Era el comienzo de las vacaciones de verano cuando Leslie y Edgar, dos hermanos de 15 años, se enteraron de que sus padres habían planeado algo diferente para esas semanas. En lugar de ir a la playa, como solían hacer cada año, esta vez visitarían una granja en las montañas. Leslie, siempre dispuesta a descubrir cosas nuevas, estaba emocionada por la idea. Edgar, por su parte, no tanto. Él prefería las aventuras más urbanas, pero decidió que haría lo mejor para disfrutar el tiempo.
Después de un largo viaje en coche, llegaron a la granja. El paisaje que los rodeaba era impresionante: colinas verdes, animales pastando tranquilamente y una casona antigua de madera que parecía sacada de un cuento. Les recibió la familia que vivía allí, personas amables que les mostraron la casa y las actividades que podrían hacer durante su estadía.
Mientras los padres de Leslie y Edgar conversaban con los dueños de la granja, los hermanos decidieron explorar un poco. Fue entonces cuando conocieron a Polita, una niña de 8 años con el cabello corto y rizado, quien corría alegremente por el campo detrás de un grupo de gallinas.
—¡Hola! —gritó Polita al verlos, acercándose rápidamente—. ¿Son nuevos aquí?
Leslie sonrió y asintió.
—Sí, acabamos de llegar. Soy Leslie, y él es mi hermano, Edgar.
Polita los miró con ojos brillantes y curiosos.
—Yo soy Polita, vivo aquí en la granja. ¡Es el mejor lugar del mundo! ¿Quieren que les enseñe todo?
Edgar, que aún estaba algo apático, suspiró.
—¿Todo? ¿Qué puede haber de emocionante en una granja?
Polita lo miró, casi ofendida por el comentario, y respondió con entusiasmo.
—¡Hay muchas cosas! Puedo mostrarles el lago, los establos, las colinas donde puedes ver el horizonte entero, ¡y también el bosque que está detrás de la granja! Pero… —su voz bajó un poco, dándole un aire misterioso—. Nadie va al bosque.
Esto último despertó el interés de Leslie.
—¿Por qué nadie va al bosque? —preguntó.
Polita se encogió de hombros.
—Dicen que está embrujado o algo así. Yo no creo en esas cosas, pero los mayores siempre nos advierten que no entremos solos.
Edgar frunció el ceño.
—¿Embrujado? Eso suena como una historia para asustar a los niños.
Polita lo miró seriamente.
—No lo sé. Nunca me he atrevido a ir muy lejos, pero una vez escuché algo raro allí. Algo que no sonaba como ningún animal de la granja.
Leslie sintió un escalofrío de curiosidad. No podía evitar sentirse atraída por ese tipo de misterios.
—Podríamos ir a echar un vistazo —dijo con una sonrisa traviesa—. Solo para ver si realmente hay algo raro.
Polita se encogió de hombros.
—Si vamos juntos, no tengo miedo. Pero hay que ser cuidadosos.
Sin perder tiempo, los tres se dirigieron hacia el borde del bosque, siguiendo el sendero que serpenteaba a través de los campos. Mientras caminaban, Leslie no podía evitar maravillarse con la tranquilidad del lugar. Todo parecía tan pacífico, pero al mismo tiempo, había algo en el aire que hacía que su corazón latiera más rápido.
El bosque estaba denso, con árboles altos que dejaban pasar solo algunos rayos de sol. A medida que se adentraban más, el sonido de los animales de la granja desapareció, reemplazado por el susurro del viento entre las ramas y el crujido de las hojas bajo sus pies.
—Es más oscuro aquí —murmuró Polita, pegándose un poco más a Leslie.
Edgar, intentando mantener una actitud despreocupada, avanzó delante de ellas.
—No hay nada raro aquí —dijo, pateando una piedra en el camino.
Pero justo en ese momento, un sonido bajo y grave resonó desde las profundidades del bosque. Los tres se detuvieron de inmediato, con el corazón en la garganta.
—¿Qué fue eso? —susurró Polita, agarrando la mano de Leslie.
—Probablemente solo sea un animal —dijo Edgar, aunque su voz sonaba menos confiada que antes.
Decidieron seguir adelante, avanzando con más cautela. Poco a poco, llegaron a un claro en el centro del bosque. Allí, en el medio, encontraron algo que no esperaban: una vieja cabaña de madera, oculta entre los árboles. Parecía haber estado abandonada por años, con las ventanas rotas y la puerta entreabierta.
—Esto sí que no lo esperaba —dijo Leslie, acercándose a la cabaña.
Polita miraba la cabaña con una mezcla de curiosidad y miedo.
—Nunca había llegado tan lejos —confesó en voz baja.
—Deberíamos irnos —dijo Edgar, que comenzaba a sentirse realmente incómodo.
Pero Leslie, decidida a descubrir qué había detrás de todo, empujó suavemente la puerta y entró. La cabaña estaba llena de polvo y telarañas, pero no parecía haber nada peligroso. Solo muebles viejos, una chimenea apagada y unas cuantas fotografías colgadas en la pared.
—Es solo una casa antigua —dijo Leslie—. Nada aterrador.
Polita, que había seguido a Leslie, miró las fotos en la pared.
—¿Quiénes son esas personas? —preguntó, señalando las imágenes.
Leslie observó más de cerca. Las fotos mostraban a una familia, probablemente los antiguos dueños de la cabaña. Había algo en sus expresiones que parecía fuera de lugar, una tristeza profunda que no encajaba con el entorno bucólico del lugar.
De repente, un viento frío atravesó la cabaña, haciendo que las ventanas temblaran. Polita dio un pequeño grito y Edgar, que había estado esperando afuera, entró corriendo.
—¡Tenemos que irnos! —dijo, visiblemente nervioso—. Algo no está bien aquí.
Leslie, a pesar de su valentía, sintió que era mejor no arriesgarse más. Asintió y los tres salieron de la cabaña, dirigiéndose de regreso al sendero que los llevaría a la granja.
Sin embargo, el bosque no era el mismo que cuando llegaron. Los árboles parecían más cercanos, las sombras más largas, y el camino que habían tomado para entrar parecía haberse desvanecido.
—Esto no es posible —dijo Edgar, mirando a su alrededor—. El sendero estaba aquí hace un momento.
Polita comenzó a temblar.
—¿Estamos atrapados?
Leslie, intentando mantener la calma, respiró hondo.
—No, no estamos atrapados. Solo necesitamos encontrar una señal, algo que nos guíe de regreso.
Pero cuanto más caminaban, más confuso se volvía todo. Los árboles parecían moverse, y el bosque parecía cambiar con cada paso que daban.
De repente, el extraño sonido que habían escuchado antes regresó, más fuerte y cercano. Era un ruido gutural, como si algo estuviera observándolos desde la oscuridad.
—¡Corran! —gritó Edgar, sin esperar a que las chicas reaccionaran.
Los tres corrieron lo más rápido que pudieron, sin mirar atrás. Las ramas les golpeaban la cara y las piernas, pero no se detenían. Sabían que tenían que salir del bosque antes de que fuera demasiado tarde.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la luz del sol volvió a aparecer entre los árboles. El borde del bosque estaba justo delante de ellos. Con el corazón latiéndoles en la garganta, atravesaron el límite y se encontraron de nuevo en los campos de la granja.
—¡Lo logramos! —jadeó Polita, desplomándose en el suelo, agotada.
Leslie y Edgar se dejaron caer a su lado, tratando de recuperar el aliento.
—Eso… fue demasiado —dijo Edgar, mirando hacia el bosque con ojos llenos de temor—. No vuelvo a entrar ahí nunca más.
Leslie, aunque igualmente asustada, no pudo evitar sonreír.
—Bueno, al menos ahora tenemos una historia que contar.
Esa noche, mientras cenaban en la granja, los tres no pudieron dejar de pensar en lo que había pasado. Sabían que no podrían explicarlo a nadie sin que pareciera una locura. Pero una cosa era segura: el bosque escondía secretos, y ellos habían sido lo suficientemente valientes para enfrentarlos.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Isla de los Dinosaurios
La Gran Aventura del Barco Pirata
La aventura de Dannya: La niña curiosa y sus amigos del corazón
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.