Había una vez un niño llamado Ismael que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y hermosos bosques. A Ismael le encantaba mirar por la ventana de su habitación cada noche, justo cuando la luna brillaba en todo su esplendor. La luz de la luna iluminaba su habitación y hacía que todo se viera mágico. Ismael, con su gran imaginación, soñaba con aventuras más allá de su ventana, aventuras donde podía ser un héroe, un viajero o hasta un explorador del espacio.
Una noche, mientras miraba cómo la luna llena brillaba en el cielo, Ismael notó algo extraño a la distancia. Era una sombra grande y peluda que se movía entre los árboles del bosque. Al principio, Ismael sintió un poco de miedo, pero su curiosidad fue más fuerte que su temor. «¿Quién será?» se preguntó, y se decidió a averiguarlo.
Vestido rápidamente, Ismael salió por la puerta de su casa y caminó hacia el bosque. El sonido de las hojas crujientes bajo sus pies lo emocionaba. «Esto es una aventura», pensó mientras se adentraba más en el bosque. La luna le guiaba con su luz, y aunque estaba oscuro, Ismael se sentía seguro. De pronto, escuchó un aullido suave que lo hizo detenerse. Al mirar hacia la dirección del sonido, vio al gran Niño Lobo. Era un lobo con un pelaje espeso y brillante, que tenía una actitud amigable.
El Niño Lobo, que era muy especial porque podía hablar, se dio cuenta de que Ismael lo estaba observando. Se acercó con un salto y le dijo: «Hola, pequeño amigo. No tengas miedo, soy el Niño Lobo y no vine aquí a hacerte daño». Ismael, aunque aún un poco sorprendido, sintió que el lobo era amistoso. Se acercó un poco más y, con una voz temblorosa, le preguntó: «¿Por qué aúllas en la noche?»
El Niño Lobo sonrió y respondió: «Aúllo porque la luna llena me llena de energía y me recuerda que debo salir a jugar. Pero me siento un poco solo a veces. Todos los animales del bosque tienen sus propias ocupaciones, y a veces desearía tener un amigo con quien compartir mis aventuras».
Ismael sintió un gran alivio al saber que el Niño Lobo también se sentía solo de vez en cuando. «Yo también me siento solo a veces», dijo Ismael. «Siempre quise tener un amigo con quien explorar. ¿Quieres ser mi amigo y vivir aventuras juntos?» El Niño Lobo aulló de alegría, y de esa manera, comenzaron una hermosa amistad.
Decidieron que esa noche sería la primera de muchas aventuras juntos. Ismael y el Niño Lobo comenzaron a recorrer el bosque, iluminados por la luz de la luna. Encontraron un arroyo donde el agua brillaba como estrellas, y jugaron saltando entre las piedras. Hicieron un concurso de quién podía saltar más lejos y aunque, por supuesto, el Niño Lobo saltaba mucho más lejos que Ismael, eso no importó. Ambos se reían y compartían momentos de felicidad.
Mientras exploraban, encontraron un claro en el bosque lleno de flores de colores. Había mariposas danzando en el aire y el canto de los pájaros era como música. Ismael y el Niño Lobo decidieron hacer un pícnic allí mismo. Ismael sacó de su mochila unas galletas que había llevado, mientras que el Niño Lobo, de manera encantadora, fue a buscar algunas fresas silvestres que crecían cerca del arroyo. Se sentaron sobre la hierba fresca y compartieron sus deliciosos bocados, riendo y hablando de sus sueños. Ismael le contó al Niño Lobo sobre su deseo de ser astronauta y explorar las estrellas, mientras que el Niño Lobo compartió sus historias sobre la vida en el bosque y cómo había aprendido a correr rápido entre los árboles.
De repente, mientras disfrutaban de su pícnic, escucharon un llanto a lo lejos. «¿Qué será eso?» preguntó Ismael preocupado. El Niño Lobo movió su nariz, intentando captar el olor en el aire. «Creo que es un amigo que necesita ayuda», dijo. Sin dudarlo, los dos amigos decidieron investigar.
Siguieron el sonido del llanto hasta que llegaron a un pequeño árbol donde encontraron a una pequeña ardilla que lloraba. «¿Qué te pasa?» le preguntó Ismael con ternura. La ardillita, que se llamaba Lía, les explicó que había perdido su camino y no podía encontrar su hogar. Ismael y el Niño Lobo intercambiaron miradas y supieron que debían ayudarla.
«¡No te preocupes, Lía! Nosotros te ayudaremos a encontrar tu hogar», dijo Ismael con una amplia sonrisa. Lía se secó las lágrimas y sonrió ante la amabilidad de los dos nuevos amigos. Juntos comenzaron a buscar la casa de Lía, preguntando a otros animales del bosque si la conocían.
Primero se acercaron a un anciano búho que estaba posado sobre una rama. «¿Has visto a Lía, la ardilla?» preguntó el Niño Lobo. El búho les respondió suavemente: «Sí, he visto a Lía cerca del gran roble, allí donde las bellotas caen en otoño. Ella vive en un nido en ese árbol. ¿Necesitan ayuda para llevarla allí?»
Ismael miró a Lía y ella asintió con fuerza. «¡Sí, por favor!» exclamó. Así que el búho voló y guió a los tres amigos hacia el gran roble. Cuando llegaron, Lía se emocionó viendo su hogar. «¡Mis padres estarán tan felices de verme!», dijo nerviosa. El Niño Lobo y Ismael se sintieron felices de haber ayudado a su nueva amiga.
Al llegar al gran roble, Lía se aventuró a subir al árbol y comenzó a llamar a sus padres. Al poco tiempo, dos ardillas aparecieron, alborozadas al ver a su pequeña Lía. Se dieron cuenta de que estaba bien y que tenía nuevos amigos. «Gracias, gracias por cuidar de mi hija», dijo la mamá ardilla, mientras el papá ardilla les ofrecía algunas nueces como agradecimiento.
Ismael y el Niño Lobo aceptaron gustosamente las nueces y se despidieron de Lía, prometiendo que volverían a visitarla. En el camino de regreso, Ismael se sintió muy feliz. No solo había hecho un nuevo amigo en el Niño Lobo, sino que también había ayudado a Lía a encontrar su camino a casa.
La luna brillaba más que nunca y los dos amigos contaron juntos sus historias y risas mientras regresaban al claro. Aquella noche se sintió perfecta, llena de amistades y nuevas aventuras.
Con el pasar de los días, Ismael y el Niño Lobo continuaron explorando el bosque. Hicieron más amigos, como un pequeño ciervo llamado Ciro que también se unió a sus aventuras. Cada llegada de la luna llena se transformó en una celebración de la amistad. Juntos se reían, compartían comidas, contaban historias y soñaban con ser grandes exploradores.
Un día, mientras estaban sentados en su claro favorito, Ismael comenzó a mirar hacia el cielo. «Mira, Niño Lobo, ¿ves esas estrellas? ¡A veces me pregunto si hay lobo, ardillas y ciervos en otros planetas!» El Niño Lobo miró hacia arriba y rió. «¡Tal vez hay un cielo lleno de amigos como nosotros en otro lugar!»
Esa idea les emocionó. ¿Qué harían al conocer a esos nuevos amigos? Ismael soñó en voz alta: «Tal vez podríamos hacer una fiesta de amistad con todos ellos». El Niño Lobo asintió entusiasmado. «¡Sí! Sería grandioso». Así, comenzaron a planear cómo podrían invitar a todos los animales del bosque a una celebración especial.
Con mucha preparación y con la ayuda de sus amigos, organizaron una gran fiesta en el claro. Cada animal trajo algo especial; las ardillas, por supuesto, trajeron nueces, y el ciervo ayudó a recolectar flores frescas. Incluso el búho se unió y trajo algunas historias divertidas para contar. La luna llena iluminaba el bosque, y el ambiente estaba lleno de alegría y risas.
Esa noche, mientras todos estaban reunidos, Ismael se dio cuenta de lo importante que podía ser la amistad. Mirando a su alrededor, vio a todos sus amigos juntos, compartiendo, riendo y disfrutando de cada momento. Sentía que la amistad era como la luz de la luna, que iluminaba incluso los lugares más oscuros.
Cuando la luna comenzó a descender, Ismael y el Niño Lobo se sentaron juntos y observaron cómo los demás disfrutaban. El Niño Lobo se volvió hacia Ismael y le dijo: «Gracias por ser mi amigo y por hacer que esta noche sea tan especial».
Ismael sonrió y respondió: «Gracias a ti por mostrarme que las aventuras son mucho más divertidas cuando se comparten con amigos. Juntos podemos mirar más allá del cristal y descubrir un mundo lleno de maravillas».
Y así, en medio de risas y juegos, Ismael se dio cuenta que la amistad era uno de los mayores tesoros de todos, un regalo que no se compra ni se vende, sino que se construye día a día, compartiendo momentos, sueños y aventuras.
Desde ese día, algunos días en la noche, Ismael miraría por su ventana, vería la luna llena brillar e imaginaría todas las aventuras que vivía junto a su amigo el Niño Lobo y sus nuevos amigos del bosque. Nunca más se sintió solo, porque descubrió que los verdaderos amigos siempre estarían contigo, listos para explorar y compartir cada momento especial.
Y cada vez que la luna llena iluminaba el cielo, Ismael sabía que nuevas aventuras les esperaban. La amistad, al final, era la aventura más maravillosa de todas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.