Emili y Mica eran dos mejores amigas que vivían en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques frondosos. Era diciembre, y el aire fresco estaba lleno del olor a galletas de jengibre y a pino. La Navidad se acercaba, y con ella, las tradiciones que tanto disfrutaban las dos amigas.
Cada año, Emili y Mica decoraban juntas un pequeño abeto que estaba en el jardín de la abuela de Mica. La abuela siempre les contaba historias sobre cómo la Navidad era un momento para compartir, y no solo regalos. Este año, las dos amigas estaban especialmente emocionadas por un nuevo proyecto que tenían en mente: organizar una fiesta navideña en el parque del pueblo.
Emili, con su cabello rizado y su espíritu energético, tenía muchas ideas sobre cómo decorarlo. «¡Podemos poner luces, globos y una gran mesa llena de delicias!» exclamó emocionada mientras daba saltitos. Mica, que era más tranquila pero igualmente creativa, sugirió que también podía haber un intercambio de cartas en el que todos los niños del pueblo podían dejar mensajes navideños.
Sin embargo, había un problema. La fiesta requería muchos preparativos y, aunque tenían grandes sueños, sabían que no podían hacerlo solas. Fue entonces cuando, paseando por el parque, se encontraron con un nuevo niño en el vecindario. Se llamaba Lucas. Lucas era un poco tímido y siempre se le veía con una menor sonrisa. Sus ojos brillaban de curiosidad mientras miraba a Emili y Mica jugar.
Decidieron acercarse a él y, después de un par de minutos de conversación, las tres almas se unieron. Lucas era un niño muy amable y tenía habilidades sorprendentes para hacer manualidades. «Podemos hacer algunas decoraciones juntos», sugirió, mientras sonreía. A Emili y Mica les encantó la idea; finalmente, tenían un nuevo amigo que sumaría sus talentos.
Los días siguientes fueron un torbellino de actividades. Las tres amigas pasaban horas creando adornos hechos a mano, envolviendo regalos para la fiesta y preparando deliciosos bocadillos. Sin embargo, a pesar de la emoción, algunas cosas comenzaron a surgir. Emili, al ser tan entusiasta, quería que todo fuera perfecto y a menudo presionaba a los demás. A veces, hacía que Lucas y Mica se sintieran un poco abrumados. “¡Un poco más de brillo! ¡Necesitamos más colores!” exclamaba, sin darse cuenta de que sus amigos necesitaban descansar.
Una tarde, mientras estaban en el parque trabajando en un cartel de bienvenida, Mica se detuvo y le dijo a Emili: “A veces tienes muchas ideas y es genial, pero no debemos olvidar, disfrutar del proceso y escuchar lo que los demás quieren también”. Emili se sintió confundida. Nunca había pensado que su entusiasmo podría ser excesivo. Lucas, que estaba dibujando un boceto, solo asintió en silencio, sin atreverse a hablar.
El día de la fiesta llegó y el parque estaba precioso. Había luces brillantes, globos de colores y una mesa llena de deliciosos dulces. Todos los niños del pueblo estaban muy emocionados, ¡incluso los que no habían sido invitados llegaron para unirse a la celebración! Emili estaba en el centro de todo, dirigiendo las actividades. Sin embargo, notó que Lucas y Mica estaban un poco apartados, alejados de la diversión.
Entonces, mientras veía cómo todos disfrutaban, se preguntó si había algo que había hecho mal. Recordó las palabras de Mica y cómo Lucas nunca había expresado sus ideas, a pesar de que era tan talentoso. Emili comprendió que estaba tan emocionada por la fiesta que se había olvidado de incluir a sus amigos en la toma de decisiones.
Así que, en un momento de pausa, Emili tomó una respiración profunda y se acercó a ellos. “Chicos, tengo una idea”, comenzó, “¿qué les parece si tomamos el micrófono y escuchamos a todos? Me gustaría que cada uno de ustedes tenga una oportunidad para compartir algo que les guste o una idea para el próximo año. ¡Quizás podamos hacer algo diferente juntos!”
Lucas sonrió tímidamente y levantó la mano. “A mí me gustaría que, además de la celebración, hiciéramos una actividad de ayuda para los que no tienen tantas cosas”. Mica estaba de acuerdo y sugirió que podrían recolectar juguetes o alimentos para las familias del pueblo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.