Había una vez, en lo alto de una montaña muy grande y verde, un cóndor llamado Cóndorito. Él era un pájaro fuerte y grande, con alas enormes que le permitían volar muy alto en el cielo. Pero, aunque parecía muy valiente y fuerte, había algo que hacía que los otros animales no quisieran estar cerca de él.
Cóndorito no tenía amigos. Los otros cóndores y animales en la montaña se alejaban de él porque decía que no le gustaba cazar a las pobres gallinas. Mientras que todos los cóndores se divertían cazando pequeñas gallinas, Cóndorito sentía una tristeza muy grande porque le daba pena verlas correr asustadas. Él no podía hacer daño a las gallinas porque pensaba que eran muy tiernas y tenían muchas cosas que cuidar.
Las gallinas en el corral que estaba cerca de la montaña vivían tranquilas, pero siempre un poco asustadas cuando veían a un pájaro tan grande volar cerca. La más valiente de ellas se llamaba Gallinita. Ella siempre cuidaba a sus pollitos con mucho amor y dedicación, y siempre les decía que tuvieran cuidado con el mundo, aunque era un lugar bonito para vivir.
Aunque Cóndorito no quería lastimar a las gallinas, los otros cóndores se burlaban de él y se alejaban, diciendo que no era un verdadero cóndor porque no cazaba. Esa soledad hacía que Cóndorito se sintiera muy triste y solo en la cima de la montaña. Se pasaba los días volando solo, mirando al valle con ojos que reflejaban su pena.
Un día, más triste que nunca, Cóndorito se decidió a hacer algo para cambiar cómo lo veían los otros. Pensó: «Si no cazo gallinas, mis amigos no me querrán. Pero si atrapo una sola gallina, tal vez ellos acepten que soy uno de ellos.» Así que, con el corazón apretado y las alas temblorosas, bajó del cielo hasta el corral donde estaba Gallinita y sus pollitos.
Cuando alzó su gran ala para atrapar a la gallina, Gallinita levantó sus patitas rápidamente y con voz muy suave le dijo: «Por favor, señor Cóndor, no me haga daño. Tengo a mis pollitos pequeñitos que necesitan que los cuide. Si me deja vivir, yo le daré mi maíz todos los días para que no tenga que cazar.»
Cóndorito se quedó sorprendido. Nunca nadie le había hablado así. Nunca alguien le había pedido algo especial y tampoco le había ofrecido algo a cambio. La gallina estaba tan valiente y tan amorosa que él sintió que su corazón se llenaba de algo nuevo: la compasión y la esperanza.
—¿De verdad me darás tu maíz todos los días? —preguntó Cóndorito con voz suave y una mirada que ahora era más amable.
—Sí, señor Cóndor. Mañana mismo comenzaré a guardar el maíz solo para ti —respondió Gallinita con una sonrisa cálida.
Cóndorito entonces bajó su ala y voló de nuevo hacia arriba, más ligero aunque pensativo. Cuando llegó a la cima de la montaña, contó todo lo que había pasado a un amigo muy querido, Juan. Juan era un niño que vivía en una casita cerca de la montaña y conocía muy bien a todos los animales. Era un niño amable que siempre ayudaba a las criaturas del bosque.
Juan escuchó atentamente todo lo que le contó Cóndorito. Entonces, con una gran sonrisa, dijo:
—Cóndorito, no necesitas cambiar quien eres para que te quieran. La amistad se trata de entender y apoyar a los demás. Mañana traeré mucho maíz para ti y para todas las gallinas. Así nadie tendrá que tener miedo, y todos podrán ser amigos.
Al día siguiente, Juan llegó temprano con un saco lleno de maíz dorado y huele a verano. Cóndorito bajó del cielo y se posó cerca del corral. Las gallinas miraron con asombro y un poquito de miedo, pero Gallinita fue la primera en acercarse. Juan comenzó a repartir el maíz entre las gallinas y colocó un plato grande para Cóndorito.
Los días se convirtieron en semanas, y algo increíble pasó. Los otros cóndores comenzaron a observar a Cóndorito y a ver que él no necesitaba cazar para tener amigos. Los animales de la montaña comenzaron a acercarse, curiosos por esa nueva forma de vivir. Ya no había miedo ni soledad. El cóndor y las gallinas compartían el maíz y se cuidaban unos a otros.
Cóndorito se sentía feliz y amado por primera vez en mucho tiempo. Gallinita y sus pollitos ya no corrían cuando él volaba cerca, sino que lo saludaban con alegría. Juan visitaba a sus nuevos amigos todos los días, trayendo comida y sonrisas.
Así, la montaña se convirtió en un lugar donde la amistad podía crecer, donde la diferencia no separaba, sino que unía a todos. Y todo comenzó por un momento de compasión, una promesa de cuidar y respetar la vida de los demás.
Desde ese día, Cóndorito comprendió que no necesitaba cambiar su corazón para ser aceptado. Solo tenía que mostrar su verdadero yo, ese que entiende y apoya, ese que quiere ser amigo sin hacer daño. Y las gallinas, en especial Gallinita, supieron que a veces la fuerza está en la bondad y en el querer cuidar a los demás.
La amistad es así, pensó Cóndorito, cuando se acuestó esa noche mirando las estrellas, feliz y acompañado.
Y colorín, colorado, este cuento ha terminado. Pero recuerda siempre, pequeño, que ser amigo es escuchar, comprender y ayudar con amor, como lo hizo el cóndor que cambió su destino por una mirada de compasión.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.