Érase una vez, en un hermoso jardín lleno de colores, cuatro amigos muy especiales: Manzana, una fruta roja y jugosa, Flor, una hermosa margarita que siempre sonreía, Sol, un radiante rayo de luz que iluminaba todo a su alrededor, y Perro, un simpático perrito que adoraba correr y jugar. Estos cuatro amigos vivían en armonía, disfrutando de cada día juntos y compartiendo muchas aventuras.
Un día, mientras jugaban en el jardín, Manzana miró hacia el cielo y vio que las nubes habían comenzado a cubrir al Sol. «¡Oh no! Parece que va a llover», dijo Manzana con un poco de preocupación. «No quiero mojarme». Flor, que siempre estaba alegre, dijo: «No te preocupes, Manzana, la lluvia también es buena. Las flores necesitan agua para crecer». Sol, que brillaba con fuerza, respondió: «¡Exacto! Yo volveré pronto, y cuando lo haga, todo se verá aún más hermoso». Perro, moviendo su cola, ladró emocionado: «¡Vamos a jugar en la lluvia, será divertido!».
Así, decidido a no dejar que la nube les entristeciera, Flor les dijo a sus amigos: «Podemos jugar a correr bajo la lluvia y hacernos garabatos en el barro». Manzana frunció un poco el ceño y dijo: «Pero yo podría ensuciarme y no me gusta eso». Sol, escuchando a sus amigos, dijo: «No te preocupes, Manzana. Puedo hacer que el barro sea más suave y divertido. Solo hay que estar juntos». Perro, sin dudar un segundo, introdujo una gran idea: «¡Hagamos una carrera en el barro! ¡El que llegue al árbol primero, ganará una rica manzana!».
Así, los cuatro amigos se prepararon y, cuando comenzó a llover, corrieron a un gran árbol que estaba en medio de su jardín. Manzana seguía un poco nerviosa sobre ensuciarse, pero Flor, con su radiante energía, decía: «¡Vamos, Manzana! Solo vive el momento». Flor comenzó a girar y moverse bajo la lluvia, riendo feliz. Sol brillaba a través de las nubes y hacía que los colores del jardín se volvieran aún más vivos. Perro ladraba de felicidad y corría por todos lados. De repente, Manzana decidió dejar de lado su preocupación y se unió a sus amigos.
Poco a poco, la lluvia fue cesando, y el jardín se llenó de risas y saltos. Se estaban divirtiendo tanto que ya nadie se preocupaba por ensuciarse. Después de un rato, Sol logró despejar las nubes y emitió un hermoso rayo de luz dorada que iluminó todo el jardín. Manzana, ahora llena de barro, se sintió viva y contenta. Miró a sus amigos y, en ese instante, comprendió que la verdadera diversión estaba en estar juntos.
Cuando la lluvia finalmente se detuvo, los cuatro amigos estaban cubiertos de barro, riendo y jugando. «Mira cómo hemos quedado», dijo Perro, dando vueltas y mostrando su pelaje mojado. «Estamos hechos un lío pero somos los amigos más felices». «Sí», respondió Flor. «La lluvia nos hizo más unidos. Nos ayudó a descubrir la alegría de jugar juntos».
Manzana, aún un poquito preocupada por el barro, sonreía y dijo: «Creo que lo más importante es que compartimos momentos divertidos. Aunque estemos sucios, estamos juntos». Sol, que había estado escuchando, brillaba intensamente y dijo: «La amistad florece como las flores en primavera. Se alimenta de nuestros momentos felices y también de las pequeñas travesuras».
Con la sonrisa en el rostro, Flor se acercó a un pequeño charco que se formó en el jardín y, jugando, comenzó a hacer pequeñas olas con sus pétalos. «Miren, ¡estoy haciendo un lago especial para jugar!», gritó con emoción. Perro, ansioso por unirse, saltó al charco, salpicando agua por todas partes. Manzana y Flor estallaron en risas, mientras que el Sol los miraba con cariño.
Luego, Perro propuso otra idea: «¿Podemos hacer un barco de hojas y jugar con él en el charco?». «¡Sí, eso suena genial!», respondió Flor con alegría. Todos los amigos comenzaron a recolectar hojas grandes y pequeñas para construir su barco. Manzana, sintiéndose creativa, decoró la hoja con flores que había encontrado por el jardín.
Con todos los ingredientes necesarios, formaron un gran barco que flotaba en el charco. Cuando el barco estuvo listo, los cuatro amigos se sentaron alrededor de él, esperando que se hiciera una carrera en el agua. Sol brilló con más fuerza, ayudando al barco a deslizarse suavemente sobre las olas que habían creado.
El barco avanzaba lentamente, y los amigos animaban: “¡Vamos, barco! ¡Tú puedes!” Manzana se sintió emocionada de ver cómo su creación navegaba en el agua. “Miren, ¡está funcionando!”, gritó.
El día pasó riendo y jugando. Cuando el sol empezaba a esconderse, todos se sentaron bajo el árbol, cansados pero felices. «Hoy fue un día increíble», dijo Manzana, mirando a sus amigos. «La lluvia trajo aventura y muchas risas». Flor sonrió y añadió: «Y también nos hizo más fuertes y unidos. La amistad siempre florece, incluso bajo la lluvia».
Perro, con la lengua afuera y agotado, comentó: «Creo que hemos hecho un barco campeón. ¡Qué divertido es jugar juntos!» Sol, que ahora iluminaba el horizonte con tonalidades anaranjadas, finalizó: «Recordad siempre que al final, lo más valioso no son las cosas que hacemos, sino los momentos que compartimos con nuestros amigos».
Y así, en su jardín lleno de color y vida, Manzana, Flor, Sol y Perro aprendieron que la verdadera amistad se fortalece en los momentos de alegría y en los momentos de desafío, y que siempre hay espacio para nuevas aventuras cuando se comparten con los seres queridos. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.