Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, donde vivían cinco amigos inseparables: Pablo, Cristian, Antonio, Sofía y un nuevo amigo llamado Alexanderr. Todos ellos compartían una pasión única: les encantaba explorar la naturaleza y soñar con grandes aventuras.
Pablo era un niño curioso, siempre lleno de energía y con una sonrisa radiante que iluminaba cualquier día nublado. Cristian era el más pensativo del grupo; le gustaba leer cuentos de héroes y heroínas, y a menudo compartía sus historias con sus amigos. Antonio era un artista talentoso, amaba dibujar y pintar, decorando las paredes de su casa con increíbles paisajes que había visto durante sus excursiones. Sofía, por su parte, tenía una gran imaginación y siempre inventaba juegos nuevos que mantenían a todos entretenidos. Y por último estaba Alexanderr, quien se había mudado al pueblo recientemente y anhelaba hacer nuevos amigos y encontrar su lugar en su nueva casa.
Un día, mientras jugaban cerca del río, Sofía tuvo una idea brillante. “¿Qué tal si hacemos un mapa del tesoro?”, preguntó emocionada. Todos aclamaron la propuesta con entusiasmo, y comenzaron a discutir cómo sería la aventura. “Podemos buscar en el bosque detrás de la colina”, sugirió Cristian, “tal vez encontremos cosas asombrosas”.
Así fue como decidieron crear su propio mapa del tesoro. Se sentaron juntos en la hierba, dibujando con lápices de colores los senderos que llevarían a un lugar misterioso lleno de aventuras. Antonio se encargó de ilustrar cada parte del mapa, mientras Pablo anotaba las ideas que se les ocurrían. “Aquí podemos dibujar un enorme árbol con una puerta secreta”, dijo Alexanderr, apenado porque aún no tenía muchas ideas propias. Sin embargo, los otros lo animaron, diciéndole que su perspectiva era valiosa y que cada uno aportaba algo especial al grupo.
Al día siguiente, con sus mochilas llenas de bocadillos y su mapa en la mano, se aventuraron al bosque. La emoción llenaba el aire mientras caminaban. El sol brillaba y los pájaros cantaban melodías alegres. De repente, Sofía vio algo brillante entre los arbustos. “¡Miren!”, exclamó, y los demás se acercaron rápidamente. Era una piedra preciosa que reflejaba la luz del sol en mil colores. “¡Es nuestro primer tesoro!”, anunció Cristian.
Felices por su hallazgo, decidieron seguir el mapa hacia el siguiente destino: el Gran Árbol. El árbol era inmenso y su tronco parecía contar historias de antaño. Sofía sugirió que hicieran una pausa y descansaran bajo sus ramas. Mientras disfrutaban de sus bocadillos, Alexanderr les contó que en su antiguo hogar había un parque con un gran lago donde solía jugar, y que todos sus amigos le gustaban mucho. “Es duro mudarse y dejar atrás a las personas queridas”, confesó un poco triste.
Pablo, que siempre sabía cómo hacer sonreír a sus amigos, dijo: “No te preocupes, Alexanderr. Has encontrado amigos aquí, ¡y juntos vamos a vivir aventuras mucho más grandes!”. Todos asintieron con la cabeza y le dieron ánimos. El grupo se sintió más unido que nunca, y Alexanderr entendió que, a pesar de la distancia, siempre se puede crear una nueva familia donde menos lo esperas.
Después de descansar, decidieron continuar con su búsqueda, siguiendo las indicaciones del mapa hacia la misteriosa cueva que se encontraba cerca del río. Mientras se acercaban, el ambiente se volvía más emocionante y misterioso. “¿Creen que habrá tesoros escondidos dentro de la cueva?”, preguntó Antonio. “Tal vez, o quizás solo sombras y murciélagos”, respondió Cristian con un guiño.
Cuando llegaron a la entrada de la cueva, la luz del sol apenas iluminaba el interior. Respirando hondo y llenándose de valor, se adentraron. La cueva estaba llena de estalactitas brillantes que parecían diamantes y el eco de sus risas resonaba entre las paredes rocosas. De pronto, Antonio se detuvo y apuntó hacia una esquina. Allí, entre las piedras, había un pequeño cofre. “¡Miren eso!”, gritó emocionado.
Al abrir el cofre, encontraron gran cantidad de monedas de chocolate y un mapa antiguo que revelaba la ubicación de un nuevo tesoro. “Podemos buscarlo otro día”, sugirió Sofía. “Sí, y cada vez que encontremos un tesoro, haremos una fiesta en el parque”, agregó Pablo, imaginando ya la gran celebración.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.