En un pequeño pueblo que estaba rodeado de colinas verdes y flores de todos los colores, vivían tres grandes amigas: Luna, Karol y Mar. Luna era una niña curiosa y soñadora, con cabellos oscuros que brillaban como las estrellas. Karol, por otro lado, era una pequeña muy alegre, siempre con una sonrisa en su rostro y un rayo de energía que contagiaba a todos a su alrededor. Mar era tranquila y profunda, con ojos que parecían reflejar el mar.
Un día, mientras jugaban en el parque bajo un cielo azul radiante, vieron en el horizonte un arcoíris brillante que cruzaba el cielo como un río de colores. “¡Miren eso!”, exclamó Luna con emoción. “¿Qué les parece si vamos a descubrir qué hay al otro lado del arcoíris?” Karol saltó de alegría. “¡Sí! ¡Podríamos encontrar tesoros mágicos!” Mar, aunque más cautelosa, sonrió y dijo: “Está bien, pero debemos tener cuidado y ayudarnos las unas a las otras.”
Las tres amigas decidieron que era el momento perfecto para la aventura. Con el corazón palpitante de emoción, comenzaron a caminar hacia el arcoíris. El sol brillaba con fuerza y los pájaros cantaban alegres, animando a las pequeñas aventureras. A medida que se acercaban, las risas y los gritos de felicidad llenaban el aire. Cruzaron un puente de madera y pasaron por un bosque encantado, donde los árboles parecían susurrar secretos entre ellos.
En el camino, se encontraron con una criatura peculiar. Era un pequeño dragón de color azul brillante que parecía estar llorando. “¿Qué te sucede?”, le preguntó Karol, preocupada. El dragón levantó su cabeza y, con voz temblorosa, respondió: “Me llamo Cielo y he perdido mi brillante gema, la cual me da la energía para volar. Sin ella, no puedo llegar al otro lado del arcoíris.” Las niñas se miraron entre sí. “Podemos ayudarte a encontrarla”, dijo Mar con determinación.
Cielo sonrió con esperanza. “¿De verdad lo harían? ¡Serían las mejores amigas del mundo!” Las tres pequeñas sintieron calidez en su corazón al escuchar al dragón. Decidieron que su misión sería ayudar a Cielo a recuperar su gema. “La última vez que la vi, estaba cerca de un lago mágico que brilla como el oro”, explicó el dragón.
Las amigas siguieron adelante, guiadas por Cielo. A medida que avanzaban, comenzaron a ver destellos dorados entre las hojas. El paisaje se volvió más mágico: el aire olía a flores exóticas y pájaros de colores volaban a su alrededor. Después de un rato, llegaron al lago mágico. El agua brillaba como si tuviese estrellas dentro y, en el centro, pudo verse un pequeño islote donde, según Cielo, podría estar la gema.
“No podemos nadar hasta allá porque el agua es muy profunda”, dijo Karol, mirando con preocupación el lago. “Pero podemos pensar en algo.” Luna, siempre imaginativa, tuvo una idea. “Podemos construir una balsa con ramas y hojas. Si trabajamos juntas, lo lograremos.” Las amigas se pusieron a construir la balsa. Mar se encargó de recoger las ramas más fuertes, Karol buscó hojas grandes y resistentes, mientras Luna utilizaba su creatividad para unir todo con cuerda de hierbas. En poco tiempo, habían construido una balsa bastante bonita.
“¡Listo! Ahora vamos a buscar la gema”, exclamó Luna, emocionada. Con mucho cuidado, subieron a la balsa y Cielo voló arriba, guiándolas hacia el islote. Sin embargo, cuando llegaron, se dieron cuenta de que el islote tenía un reto. Frente a ellas había un guardián, un sabio pez dorado que cuidaba de la gema. “Para que puedan tomar la gema, deben responder una adivinanza”, dijo el pez con voz profunda. Las niñas se miraron nerviosas, pero decidieron intentarlo.
El pez dorado preguntó: “¿Qué siempre sube pero nunca baja?” Las amigas pensaron y pensaron, hasta que Luna exclamó: “¡La edad!” El pez sonrió y se movió a un lado, dejando ver la brillante gema que resplandecía en el centro del islote. “Han demostrado ser verdaderas amigas, lo que es más valioso que cualquier tesoro”, dijo el pez antes de desaparecer en el agua.
Cielo, lleno de alegría, recogió la gema y, al tocarla, sus alas comenzaron a brillar. “¡Gracias, gracias! Ahora puedo volar otra vez”, exclamó con felicidad. Las niñas lo abrazaron, felices de haberlo ayudado. Cielo prometió que siempre serían amigos y que, cada vez que vieran el arcoíris, él vendría a saludarlas.
Cuando regresaron al pueblo, el arcoíris seguía ahí, pero este parecía brillar más intensamente. Las amigas se dieron cuenta de que su aventura no solo había sido sobre encontrar una gema, sino que también habían descubierto el verdadero significado de la amistad: apoyarse mutuamente, trabajar juntos y ayudar a los demás.
Con los corazones llenos de alegría y amor, Luna, Karol y Mar entendieron que, aunque vivieran en el mismo pueblo, la aventura siempre las uniría en sus corazones. “Siempre estaremos juntas, sin importar la distancia”, dijo Mar. “Y siempre habrá un arcoíris que nos conectará”, agregó Karol.
Desde ese día, cada vez que veían un arcoíris, sonreían pensando en Cielo y en todas las aventuras que aún les quedaban por vivir. Aprendieron que la amistad es un tesoro más poderoso que cualquier gema y que, con amor y apoyo, podían lograr cualquier cosa juntas. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.