Érase una vez, en un tranquilo y colorido pueblo llamado Colores, dos niñas inseparables llamadas María y Laura. María tenía el cabello rizado como espirales de un muelle y ojos brillantes como estrellas en la noche. Laura, por otro lado, tenía el cabello lacio y negro como el ala de un cuervo, y sus ojitos eran dos pequeñas canicas color avellana. Siempre estaban juntas, compartiendo risas y aventuras. Juntas exploraban el bosque cercano, inventaban juegos en el patio de su casa y soñaban con grandes aventuras.
Un día soleado, sentadas en la sombra de un gran árbol, María y Laura decidieron que querían vivir una aventura más emocionante que nunca. Mientras platicaban, se les ocurrió una idea brillante: ¡buscar un tesoro escondido que según las leyendas, estaba en lo profundo del bosque! Las leyendas hablaban de un tesoro mágico que concedía a quien lo encontrara un deseo especial. María y Laura miraron sus ojos llenos de emoción y se prometieron que no regresarían a casa hasta encontrarlo.
Revisaron su mochila y la llenaron con bocadillos, agua y una linterna. También metieron en la mochila un gran mapa que habían dibujado, siguiendo las historias que habían escuchado de los ancianos del pueblo. Se acercaron al borde del bosque, donde la luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando ilustraciones danzantes en el suelo. Se tomaron de la mano y, con una profunda respiración, se adentraron en el bosque, llenas de entusiasmo.
Mientras caminaban, comenzaron a imaginar qué tipo de tesoro podrían encontrar. «Quizás sean montones de oro y joyas», dijo María con una sonrisa amplia. «O tal vez un libro mágico que nos haga volar», contestó Laura, con su mente llena de sueños. En ese momento, mientras conversaban, escucharon un ruido entre los arbustos. Se miraron mutuamente con curiosidad y un poquito de miedo, pero también se sentían valientes.
Al acercarse, se dieron cuenta de que no era más que un pequeño conejo de pelaje suave y orejas largas. Laura se agachó para acariciarlo, y el conejo, al ver a las niñas, saltó hacia ellas como si estuviera invitándolas a seguirlo. “¡Mira, María! Creo que este pequeño amigo quiere mostrarnos algo”, exclamó Laura entusiasmada.
Sin pensarlo, las dos amigas decidieron seguir al conejo. Este corría y se detenía, asegurándose de que las niñas lo siguieran. A medida que avanzaban, el bosque se volvían más denso y hermoso. Flores multicolores brotaban del suelo y los pájaros cantaban melodías que parecían cuentos de la naturaleza. El conejo finalmente se detuvo frente a un viejo roble gigante que parecía tener mil años.
María y Laura se miraron, preguntándose qué harían a continuación. Recordaron que para encontrar el tesoro, tenían que resolver tres pruebas, según el mapa que habían dibujado. Mientras discutían sobre cuál podría ser la primera prueba, vieron cómo el conejo se subía a una de las raíces del roble y empezaba a saltar y girar. Las niñas se rieron y se unieron a él, saltando y girando también. De repente, una voz profunda resonó desde dentro del árbol: “Solo aquellos que son amigos de verdad podrán pasar. ¿Qué significa para ustedes la amistad?”
María miró a Laura y, después de pensarlo un momento, respondió: “La amistad es estar siempre con tu amigo, compartir momentos y apoyarse en lo bueno y en lo malo”. Laura asintió con entusiasmo y añadió: “Y también significa hacer reír al otro y ayudarle a brillar en los momentos más difíciles”. La voz del árbol rió suavemente. “Han pasado la primera prueba. Ahora, adelante, hacia la siguiente”.
Las niñas se sintieron felices de haberlo logrado y comenzaron a explorar el área alrededor del árbol. Se encontraron con un pequeño arroyo que atravesaba el bosque. Mientras jugaban con las piedras del arroyo, de repente, aparecieron un par de zorros, curiosos por su presencia. Las niñas se detuvieron al verlos, antes de que uno de los zorros se acercara y empezara a ladrar. “¡Hola, pequeños aventureros! Soy Zuri, y este es mi hermano Filo. ¿Qué buscan en el bosque?” Las niñas se presentaron rápidamente y compartieron su búsqueda del tesoro.
Zuri y Filo, emocionados por la historia, les dijeron que también estaban en una búsqueda, buscando un nuevo hogar porque el suyo se había inundado. Las niñas se sintieron conmovidas y ofrecieron ayudarles. Juntas, idearon un plan para encontrar un nuevo hogar para los zorros mientras seguían buscando su tesoro. “Necesitamos trabajar en equipo”, dijo Laura. María asintió: “¡Juntos podremos lograrlo!”.
Mientras avanzaban, pasaron por un campo de flores. Allí, las niñas usaron sus ojos atentos para observar los colores y ayudar a Zuri y Filo a recolectar flores que pudieran usar como señaladores para marcar su camino hacia un nuevo hogar. Juntos, decidieron que buscarían un lugar donde el sol brillara pero que también tuviera sombra, ya que a los zorros les gustaba descansar.
Después de unas horas caminando y buscando, llegaron a un claro rodeado de suaves colinas. “¡Este es un lugar perfecto!”, exclamó Filo. “Huele tan fresco y se ve muy divertido”. Zuri asintió y, agradecidos con María y Laura, les dijeron que se quedarían allí. Las niñas se sintieron felices al ver cuánto les gustaba a los zorros aquel lugar.
Entonces, entendieron que no solo habían logrado ayudar a sus nuevos amigos, sino que también habían creado un lazo de amistad con ellos. Tras un rato de descanso y diversión en el claro, María y Laura recordaron que aún debían encontrar el tesoro. Les pidieron a Zuri y Filo que les ayudaran, y juntos hicieron un plan para buscarlo.
Regresaron al viejo roble, donde había comenzado todo. María y Laura se sentaron junto al tronco, pensando en la próxima prueba. “Quizá tengamos que cantar o contar historias”, sugirió Laura. Pero Zuri, que había estado observando atentamente, dijo: “La amistad no solo es hablar, también es escuchar. ¿Qué tal si hacemos una ronda de cuentos?”. Todos estuvieron de acuerdo y se sentaron en un círculo.
María comenzó a contar la historia de la primera vez que conoció a Laura, cómo jugaron en el parque y lo divertido que había sido. Laura siguió con una historia sobre un día en la playa que pasaron juntas, buscando conchas. Zuri y Filo también compartieron historias de sus aventuras en el bosque, de los amigos que habían hecho y las travesuras que habían vivido.
La magia de la risa y los cuentos llenó el aire, haciendo que el viejo roble brillara con una luz cálida. Al final, la voz del árbol resonó nuevamente: “Han pasado la segunda prueba. La amistad es reír, escuchar y compartir historias. Ahora, solo queda una prueba más”.
María y Laura sintieron un cosquilleo en sus estómagos, emocionadas, pero también un poco nerviosas. Se preguntaron qué prueba podría ser. “Tal vez algo difícil”, susurró María. Pero Zuri y Filo las animaron, prometiendo que estarían con ellas, sin importar lo que sucediera.
De repente, el viento comenzó a soplar y las hojas del árbol se movieron con fuerza. La voz del árbol les dijo: “La última prueba es la más importante. Deben demostrar que su amistad puede superar cualquier obstáculo. Deben cruzar al otro lado del arroyo saltando de piedra en piedra. Si logran hacerlo juntas, el tesoro será suyo”.
Era un desafío, y aunque al principio parecían dudar, se miraron mutuamente, recordando todas las aventuras que ya habían compartido. “¡Podemos hacerlo!”, gritaron al unísono. Juntas, se acercaron al arroyo. El agua fluía con rapidez y las piedras estaban resbaladizas.
María dio el primer salto y llegó a la primera piedra, Laura la siguió. Ambas se ayudaban mutuamente, extendiendo sus manos para mantener el equilibrio. Cuando llegaban a la mitad, Laura perdió el pie y casi se cae al agua. Sin dudar, María la agarró con fuerza, gritándole que siguiera intentándolo. “¡Tú puedes, Laura! ¡No te rindas!” Con un gran esfuerzo, Laura logró levantar su pie y saltar a la próxima piedra.
Finalmente, juntas, llegaron al otro lado del arroyo. Estaban emocionadas, llenas de alegría y risas, a punto de caer de rodillas por el esfuerzo. “Lo conseguimos, Laura”, exclamó María con lágrimas de felicidad en los ojos. Y Laura, con una gran sonrisa, respondió: “Nunca lo hubiera hecho sin ti”.
Justo entonces, el viejo roble tembló suavemente, y del tronco comenzó a brillar un pequeño cofre. La voz les habló nuevamente: “Hicieron lo que pocas amistades pueden hacer. Han demostrado que la verdadera amistad puede superar los obstáculos más difíciles. El tesoro es suyo”.
María y Laura corrieron hacia el cofre, abriéndolo con emoción. Dentro, encontraron una hermosa pulsera de la amistad hecha de pequeñas piedras de colores, cada una representando un recuerdo de su viaje juntas. “Es un tesoro que debemos compartir siempre”, dijo Laura. María asintió, sabiendo que ese era un símbolo de su lazo.
Zuri y Filo se acercaron y les dijeron: “Nos sentimos muy agradecidos con ustedes. Han sido las mejores amigas que podríamos haber encontrado”. Las dos amigas abrazaron a los zorros, y todos celebraron su amistad en aquel mágico claro del bosque.
Al final del día, María y Laura decidieron regresar a casa con sus nuevos amigos. Mientras caminaban bajo la luz dorada del atardecer, se prometieron que no solo seguirían buscando aventuras, sino que también cuidarían siempre de su hermoso lazo de amistad. Sabían que juntos podían enfrentar cualquier desafío.
Cuando llegaron a casa, María y Laura no solo llevaron consigo la pulsera de la amistad, sino muchos recuerdos y risas para contar. La historia de su tesoro no era solo el cofre que habían encontrado, sino la conexión que tenían entre ellas y con Zuri y Filo. De esta manera, el pueblo de Colores también se llenó de más historias de amistad, y cada vez que María y Laura se encontraban entre risas, recordaban que la verdadera aventura radica en esas conexiones que fortalecen su corazón.
La amistad, pensaron, era el mayor tesoro que podían tener. Y así, María y Laura se convirtieron no solo en buscadoras de tesoros, sino en valientes exploradoras del mundo y del amor que se comparte entre amigos, conscientes de que, aunque los días a veces puedan resultar difíciles, siempre hay una aventura lista para vivir, siempre que haya amistad a su lado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.