En un pequeño pueblo de un país muy lejano, el calor del verano se extendía como una manta pesada sobre las calles y casas. Pero eso nunca detenía a Jhoan, Santiago y Mateo, tres amigos inseparables que cada verano se reunían para vivir aventuras que les durarían toda la vida.
Los tres amigos se conocían desde pequeños. Sus padres habían crecido en ese mismo pueblo y, aunque sus vidas los llevaron a diferentes partes del mundo, siempre regresaban cada verano, trayendo a sus hijos con ellos. Era un tiempo mágico para Jhoan, Santiago y Mateo, un tiempo donde el mundo real y el de sus fantasías se entrelazaban.
Ese verano, en particular, era más caluroso de lo habitual. Las calles polvorientas y las piedras de las casas parecían irradiar calor. Aunque el río y la piscina municipal ofrecían algo de alivio, los tres amigos buscaban algo más emocionante que un simple chapuzón.
Un día, mientras exploraban el ático de la casa de Santiago, encontraron un viejo mapa enrollado y atado con un cordel. El tío de Santiago, un viejo marinero que amaba contar historias de sus viajes, les dijo que ese mapa llevaba a una cueva secreta en las afueras del pueblo donde, según las leyendas, un viejo del lugar había escondido un tesoro durante una invasión hace muchos años.
Llenos de emoción y espíritu aventurero, los tres amigos decidieron que ese verano buscarían el tesoro. Prepararon mochilas con provisiones, linternas, y una vieja brújula que Santiago afirmaba que había sido de un pirata. Antes de partir, prometieron guardar el secreto de su aventura, convirtiéndola en un pacto de verano.
El camino a la cueva era largo y sinuoso. Atravesaron campos de trigo dorado que se mecían como olas en el mar bajo el viento veraniego, bosques donde las sombras ofrecían un respiro del sol abrasador, y finalmente, llegaron a las colinas que rodeaban el pueblo. Allí, oculta entre antiguos robles, encontraron la entrada a la cueva.
La cueva era oscura y fresca, un alivio inmediato del calor exterior. Encendiendo sus linternas, se adentraron con cuidado, observando las formaciones rocosas y las sombras que danzaban en las paredes al paso de sus luces. A medida que avanzaban, la cueva se estrechaba y el aire se volvía más húmedo.
Después de lo que pareció una eternidad, llegaron a una pequeña cámara interior. En el centro, parcialmente cubierto por tierra y piedras, encontraron un cofre de madera antigua. Con manos temblorosas y corazones latiendo fuerte, lo abrieron para descubrir monedas de oro, joyas antiguas y un objeto envuelto en un paño desgastado.
Al desenvolverlo, descubrieron que era un viejo reloj de bolsillo, exquisitamente tallado. El tío de Santiago, al ver el reloj más tarde, les explicó que no era cualquier reloj. Según una antigua leyenda, era un reloj que podía «detener el tiempo», permitiendo a su portador vivir un momento perfecto para siempre.
Los días siguientes, los amigos discutieron qué hacer con el tesoro. Decidieron devolver la mayoría al pueblo, donde se utilizó para restaurar la escuela y el parque. Pero el reloj, decidieron guardarlo como símbolo de su amistad y del verano que nunca querían olvidar.
Con el final del verano acercándose, los tres amigos se prometieron que, sin importar dónde los llevara la vida, siempre regresarían al pueblo, al menos una vez al año, para compartir nuevas aventuras y mantener viva la magia de esos días dorados de su infancia.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Luz de la Amistad en Valle Emoción
La Gran Batalla Musical
Amistad en Princevillo
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.