Cuentos de Amistad

El Viaje Mágico de Nina y Gia

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En un rincón acogedor del mundo, en una pequeña habitación llena de juguetes y colores, comenzaba una tarde especial para Nina y Gia.

Nina, con sus cuatro años y su cabello largo y castaño, era la hermana mayor y siempre tenía historias maravillosas para contar. Gia, con sus dos años y medio y su cabello rubio que caía en cascadas sobre sus hombros, escuchaba con asombro las aventuras que Nina inventaba, deseando ser parte de ellas algún día.

Aquella tarde, mientras la luz del sol se filtraba por la ventana iluminando la habitación con tonos dorados, las dos hermanas jugaban a las escondidas entre montañas de peluches y castillos de bloques. De repente, un brillo peculiar detrás de la mesa de estudio captó su atención. Era una luz que no pertenecía al tranquilo resplandor del atardecer, sino algo más mágico, casi llamativo.

Movidas por la curiosidad, Nina y Gia se acercaron tímidamente. Al tocar la luz, se encontraron de repente en un sendero rodeado de árboles gigantescos y flores de colores vibrantes que, para su sorpresa, ¡hablaban!

— ¡Bienvenidas, pequeñas! — exclamó una flor de pétalos azules y centelleantes— . Soy Flora, y aquí, en el Bosque de las Maravillas, todo es posible.

Las niñas, asombradas y emocionadas, apenas podían creer lo que veían y oían. Mientras exploraban el bosque, un suave murmullo de música las guió hasta un claro donde un gato de pelaje gris y ojos brillantes tocaba una guitarra.

— ¡Hola, amigas! Soy Melodía, el gato cantante. ¿Os gustaría un concierto? — dijo con una voz ronca pero dulce.

Nina y Gia asintieron emocionadas y se sentaron en el suelo cubierto de hojas suaves como almohadones. Melodía tocó canciones alegres y las niñas no pudieron resistirse a bailar al ritmo de la música, riendo y girando bajo la luz de luciérnagas que parecían acercarse para ver la función.

Cuando la música cesó, Melodía les aconsejó visitar el Río de los Reflejos. Siguiendo su consejo, las hermanas llegaron a un río cuyas aguas cristalinas revelaban peces de colores tan brillantes que parecían joyas nadando. Sin dudarlo, Nina y Gia se sumergieron en el agua fresca y bailaron con los peces, que se movían al unísono creando patrones que deslumbraban.

Después de horas de danza y risas, el hambre se hizo presente. Por suerte, un ratón amable, vestido con un delantal y gorro de cocinero, las invitó a su hogar bajo un árbol. Allí, sobre una mesa pequeña y perfectamente dispuesta, comieron frutas jugosas y galletitas de miel y nuez.

Mientras saboreaban el último bocado, una luz similar a la que las había traído a este mundo apareció debajo de la mesa del ratón. Al acercarse, la luz las envolvió y, en un parpadeo, se encontraron de nuevo en la habitación de Nina, con el sol poniéndose y sus juguetes esperándolas como si nada hubiera ocurrido.

Nina y Gia, con los ojos llenos de estrellas y corazones palpitantes de aventuras vividas, se prometieron guardar el secreto de su viaje mágico, sabiendo que el Bosque de las Maravillas siempre estaría allí, esperándolas para su próxima aventura.

Así concluye el viaje mágico de Nina y Gia, un recuerdo precioso de la infancia que siempre brillaría en sus memorias, enseñándoles que la magia está solo a un destello de luz de distancia.

Después de su regreso del Bosque de las Maravillas, Nina y Gia se encontraron con que el mundo a su alrededor parecía un poco más brillante, un poco más mágico. Las flores en su jardín susurraban buenos días y las nubes en el cielo dibujaban formas de animales danzantes. La aventura había dejado una chispa de magia en sus corazones y en sus ojos, una luz que solo los niños pueden ver.

A medida que los días pasaban, la curiosidad y el asombro no dejaban a las hermanas. Una tarde, mientras jugaban en el jardín, una suave brisa llevó hasta ellas un mapa peculiar, adornado con esquinas doradas y marcas de un mundo desconocido. El mapa se desplegó ante ellas como por arte de magia, mostrando un lugar marcado como «El Bosque de los Sueños».

Intrigadas y emocionadas por la idea de una nueva aventura, Nina y Gia decidieron seguir el mapa al día siguiente. Con mochilas llenas de galletas y jugo, caminaron hacia el borde de su pueblo, donde comenzaba un sendero cubierto de musgo y rodeado de árboles altísimos que parecían tocar el cielo.

El camino las llevó más allá de lo que jamás habían explorado, pero no sentían miedo. Mano a mano, con la confianza de saber que juntas podían enfrentar cualquier cosa, siguieron las marcas del mapa hasta llegar a la entrada del Bosque de los Sueños. Un arco natural formado por árboles entrelazados les daba la bienvenida, y bajo este, un cartel de madera decía: “Donde los sueños se hacen realidad”.

Al adentrarse en el bosque, se encontraron con criaturas que nunca habrían imaginado. Un zorro que podía cambiar de color para camuflarse con el entorno, una mariposa gigante que brillaba con luz propia y les mostraba el camino, y un coro de ranas que cantaban melodías encantadoras.

Cada paso en el Bosque de los Sueños les revelaba maravillas nuevas. Pronto llegaron a un claro donde los árboles bailaban, moviéndose al ritmo del viento. En el centro del claro, había un estanque que reflejaba no solo sus imágenes, sino también sus pensamientos y sueños. Al mirar dentro del agua, Nina vio que soñaba con ser una exploradora famosa, y Gia veía imágenes de animales que hablaban y jugaban con ella.

Fascinadas por el estanque mágico, no notaron que el cielo comenzaba a oscurecer. Una voz amable las sacó de su ensueño. Era Lira, la guardiana del estanque, una mujer de cabellos plateados y ojos tan profundos como el mismo estanque.

— Es hora de que regresen, pequeñas aventureras. Pero antes, hagan un deseo en el estanque. En el Bosque de los Sueños, todo deseo hecho de corazón tiene el poder de hacerse realidad.

Nina y Gia se miraron emocionadas y, después de pensar un momento, lanzaron una piedra al estanque, formulando sus deseos en silencio. El estanque brilló intensamente por un instante, y luego todo volvió a la calma.

Lira las guió de regreso al arco de entrada, donde el mapa mágico se desvaneció en un susurro de viento. Las niñas emprendieron el camino de regreso a casa, sintiendo que algo en ellas había cambiado. Habían hecho un deseo, habían visto sus sueños reflejados y sabían que, de alguna manera, esos sueños comenzaban a tomar forma en su mundo.

Al llegar a casa, sus padres las recibieron con abrazos y besos, felices de verlas de vuelta antes de que oscureciera. Nina y Gia compartieron su aventura, y aunque sonaba increíble, sus padres escuchaban con una sonrisa, recordando quizás sus propios días de infancia llenos de maravillas y cuentos.

Esa noche, mientras la luna iluminaba su habitación y las estrellas parpadeaban en el cielo, Nina y Gia se acurrucaron en sus camas, sus mentes llenas de aventuras y sus corazones latiendo al ritmo de los sueños. Sabían que el mundo estaba lleno de misterios y magia, esperando ser descubiertos. Y mientras dormían, los sueños que habían visto en el estanque comenzaron, poco a poco, a tejerse en la tela de su realidad.

Así, cada día, cada juego y cada noche les traía la promesa de nuevas aventuras, porque en el mundo de Nina y Gia, la magia era tan real como el amor que las unía.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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