Había una vez, en un reino lejano, una pequeña princesa llamada Triana. Triana vivía en un castillo color rosa, rodeado de jardines, donde las flores bailaban al viento y los pájaros cantaban sin cesar. Pero lo que hacía especial a Triana no era solo su corona dorada ni su hermoso vestido de seda, sino su inmensa curiosidad y su deseo de aprender.
Un día, mientras paseaba por el jardín, Triana le dijo a su amigo Titi, un pájaro tan inteligente como encantador: «Titi, quiero aprender a escribir mi nombre, pero no sé cómo hacerlo.» Titi, siempre dispuesto a ayudar, respondió con entusiasmo: «¡Claro que sí, Triana! Vamos a aprender juntos. Cada letra de tu nombre es un tesoro que descubriremos.»
La primera letra era la «T». Triana, con un palito en la arena, intentaba dibujarla. «La ‘T’ es como un palito con un tejado», le explicaba Titi, volando alrededor. Y así, Triana dibujaba su primera letra, sonriendo de oreja a oreja.
Luego vino la «R». «La ‘R’ es una aventura», le decía su mami, uniéndose al juego. «Tiene una cabeza, una patita y un tobogán». Con la ayuda de su mami, Triana trazaba la «R» en el aire, imaginándose deslizándose por un gran tobogán.
«Ahora la ‘I'», decía Titi, posándose sobre el papel gigante que habían extendido en el suelo. «La ‘I’ es sencilla, como un palito solitario que sueña con tocar el cielo». Triana, mirando al cielo azul, dibujaba su «I» con cuidado y amor.
La «A» era especial, y su papá le explicaba: «La ‘A’ tiene un cinturón para no perderse en el baile de las letras». Triana, con una risa que llenaba el aire, dibujaba su «A», imaginando que era una princesa bailando en un gran salón.
«La ‘N’ es la más divertida», le contaban sus abuelos, «porque sube y luego baja y luego sube otra vez, ¡es muy chuli!». Triana, siguiendo el ritmo de la «N», sentía la emoción de un juego sin fin.
Por último, la segunda «A», que, como decía su papá, llevaba otro cinturón para seguir bailando. Triana, ahora con confianza, completaba su nombre, sintiéndose como la mayor aventurera del reino.
Al final, Triana y Titi, con la ayuda de su familia, habían aprendido a escribir «TRIANA». Pero el juego no había terminado. «Ahora, con un tren de juguete, haremos tu nombre en el suelo», anunciaban sus abuelos. Y así, entre risas y carreras, el nombre de Triana cobraba vida en un divertido juego.
La princesa Triana había descubierto que aprender podía ser una aventura maravillosa, llena de amor, imaginación, y alegría. Cada letra de su nombre era un mundo por explorar, y con la ayuda de su familia y su fiel amigo Titi, sabía que podía lograr cualquier cosa.
Desde ese día, el jardín del castillo se llenó aún más de risas y nuevos aprendizajes. Triana, la princesa aventurera, había aprendido no solo a escribir su nombre, sino también el valor de la paciencia, el amor, y la curiosidad.
Y así, en un reino donde las letras formaban parte del juego y el aprendizaje, Triana y su familia vivieron muchos más días felices, descubriendo juntos los secretos que cada nueva palabra les ofrecía. Porque en este reino mágico, aprender era la más grande de las aventuras.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Princesa Bárbara y las Aventuras con su Padre Khaleb
La Princesa de Fuego
La Princesita Martha y su Mundo de Amor
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.