En un pequeño y colorido pueblo, bajo un cielo tan azul que parecía un mar al revés, vivía una niña llamada Cloe. Cloe era una niña alegre y curiosa, con un corazón lleno de sueños y una mochila siempre preparada para aventuras. Pero había una aventura que aún no había comenzado y que le provocaba un revoltijo de mariposas en el estómago: su primer día de cole.
La mañana del gran día, Cloe se despertó con los primeros rayos del sol acariciando su rostro. Aunque estaba emocionada, un miedo silencioso se escondía en sus pequeños zapatos: el miedo a lo desconocido. «¿Y si no hago amigos?», se preguntaba mientras desayunaba. «¿Y si me pierdo entre tantas aulas y pasillos?»
Con una mochila que parecía gigante a sus espaldas, Cloe se paró frente a la gran puerta del colegio. Desde allí podía oír las risas y voces de otros niños jugando. Tomó una profunda respiración y, con un paso que quería ser firme, entró al mundo nuevo que la esperaba.
Las primeras horas pasaron como un torbellino de colores y sonidos. Cloe aprendió a escribir su nombre con letras tan grandes que parecían montañas, y a contar hasta diez, donde cada número era un salto hacia el cielo. Pero, cuando llegó el recreo, el temor volvió a asomarse. «Es hora de enfrentar mi mayor miedo», pensó.
El patio era un universo de juegos y risas, un laberinto de posibilidades. Al principio, Cloe se sintió tan pequeña como una hormiga en un jardín gigante. Se sentó en un rincón, abrazando su mochila, mirando a los demás niños correr y jugar.
Pero entonces, algo mágico ocurrió. Una pelota rodó hasta sus pies, como un planeta perdido buscando su estrella. Cloe la levantó y, al buscar a quién pertenecía, encontró tres pares de ojos curiosos mirándola. Eran Emma, Leo y Sofía, tres niños de su clase que se acercaron con sonrisas tan brillantes como el sol del mediodía.
«¡Esa es nuestra pelota! ¿Quieres jugar con nosotros?» Preguntó Emma con una voz que sonaba como música. En ese momento, todas las dudas y miedos de Cloe se disiparon como la niebla bajo el sol. «¡Me encantaría!» Respondió, y con un lanzamiento, la pelota volvió al juego, llevándose consigo el miedo de Cloe.
Jugaron a la pelota, al escondite y a ser piratas en busca de un tesoro escondido. Cloe se rió tanto que las mariposas en su estómago empezaron a bailar. Descubrió que cada rincón del patio era un mapa del tesoro y que cada nuevo amigo era una joya valiosa.
Cuando el día llegó a su fin, Cloe no quería irse. Había encontrado un lugar mágico donde podía ser ella misma, un lugar lleno de amistad y risas. Mientras caminaba de regreso a casa, su corazón estaba tan lleno de felicidad que parecía que iba a explotar en mil colores.
Esa noche, Cloe no pudo dejar de hablar sobre su primer día de cole. Contó a sus padres sobre Emma, Leo y Sofía, sobre la pelota que rodó hacia ella como un regalo del destino, y sobre cómo las mariposas en su estómago se habían transformado en pájaros que cantaban canciones de alegría.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.