Cuentos de Amistad

El Valor de la Templanza

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, vivían tres amigos inseparables: Harry, Sara y Kevin. Desde muy pequeños, habían compartido risas, juegos y aventuras, convirtiéndose en un grupo inseparable. Cada tarde, después de la escuela, se encontraban en el parque para jugar hasta que el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas.

Harry era un niño lleno de energía. Siempre estaba corriendo, saltando y buscando nuevas formas de divertirse. Le gustaba ser el primero en todo, y a veces, su entusiasmo lo llevaba a actuar sin pensar demasiado en las consecuencias. Sara, por otro lado, era una niña tranquila y reflexiva. Le encantaba leer y siempre tenía un buen consejo para sus amigos. Kevin era el más creativo del grupo, con una gran imaginación que lo hacía soñar con mundos fantásticos y criaturas maravillosas.

Un día, mientras jugaban en el parque, vieron que un vendedor de helados había llegado con su carrito. Los tres amigos corrieron hacia él con una gran sonrisa, listos para elegir su sabor favorito. El sol estaba brillando intensamente, y el helado parecía ser la recompensa perfecta después de una tarde de juegos.

«¡Quiero un helado de chocolate, el más grande que tengas!» exclamó Harry, saltando de emoción.

«Yo quiero uno de fresa, pero no tan grande, por favor,» dijo Sara, con su habitual calma.

Kevin miró los helados con curiosidad. «Creo que probaré algo nuevo. ¿Tienes helado de limón?»

El vendedor les sirvió los helados, y los tres amigos se sentaron en un banco del parque para disfrutar de su dulce premio. Sin embargo, a medida que comían, Harry notó que su helado de chocolate se derretía rápidamente bajo el sol.

«¡Oh no! Mi helado se está derritiendo demasiado rápido,» se quejó Harry, intentando comer más rápido para que no se le escapara ninguna gota.

Sara, que estaba disfrutando su helado de fresa con tranquilidad, observó a su amigo. «Harry, si comes tan rápido, no podrás saborear el helado. Además, podrías enfermarte.»

«Pero no quiero que se derrita,» respondió Harry, frustrado.

Kevin, que había probado su helado de limón por primera vez, también se unió a la conversación. «Creo que Sara tiene razón. Si te apresuras, no disfrutarás el helado como deberías. Es mejor comerlo despacio, aunque se derrita un poco.»

Harry se detuvo un momento para pensar en lo que sus amigos le decían. Aunque era difícil para él esperar y comer con calma, sabía que Sara y Kevin tenían razón. Decidió tomar un respiro y comenzar a comer su helado más despacio, disfrutando del sabor del chocolate que tanto le gustaba.

A medida que comían, Kevin propuso un juego. «¿Qué les parece si imaginamos que estamos en una gran aventura, y nuestros helados son tesoros que debemos proteger de un dragón que lanza fuego?»

Sara sonrió y se unió al juego. «Pero para protegerlos, necesitamos ser pacientes y templados, o el dragón podría vernos y derretir nuestros helados con su fuego.»

Harry, que adoraba las historias de dragones, encontró en el juego una manera de controlar su impaciencia. «¡De acuerdo! Seré el caballero que protegerá el tesoro. Comeré mi helado con calma para que el dragón no me vea.»

Así, los tres amigos se sumergieron en su juego, comiendo sus helados despacio mientras imaginaban que eran valientes aventureros protegiendo un tesoro. La historia que crearon juntos les permitió disfrutar del momento, y cuando terminaron, se sintieron felices y satisfechos.

Al día siguiente, volvieron al parque para jugar. Esta vez, decidieron construir un castillo de arena en el área de juegos. Mientras trabajaban, Harry comenzó a sentirse impaciente de nuevo. Quería terminar el castillo rápidamente para poder jugar a otra cosa.

«¡Vamos, debemos apurarnos!» dijo Harry, tratando de acelerar el proceso.

Pero Sara, con su naturaleza calmada, lo detuvo. «Harry, un castillo de arena necesita tiempo para hacerse bien. Si nos apresuramos, se derrumbará fácilmente.»

Kevin, que estaba decorando el castillo con conchas que había encontrado, asintió. «Construir un buen castillo requiere paciencia. Si lo hacemos con cuidado, podremos disfrutarlo más tiempo.»

Harry suspiró, pero recordó la lección del día anterior con el helado. Decidió que esta vez, sería paciente y disfrutaría del proceso. Juntos, construyeron un castillo de arena magnífico, con torres altas y un foso alrededor. Cuando terminaron, se sintieron muy orgullosos de su trabajo.

Al final del día, mientras el sol se ocultaba, los tres amigos se sentaron a la sombra de un árbol para descansar. Sara miró a Harry y le sonrió. «Hoy aprendimos algo importante, ¿verdad?»

Harry asintió. «Sí, aprendí que la templanza es importante. Si me apresuro en todo, no podré disfrutar de las cosas que me gustan.»

Kevin, con su siempre presente creatividad, agregó: «La templanza nos ayuda a disfrutar de cada momento, como cuando protegimos nuestros helados del dragón o cuando construimos el castillo de arena. Nos permite ser mejores en lo que hacemos.»

Y así, los tres amigos continuaron compartiendo muchas más aventuras juntos, siempre recordando la lección sobre la templanza que habían aprendido. Sabían que ser templados no significaba solo esperar, sino disfrutar de cada momento con calma y apreciar las pequeñas cosas que hacían que la vida fuera tan especial.

Desde ese día, Harry, Sara y Kevin siguieron siendo los mejores amigos, enfrentando cada nueva aventura con una sonrisa, y con la templanza que les ayudaba a disfrutar de cada instante juntos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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