Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valle Alegre. Los pájaros cantaban alegremente y los árboles se movían suavemente con la brisa. En la escuela, los niños estaban emocionados esperando el comienzo de una nueva aventura en su salón de clases. Gael, un niño entusiasta de cabello rizado, Sara, la soñadora con una sonrisa brillante, Pablito, el bromista del grupo, y Valeria, la sabia y creativa, se reunieron en el patio antes de que sonara el timbre.
—¿Qué haremos hoy? —preguntó Gael, saltando de un pie al otro.
—Podríamos contar historias —sugirió Sara, mientras movía su cabello largo y brillante—. Imaginen que somos exploradores en un lugar misterioso.
—Eso suena genial, pero… —Pablito frunció el ceño—. Necesitamos algo más emocionante. ¿Y si hacemos una búsqueda del tesoro?
Valeria, que siempre tenía buenas ideas, se iluminó al escuchar la propuesta de Pablito.
—¡Eso sería increíble! —exclamó—. Podríamos esconder pistas por el salón de clases.
Los cuatro amigos comenzaron a planear lo que sería la búsqueda del tesoro más emocionante. Primero, decidieron que necesitarían un mapa. Valeria se imaginó un viejo mapa de pirata, con dibujos de islas y marcadores para indicar dónde se escondían las pistas. Mientras Valeria dibujaba, Pablito comenzó a pensar en las pruebas que tendrían que superar.
—Podrían ser adivinanzas —dijo, mientras movía sus manos con emoción—. ¡O podríamos hacer desafíos!
—Sí, algo que los haga pensar —acotó Gael, con los ojos brillantes.
Sara, siempre soñadora, sugirió que el tesoro debería ser algo mágico.
—¿Y si encontramos una caja llena de dulces? —propuso—. ¡Esa sería realmente mágica!
Así, comenzaron a crear sus pruebas. Valeria hizo el mapa y Pablito pensó en varias adivinanzas divertidas. Gael se encargó de esconder las pistas en su saloon, mientras Sara dibujaba pequeñas estrellas que servirían de guía. Cuando todo estuvo listo, se sentaron a esperar la llegada de sus compañeros.
A medida que los demás niños iban llegando y se sentaban en sus pupitres, los cuatro amigos no podían contener la risa. Veían cómo Marta, una niña tímida que siempre se sentaba sola, llegaba con una expresión cautelosa.
—¿Podemos invitar a Marta a jugar? —preguntó Valeria, pensando que sería genial incluirla.
—Claro, sería divertido —respondió Sara—. Así tendrá la oportunidad de hacer nuevos amigos.
Cuando Marta se unió a ellos, la energía del grupo se multiplicó. Le explicaron la búsqueda del tesoro y ella, con una gran sonrisa, aceptó ser parte de la aventura.
Así que, cuando el maestro entró al salón, los cuatro amigos se miraron cómplices y, una vez que el maestro les dio la libertad, comenzaron su emocionante búsqueda.
—Recuerden, el primer lugar que buscaremos es detrás de la pizarra —dijo Gael, mientras señalaba el mapa—. Allí está nuestra primera pista.
A medida que se acercaban, Marta observó cómo sus nuevos amigos trabajaban juntos. Les encantaba resolver los enigmas, y trabajaban en equipo de una forma brillante. La pizarra tenía un pequeño papel pegado en la parte de atrás que decía: “Soy ligero como una pluma, aunque no tengo alas. Me llevas en la boca, y a veces en braceo, ¿quién soy?”
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Encuentro en el Amazonas
La Amistad Mágica que Desbloqueó el Bosque Encantado de las Mil Flores
La Gran Aventura de Pingüi, Buggi y Nata
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.