejos de aquí. Se dice que el lugar está abandonado porque un ser malvado, conocido como El Condenado, ha ahuyentado a todos sus habitantes —explicó María con tristeza en su voz—. Pero creo que hay esperanza y quiero ayudar a la gente a regresar.
Cristóbal, conmovido por la historia de María, decidió acompañarla y ofrecerle su protección. Juntos, continuaron su viaje a través de senderos estrechos y montañas escarpadas, hasta que finalmente llegaron al pueblo mencionado por María. Al llegar, vieron que el lugar estaba completamente desierto, con casas en ruinas y calles vacías.
—Debemos encontrar a El Condenado y liberarnos de su maldad —dijo Cristóbal con determinación—. No puedo permitir que esta gente siga viviendo con miedo.
María asintió y le indicó el camino hacia la plaza central, donde según los rumores, El Condenado solía aparecer. A medida que se acercaban, una presencia oscura y opresiva comenzó a envolver el aire. Cristóbal podía sentir el mal en el ambiente, pero no dejó que eso lo detuviera. Se plantó en el centro de la plaza y gritó con todas sus fuerzas:
—¡El Condenado! ¡Sal de tu escondite y enfrenta tu destino!
El suelo tembló y una figura siniestra emergió de las sombras. El Condenado era una criatura aterradora, con ojos rojos brillantes y una risa malévola que resonaba en todo el pueblo.
—¿Quién se atreve a desafiarme? —rugió El Condenado.
—Soy Cristóbal, y he venido a liberar este pueblo de tu tiranía —respondió Cristóbal, sin mostrar ningún signo de miedo.
La batalla que siguió fue feroz. El Condenado atacó con una fuerza sobrenatural, pero Cristóbal se defendió valientemente. Usó toda su fuerza y habilidades para resistir los embates del monstruo. A pesar de recibir varios golpes, Cristóbal nunca se rindió. Sabía que la libertad del pueblo dependía de su victoria.
María observaba la lucha con el corazón en un puño, rezando por la seguridad de Cristóbal. De repente, vio algo que le dio esperanza. En un rincón de la plaza, había una antigua campana que solía usarse para convocar a los aldeanos. Recordó las historias sobre cómo esa campana tenía el poder de unir a la gente en tiempos de necesidad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.