En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía una niña llamada Anna. Desde que era muy pequeña, había sentido una curiosidad insaciable por el universo. Se pasaba horas mirando las estrellas desde su jardín y soñando con aventuras espaciales. Anna tenía una mejor amiga, Sofía, quien compartía su amor por el cielo nocturno. Las dos niñas pasaban sus tardes en la terraza de la casa de Anna, construyendo cohetes de cartón y contando historias sobre viajes a otros planetas.
Un día, mientras estaban en su lugar favorito, descubrieron un extraño objeto brillante en el jardín. Al acercarse, se dieron cuenta de que se trataba de un pequeño meteorito, del tamaño de una pelota de baloncesto, cubierto de un polvo plateado. Ambas niñas se miraron con asombro y emoción, preguntándose de dónde había venido. Entonces, sin pensarlo dos veces, decidieron llevarlo a casa.
Cuando se sentaron a investigar el meteorito, notaron que en su superficie había extrañas marcas luminosas que parecían moverse. De repente, el meteorito comenzó a vibrar y, para su sorpresa, una pequeña puerta se abrió. De ella salió un ser diminuto y brillante, que parecía una mezcla entre una estrella y un duende. Tenía grandes ojos azules y una sonrisa contagiosa. “¡Hola! ¡Soy Cosmo!”, dijo con voz alegre. “He venido de un lugar muy lejano para pedir ayuda”.
Anna y Sofía estaban maravilladas. “¿Ayuda? ¿De qué tipo?” preguntó Anna con curiosidad. Cosmo explicaba que su hogar, el Planeta Estelar, estaba en peligro. Un grupo de seres oscuros había comenzado a robar la luz de las estrellas, lo que hacía que su planeta se volviera cada vez más sombrío. “Necesito aventureros valientes que puedan ayudarme a recuperar la luz”, dijo Cosmo.
Sin pensarlo dos veces, Anna y Sofía se ofrecieron como voluntarias. “¡Vamos contigo, Cosmo! ¡Queremos ayudar!”, exclamaron al unísono. Cosmo sonrió, les dijo que debía de prepararlas para el viaje. Luego, abrió su mano y de ella surgieron pequeñas chispas que comenzaron a rodear a las niñas. En un parpadeo, se sintieron ligeras como plumas.
“¡Listas para despegar!”, gritó Cosmo mientras las tres se montaban en el meteorito, que se convirtió en una nave espacial brillante. Con un gran zumbido, la nave despegó el aire y se adentró en el vasto universo. Anna y Sofía miraron a su alrededor asombradas. Estrellas fugaces, planetas de colores y cometas surcando a toda velocidad las rodeaban. Era un espectáculo maravilloso.
Mientras viajaban, Cosmo les contó sobre su planeta. “Tenemos tres soles que nos dan luz y calor. Pero los seres oscuros han tratado de hacer que se apague la luz de nuestros soles, y si no hacemos algo pronto, nuestro planeta quedará a oscuras para siempre”. Las niñas escuchaban atentamente, sabiendo que debían ayudar a Cosmo en su misión.
Finalmente, llegaron al Planeta Estelar. Era un lugar impresionante, con paisajes de ensueño, flores que brillaban como diamantes y ríos de agua cristalina que reflejaban la luz de los tres soles. Pero, al mismo tiempo, notaron que algunas zonas estaban cubiertas de sombra, y el ambiente se sentía triste y apagado.
Cosmo llevó a las niñas a la gran plaza del pueblo, donde se reunieron con otros habitantes. Todos tenían caras de preocupación y tristeza. “¡Bienvenidos, valientes aventureros!”, dijo el líder del pueblo, un ser alto y delgado con una melena brillante. “Necesitamos su ayuda, el reino de las sombras ha robado la luz de nuestro tercer sol. Debemos ir a su fortaleza y recuperarla”.
Anna, Sofía y Cosmo se unieron a un grupo de valientes para enfrentarse a los seres oscuros. La fortaleza era un castillo tenebroso hecho de sombras y se encontraba en un monte alejado, oculto por una niebla espesa. No habían más que unos escalofríos al pensar en lo que podían encontrar allí.
Cuando llegaron al castillo, se encontraron con el guardián, un gigante de sombra que parecía invencible. Sin embargo, Anna tuvo una idea. “Si les mostramos lo que es la amistad y la luz, tal vez se den cuenta de que no deben robar”, sugirió. Con la ayuda de Cosmo y sus habilidades especiales, comenzaron a compartir historias de amistad y cómo la luz de cada estrella en el universo representaba una relación única y especial.
El gigante los observaba, y poco a poco, su oscuro corazón comenzó a cambiar. Conmovido, empezó a recordar cómo era antes, cuando la luz y la amistad llenaban su vida. Entonces, con un gran suspiro, el guardián se retiró y las niñas fueron capaces de entrar.
Allí encontraron el alma del sol capturada en una esfera oscura. Era hermoso y brillante, y les dio fuerza admirar la luz que emanaba. Juntas, decidieron liberar al alma del sol. Cuando lo hicieron, una explosión de luz brilló en todo el lugar, disipando las sombras y llenando el castillo de colores vibrantes. Los seres oscuros comenzaron a comprender, entendiendo que la luz debía compartirse y no robarse.
Con la ayuda de todos sus nuevos amigos, lograron restaurar la luz de los tres soles del Planeta Estelar. Los habitantes del planeta celebraron mientras el cielo se llenaba de colores radiantes y el dolor se convertía en alegría. Anna y Sofía, llenas de satisfacción, se dieron cuenta de que habían encontrado algo más que aventuras; habían hecho amigos para toda la vida.
Cosmo les agradeció sinceramente. “Sin su valentía y amistad, nunca hubiéramos recuperado la luz. Ustedes han demostrado que la verdadera fuerza reside en la unión y la amistad”. Anna y Sofía sonrieron, sabiendo que siempre llevarían consigo esa lesson valiosa. Después de unas inolvidables semanas en el Planeta Estelar, era tiempo de regresar a casa.
Mientras el meteorito las llevaba de vuelta, Anna miró a Sofía y le dijo: “Nunca olvidaremos esta aventura, y espero que podamos seguir siendo amigas por siempre”. Sofía asintió con alegría. “Siempre, sin importar a dónde nos lleve la vida”. Cosmo, escuchándolas, réplico con una sonrisa brillante, “Siempre habrá luz donde hay amistad”.
Con esos pensamientos en sus corazones, Anna y Sofía regresaron a casa, sabiendo que espaldas en un mismo camino, podrían enfrentar cualquier desafío que el universo les presentara, porque la amistad siempre sería su mayor luz.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.