Esta es la historia de un niño que vivía en un pueblo muy lejano, en las afueras de la ciudad. Su nombre era Samuel, un niño de ojos grandes y llenos de curiosidad. A Samuel le gustaba mucho explorar lugares nuevos, siempre soñaba con aventuras diferentes y emocionantes. Todos los días, después de ayudar en casa, él salía a caminar por el campo, mirando pájaros, flores y ranitas saltarinas. Sus ojos brillaban de emoción cada vez que encontraba algo distinto.
Un día soleado y fresco, Samuel salió con su papá a pastorear el ganado. Llevaban a las ovejas a un prado verde donde podían comer hierba dulce y fresca. Samuel caminaba contento entre los animalitos, viendo cómo las ovejas rebullían y se movían lentamente. Pero de repente, una de las ovejas dio un brinco y salió corriendo sin rumbo, alejándose cada vez más del rebaño y de sus papás.
—¡Oye, esa oveja se fue! —exclamó su papá mirando preocupado—. Samuel, ¿puedes ayudarme a traerla de vuelta?
Samuel no dudó ni un momento. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr tras la oveja, que saltaba por entre los arbustos y las flores silvestres. La oveja parecía tener prisa y quería ir muy lejos. Pero Samuel era valiente y quería atrapar a la oveja para que no se perdiera.
Mientras corría, Samuel se preguntaba en voz baja:
—¿Dónde se habrá metido esta oveja? ¿Adónde irá con tanta prisa?
Después de unos minutos, se acercó a las montañas que estaban no muy lejos del pueblo. Allí, en los pies de las grandes piedras y árboles altos, escuchó un extraño sonido. Al principio, se asustó un poco, porque ese ruido no le parecía normal. Samuel se detuvo, puso atención y escuchó con cuidado. El sonido era suave, como un susurro y un pequeño murmullo que parecía venir de una cueva oculta entre las rocas.
Con mucho miedo, pero también con mucha curiosidad, Samuel se acercó despacito a la cueva misteriosa. A pesar del miedo, sus pies no se detenían, porque su corazón estaba lleno de valentía. Antes de entrar, miró a su alrededor y pensó en lo que podía encontrar.
—Quizás hay algo maravilloso dentro —se dijo a sí mismo—. No puede ser solo una cueva común.
Cuando Samuel puso un pie dentro de la cueva, los rayos del sol que entraban por la entrada brillaban sobre piedras que parecían joyas. ¡La cueva estaba llena de piedras preciosas que brillaban mucho! Había diamantes, esmeraldas, rubíes, y muchas otras gemas que reflejaban cientos de colores. El lugar parecía un cofre gigante de tesoros.
Mientras exploraba, Samuel sintió un ruido detrás de unas rocas grandes, como si algo se moviera. Su corazón latía fuerte y en su mente aparecían imágenes de monstruos o animales muy grandes. Pero, aunque tuvo miedo, no se quiso esconder. Era valiente y quería saber quién o qué era ese ruido.
Se acercó con mucho cuidado, y entonces, para su sorpresa, vio a un pequeño dragón gris. No era un dragón grande ni aterrador, sino uno pequeño, del tamaño de un gatito o un cachorro. Lo que más llamó la atención a Samuel fue que el dragón no mostraba ninguna emoción en su rostro: ni sonrisa, ni tristeza, ni enojo, nada. Parecía muy serio y tranquilo. Eso le pareció muy curioso.
Pero lo más increíble fue que cada vez que el dragón respiraba por su nariz, su aliento cambiaba de color. Primero era rojo, después naranja, luego amarillo, verde, azul, morado… ¡Como un arcoíris luminoso! Cada color parecía mostrar algo diferente y cambiaba muy rápido. Samuel sintió mucha emoción al ver aquel espectáculo tan hermoso.
—Hola, pequeño dragón —dijo Samuel con voz suave—. No tengas miedo, yo no te haré daño.
El dragón giró su cabeza lentamente y miró a Samuel con ojos grandes y brillantes. Luego respiró con un suave soplido que pintó el aire con colores rosados y azules. Parecía que el dragón estaba feliz y tranquilo con la presencia de Samuel.
Samuel quiso saber más sobre su nuevo amigo y le preguntó:
—¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Por qué estás en esta cueva con tantas piedras brillantes?
El dragón no habló con palabras, pero su aliento cambio a un color amarillo brillante que parecía decir “Me llamo Arcoíris y esta es mi casa”. Samuel entendió que el dragón se comunicaba con sus colores y emociones.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.