Había una vez en un pequeño pueblo llamado Armonía, donde la gente vivía en paz y felicidad, dos amigos inseparables llamados Jhoan y Hellen. Él era un niño de ojos verdes y cabello castaño corto, siempre curioso y lleno de energía. Hellen, por otro lado, tenía una melena rubia larga y ojos azules que reflejaban su bondad y dulzura. Ambos compartían una pasión especial por la naturaleza y las aventuras.
Un día, la directora de la escuela, la señora Celestia, una mujer sabia y amable que siempre llevaba consigo una sonrisa, decidió tomarse unas merecidas vacaciones. Celestia confiaba mucho en Jhoan y Hellen, y sabía que eran los indicados para cuidar su amado jardín mientras ella no estaba. Antes de irse, Celestia los llamó a su oficina.
—Jhoan, Hellen, necesito que cuiden mi jardín mientras estoy fuera. Es un lugar muy especial para mí, y sé que ustedes lo cuidarán con amor y dedicación —les dijo Celestia con una sonrisa.
Ambos niños se sintieron muy honrados y prometieron hacer su mejor esfuerzo. Celestia les entregó una regadera dorada, que brillaba con una luz peculiar.
—Esta regadera es muy especial —explicó Celestia—. Ha sido un regalo de un reino mágico llamado Equestria. Úsenla con cuidado.
Jhoan y Hellen no podían estar más emocionados. Con la regadera en manos de Jhoan, se dirigieron al jardín de Celestia. Era un lugar lleno de flores de todos los colores, árboles frutales y plantas exóticas. Al entrar, sintieron una paz y alegría que solo la naturaleza podía proporcionar.
El primer día de su tarea, Jhoan decidió comenzar a regar las plantas. Mientras lo hacía, comenzó a cantar una melodía alegre que solía escuchar de su abuela. Al poco tiempo, algo sorprendente ocurrió: las plantas empezaron a moverse al ritmo de su canción, y algunas incluso parecían cantar con él. Hellen, que estaba cerca, observaba con los ojos muy abiertos.
—¡Jhoan, mira! ¡Las plantas están cantando contigo! —exclamó Hellen asombrada.
Jhoan se detuvo un momento y vio cómo las flores y hojas se balanceaban y emitían sonidos armoniosos. Era como si toda la naturaleza se hubiera unido a su canto. Entusiasmado, continuó regando y cantando, y las plantas se volvieron aún más animadas, moviéndose con más energía y vigor.
Sin embargo, a medida que pasaban los días, las plantas comenzaron a comportarse de manera extraña. Se volvían cada vez más exigentes, pidiendo más agua y más canciones. Jhoan, encantado por su compañía, no notó el cambio inmediato en su comportamiento. Pero Hellen, con su mirada aguda, empezó a preocuparse.
—Jhoan, creo que estamos regando demasiado las plantas. Están actuando de manera extraña —le advirtió Hellen un día.
—No te preocupes, Hellen. Solo están felices. ¿No ves cómo cantan? —respondió Jhoan, aunque una pequeña duda comenzaba a surgir en su mente.
Esa noche, después de regar y cantar, Jhoan y Hellen se despidieron del jardín. Pero al día siguiente, al llegar, encontraron el lugar en un caos. Las plantas habían crecido de manera descontrolada, enredándose unas con otras, y algunas incluso habían comenzado a invadir el camino principal. Además, sus cánticos ya no eran melodiosos, sino fuertes y desordenados, casi como gritos.
—¡Tenemos que hacer algo! —gritó Hellen por encima del ruido de las plantas.
Jhoan, asustado, sacó su teléfono y envió un mensaje de emergencia a su amigo Iker, quien vivía cerca y siempre tenía buenas ideas para resolver problemas.
Iker llegó rápidamente. Era un niño alto y delgado, con una gran habilidad para la tecnología. Al ver el estado del jardín, no perdió tiempo.
—Tenemos que calmar a las plantas. ¿Hay algún sistema de riego automático aquí? —preguntó Iker.
—Sí, hay rociadores, pero no los hemos usado —respondió Hellen.
Iker corrió hacia el cobertizo donde estaba el control de los rociadores. Con la ayuda de Jhoan y Hellen, logró encenderlos. Una fina niebla comenzó a cubrir el jardín. Al principio, las plantas no parecieron notar la diferencia, pero poco a poco, el agua fresca comenzó a calmarlas. Los gritos se convirtieron en susurros, y las plantas empezaron a volver a su tamaño normal.
Justo en ese momento, la señora Celestia regresó de sus vacaciones. Al ver el jardín, entendió de inmediato lo que había pasado.
—Jhoan, Hellen, hicisteis un gran trabajo, pero deben recordar que todo en exceso puede ser malo, incluso el agua y el amor que damos a las plantas —dijo con amabilidad—. Este jardín es mágico, y debemos cuidarlo con respeto y moderación.
Jhoan y Hellen aprendieron una valiosa lección ese día. A partir de entonces, cuidaron el jardín con más cuidado, asegurándose de no sobrealimentar a las plantas. Y aunque las plantas ya no cantaban como antes, el jardín seguía siendo un lugar hermoso y lleno de vida, gracias al amor y la dedicación de sus jóvenes cuidadores.
La amistad entre Jhoan, Hellen e Iker se fortaleció, y juntos, siguieron explorando y descubriendo los secretos de la naturaleza, siempre recordando la importancia del equilibrio y el respeto por el mundo que los rodeaba.
Y así, el jardín de la señora Celestia floreció más que nunca, no solo por la magia de Equestria, sino por la magia de la verdadera amistad y la sabiduría compartida.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.