Cuentos de Amistad

Amistad sobre ruedas y aprendizaje de la humildad

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez en un colorido vecindario, tres amigos inseparables: Sara, Patrick y Rebeca. Todos vivían cerca, y a pesar de que cada uno tenía su propia personalidad, siempre encontraban tiempo para jugar juntos. Sara era un poco más tranquila y le encantaba dibujar; Patrick era muy enérgico y le gustaba correr y saltar; mientras que Rebeca era curiosa y siempre estaba haciendo preguntas.

Un día, mientras los tres amigos estaban en el parque, vieron algo sorprendente: un hermoso triciclo lleno de colores brillantes. Tenía luces que parpadeaban y una campanita que sonaba con cada movimiento. Sus ojos brillaron con emoción, y corrieron hacia el triciclo.

—¡Miren qué bonito! —exclamó Sara, sonriendo.

—¿Quién podrá tener un triciclo tan genial? —preguntó Rebeca, inclinándose para ver mejor.

Patrick, que ya estaba pensando en lo divertido que sería montarlo, dijo:

—¡Yo quiero ser el primero en probarlo!

Los tres miraron a su alrededor y no vieron a nadie que pareciera ser el dueño. Después de un rato, decidieron que lo mejor sería utilizarlo, al menos un poco, antes de que apareciera su dueño.

Patrick se subió al triciclo con gran emoción. Comenzó a pedalear rápidamente, riendo mientras giraba y hacía trucos. Sara y Rebeca lo miraban emocionadas mientras él hacía pequeños saltos.

—¡Acelerando! —gritó Patrick mientras pedaleaba más rápido. Pero de repente, perdió el control y, ¡zas!, se cayó al suelo. Rápidamente, se levantó y miró a sus amigas.

—¡Estoy bien! —dijo, riéndose un poco, aunque su cara ardía.

Sara y Rebeca le ayudaron a levantarse. Estaban un poco preocupadas, pero Patrick se sacudió el polvo de sus pantalones y dijo:

—¡Vamos, que ahora me toca a mí! ¡Rebeca, sube!

Rebeca, un poco dudosa, se subió al triciclo. Nunca había montado uno antes, pero con las palabras de aliento de sus amigos, decidió intentarlo. Pedaleó suavemente y comenzó a avanzar. Sara aplaudía emocionada.

—¡Eso es, Rebeca! ¡Vas muy bien! —gritó.

Rebeca sonrió con alegría y empezó a pedalear más rápido. Pero, de repente, se dio cuenta de que estaba yendo demasiado rápido y que no sabía cómo detenerse. Se asustó y gritó:

—¡Ayuda, no sé cómo parar!

Sara y Patrick corrieron a su lado, pero no llegó a escucharlos porque estaba demasiado asustada. Finalmente, logró girar y se detuvo al chocar suavemente contra un árbol. Afortunadamente, no le pasó nada, pero estaba un poco alterada.

—¡Eso fue increíble! —dijo Patrick, que había llegado a su lado—. ¡Pero hay que aprender a detenerse!

—Tienes razón —respondió Rebeca, todavía un poco asustada—. Gracias por ayudarme, amigos.

Después de un rato de jugar, decidieron que era el momento de dejar el triciclo y descansar un poco. Se sentaron en el césped y empezaron a hablar sobre lo aprendido.

—Creo que lo que hicimos hoy fue muy divertido —dijo Sara—, pero también creemos que necesitamos más práctica. No deberíamos habernos subido sin antes preguntar a alguien.

—Sí, tienes razón —asintió Patrick—. La próxima vez deberíamos ser más responsables.

Rebeca, que había estado escuchando, dijo:

—Y también debemos recordar que no solo por ser rápidos o valientes, debemos cuidar de nosotros mismos y de los demás. La amistad es también cuidarnos entre nosotros.

Mientras los amigos conversaban, un cuarto personaje apareció. Era un pequeño perrito callejero que se acercó con la cola moviéndose de un lado a otro. Era marrón y tenía unas manchas blancas. Cuando vio a los niños, se les acercó con curiosidad.

—¡Miren! —dijo Sara—. ¡Un perrito!

El perrito se acercó y empezó a ladrar alegremente, como si estuviera saludando a sus nuevos amigos. Los tres niños pronto se acercaron a acariciarlo.

—¿Cómo se llamará? —preguntó Patrick.

—No lo sé, pero parece muy amigable —contestó Rebeca, mientras le daba de comer un poco de su merienda—. Podría ser nuestro nuevo amigo.

Sara, a quien siempre le gustaron los dibujos, dijo:

—Podríamos llamarlo «Rayitas», porque tiene manchas.

Juntos decidieron que «Rayitas» sería su nombre. Pasaron la tarde jugando con el perrito, corriendo y riendo. Rayitas los seguía a donde quiera que fueran, y pronto se convirtió en parte del grupo.

Un poco más tarde, mientras los amigos jugaban con el triciclo y el perrito, un adulto se acercó. Era la dueña del triciclo, que parecía preocupada.

—¡Hola! ¿Habéis visto mi triciclo? —preguntó con voz amable.

Patrick, Sara y Rebeca miraron a Rayitas y luego a la mujer.

—¿Eres tú la dueña? —preguntó Sara, un poco nerviosa. Entonces, Patrick respiró profundamente y dijo:

—Sí, era tu triciclo. Nos pareció muy bonito y queríamos probarlo. Pero nos dimos cuenta de que no está bien usar cosas que no son nuestras. Lo siento mucho.

La mujer sonrió, y elogiando su honestidad, dijo:

—No hay problema. Agradezco que hayáis sido honestos. Es bueno saber que cuidáis de lo ajeno. Siempre hay que preguntar antes de tomar algo que no es nuestro.

Los tres amigos se sintieron aliviados y felices de haber aprendido una importante lección sobre la amistad y la responsabilidad. La mujer les ofreció subirse una vez más al triciclo, pero esta vez bajo su supervisión.

—Pueden disfrutarlo un rato más, pero siempre deben recordar cuidar de los demás y ser humildes —dijo con una sonrisa.

Los amigos se subieron al triciclo uno por uno y se turnaron para conducir mientras Rayitas corría a su lado, disfrutando de la tarde soleada.

Al final del día, cuando el sol comenzaba a ocultarse, los amigos se despidieron de la mujer y de su triciclo, prometiendo que siempre serían responsables y cuidarían de sus amigos, tanto humanos como animales.

Así, Sara, Patrick, Rebeca y Rayitas se convirtieron en un gran equipo, aprendiendo juntos que la amistad, el respeto y la humildad son los mayores tesoros que uno puede tener en el corazón.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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