Era un día soleado en la pequeña ciudad de Amistad, donde vivían cinco amigos inseparables: Marco, Aarón, Míriam, Yerai y Luis. Todos los días, después de la escuela, se reunían en el parque para jugar, reír y compartir historias. Era un lugar especial donde las risas se mezclaban con el viento y los sueños volaban libres.
Un día, mientras jugaban a la pelota, Aarón notó algo extraño en el camino del parque. “¡Miren!”, exclamó señalando una especie de sombra alargada que se movía cerca de un árbol. Los demás amigos se acercaron curiosos y, al llegar, descubrieron que no era otra cosa que un pequeño gato negro que parecía muy asustado y triste.
“¡Pobrecito!” dijo Míriam con una voz suave. “Parece que se ha perdido. Necesitamos ayudarlo”. Los amigos miraron al gato que se escondía temblando detrás de un arbusto. “No te preocupes, pequeño, estamos aquí para ayudarte”, dijo Yerai, extendiendo su mano lentamente.
El gato, curioso pero aún asustado, se asomó un poco más. “¿Cómo lo llamamos?”, preguntó Luis. “Podríamos darle un nombre que le haga sentir seguro”, sugirió Marco. Después de un breve momento de silencio, Míriam dijo: “¡Ya sé! Podríamos llamarlo Sombra, porque tiene el pelaje negro como la noche”.
Todos estuvieron de acuerdo, y así el pequeño gato se convirtió en Sombra. “¡Hola Sombra!”, dijeron al unísono, intentando que el gatito se sintiera más cómodo. “Vamos a buscar a tu dueño. No te preocupes, no estarás solo”.
Los amigos decidieron que necesitaban un plan. “Podríamos preguntar por los alrededores”, dijo Aarón. “Quizás alguien haya perdido a su gato”. Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a buscar en el vecindario.
Primero, se acercaron a la casa de la señora Rita, una amable ancianita que siempre tenía golosinas para los niños. “¿Señora Rita, ha visto a un gato negro?”, preguntó Míriam con esperanza. La señora Rita sonrió y dijo: “No, pero dudo que esté muy lejos. ¡Los gatos suelen volver a casa por sí mismos!”.
“A lo mejor Sombra no sabe el camino”, murmuró Luis. La señora Rita, con cariño, les dio unas galletitas para que tuvieran energía en su búsqueda y les dijo: “Recuerden, a veces lo que necesitamos está más cerca de lo que pensamos”.
Con nuevas fuerzas gracias a las galletitas, los cinco amigos continuaron su búsqueda. “¿Qué tal si vamos al parque de la esquina? Allí siempre hay gente paseando”, sugirió Yerai. “Buena idea, tal vez alguien lo haya visto”, respondió Marco.
Al llegar al parque de la esquina, vieron a un grupo de niños jugando. Se acercaron a ellos y empezaron a preguntar. “¡Hola, chicos! ¿Han visto por aquí un gatito negro llamado Sombra?”, inquirió Míriam. “¡Sí!”, dijo un niño mayor, “lo vi cerca de la fuente, estaba jugando al lado de los patos”. Los amigos se miraron emocionados. “¡Vamos a buscarlo!”, gritaron al unísono.
Corrieron hacia la fuente, donde efectivamente encontraron a Sombra, jugando con los patos. Al ver a sus nuevos amigos, el gatito saltó y corrió hacia ellos. “¡Sombra, qué alegría encontrarte!”, exclamó Luis, agachándose para acariciarlo. El pequeño gato ronroneaba de felicidad. Pero entonces, un aviso de preocupación apareció en el rostro de Marco. “¿Y si ahora no sabemos cómo devolverlo a su casa?”.
Aarón pensó por un momento. “Podríamos preguntar en las casas cercanas”, sugirió. Fue entonces cuando Míriam tuvo una idea brillante. “¡Vamos a hacer un cartel! Podemos dibujar un gato y poner que lo estamos buscando”. Así, los amigos se sentaron en el césped y empezaron a dibujar y escribir un cartel con letras grandes y coloridas que decía: “Se busca gato negro llamado Sombra”.
Una vez que el cartel estuvo listo, lo colocaron en un lugar visible cerca de la fuente. “Espero que así encontremos a su dueño”, dijo Yerai. “Nosotros estamos siendo héroes en la sombra de la justicia al ayudar a Sombra”. Todos rieron al escuchar la frase de Yerai, sintiendo que estaban haciendo algo realmente importante.
Después de un rato, se acercó una niña mayor que tenía una mirada preocupada. “¡Sombra!” gritó, corriendo hacia ellos. “¡Estaba buscándote por todas partes!”. Era Clara, la dueña de Sombra. “¡No puedo creer que lo hayan encontrado!”.
Los cinco amigos sonrieron, felices de haber ayudado. “Lo llamamos Sombra, ¿le gusta el nombre?”, preguntó Míriam. Clara rió y dijo: “Me encanta, es un nombre perfecto. ¡Gracias por cuidar de él!”.
Clara se agachó y abrazó a Sombra, quien maulló felizmente. “¿Pueden venir a mi casa a tomar un helado como agradecimiento?”, preguntó Clara. Los ojos de los amigos brillaron de emoción. “¡Sí, por favor!”, gritaron al unísono.
Caminaron juntos hacia la casa de Clara, platicando y riendo. Al llegar, Clara les sirvió helados de varios sabores. Mientras disfrutaban de su merienda, sintieron que su amistad había crecido aún más ese día. Ayudar a Sombra había sido una aventura muy emocionante, y se dieron cuenta de que ser héroes, aunque sea por un día, era una de las cosas más bonitas que se podían hacer juntos.
Después de aquel día, los amigos nunca olvidaron a Sombra o la aventura de encontrar a su dueña. Aprendieron que la verdadera amistad se trata de estar allí unos para otros, ayudar cuando se necesita, y sobre todo, compartir momentos que quedan en el corazón.
Así, en la pequeña ciudad de Amistad, los cinco amigos se convirtieron en héroes en la sombra, no solo de Sombra sino también de su propia amistad. Y desde aquel día, cada vez que se encontraban en el parque, miraban hacia el árbol donde habían encontrado a Sombra, recordando que la amistad es el mejor tesoro que uno puede tener.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.