Era un día soleado en el pequeño pueblo de Villa Maravilla. Los árboles bailaban al ritmo de una brisa suave y los pájaros cantaban alegres melodías. En una de las casas de la calle principal, vivía una niña llamada Marta. Marta era una chica curiosa, llena de energía y con una gran imaginación. Siempre soñaba con aventuras increíbles, pero hasta ese día, solo había explorado su vecindario.
Ese mismo día, su mejor amigo, Rodrigo, llegó corriendo a su casa. Rodrigo era un niño curioso, pero a veces un poco temeroso de lo desconocido. Sin embargo, admiraba la valentía de Marta y siempre estaba dispuesto a seguirla en sus aventuras.
—¡Marta! —gritó Rodrigo, con una emoción desbordante—. ¡Tengo una gran idea!
—¿Cuál es? —preguntó Marta, intrigada.
Rodrigo, con un ojo brillante, le explicó que había escuchado rumores sobre un bosque mágico que estaba cerca del pueblo. Según contaban, en ese bosque vivían duendes y brujas, y solo aparecían ante aquellos que eran verdaderos amigos. La idea de conocer criaturas mágicas llenó de entusiasmo a Marta.
—¡Debemos ir! —exclamó Marta, con una sonrisa que iluminó su rostro.
Pero antes de que salieran rumbo al bosque, decidieron invitar a su amiga María, que era conocida por su creatividad y habilidad para resolver problemas. María siempre tenía un plan y su alegría era contagiosa. Al llegar a casa de María, la encontraron dibujando en su cuaderno.
—¡Hola, chicos! —saludó María, al ver a sus amigos—. ¿A dónde van tan entusiasmados?
—¡Vamos al bosque mágico! —respondió Rodrigo, con los ojos brillantes—. ¿Quieres venir?
María dudó por un momento, mirando su dibujo, pero luego sonrió ampliamente.
—¡Por supuesto que sí! Siempre hay espacio para una aventura mágica.
Así que, juntos, se dirigieron hacia el bosque. Mientras caminaban, el sol brillaba sobre sus cabezas, creando un camino dorado que parecía guiarlos. Los árboles comenzaron a hacerse más altos y la luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando sombras danzantes que pintaban el suelo.
Al llegar al inicio del bosque, encontraron un lugar donde los árboles se abrían, dando paso a un claro. Allí, el aire era diferente; era fresco y tenía un olor a flores y tierra. De pronto, escucharon un pequeño susurro.
—¿Lo escuchas? —preguntó Marta, deteniéndose de inmediato.
Rodrigo miró a su alrededor, un poco asustado.
—Quizás son solo los árboles, Marta.
Pero María, siempre alerta, oyó el susurro también.
—No, no es el viento. ¡Es algo más!
Justo en ese momento, un pequeño duende salió de detrás de un tronco. Su piel era verde brillante y tenía grandes orejas puntiagudas.
—¡Hola, amigos! —dijo con una voz chispeante—. ¡Bienvenidos al Bosque de los Duendes!
El duende se presentó como Darío, un guardián del bosque. Los ojos de Marta, Rodrigo y María se abrieron de asombro.
—¿De verdad hay duendes aquí? —preguntó Rodrigo, maravillado.
—Así es, y también hay brujas y otros seres mágicos —respondió Darío mientras daba saltos de alegría—. Pero solo pueden acceder a nuestros secretos aquellos que tengan el corazón puro y la verdadera amistad.
Marta, emocionada, le explicó a Darío que habían venido a explorar el bosque y descubrir sus maravillas.
—Entonces, siganme —dijo el duende mientras les guiaba a través del bosque—. Pero tengan cuidado, porque no todos los seres en este bosque son amistosos.
Los amigos se miraron entre sí, un poco nerviosos pero llenos de valentía, y decidieron seguir a Darío. A medida que avanzaban, el bosque se llenaba de colores vibrantes y sonidos melodiosos. A su alrededor, pequeños insectos brillantes danzaban, y flores de mil colores florecían a lo largo del camino.
—Esto es increíble —susurró María, maravillada por la belleza que los rodeaba.
Tras caminar un rato, llegaron a un claro donde había una gran piedra mágica que brillaba como el sol.
—Esta es la Piedra de la Amistad —dijo Darío—. Quien toca la piedra puede pedir un deseo, pero debe ser un deseo que beneficie a los demás, no solo a uno mismo.
Marta, emocionada, se acercó a la piedra.
—Yo deseo que todos los niños del mundo encuentren la amistad verdadera —dijo con determinación.
Rodrigo y María sonrieron. Era un deseo hermoso. Después, Rodrigo se acercó a la piedra.
—Yo deseo poder ayudar a todos los niños que se sienten solos a encontrar un buen amigo.
Finalmente, fue el turno de María.
—Yo deseo que siempre haya un lugar donde las personas puedan reunirse y compartir su amistad.
Darío sonrió, complacido.
—Sus deseos son puros y reflejan su gran corazón. Esto traerá mucha felicidad al bosque y al mundo exterior.
Pero de repente, el bosque tembló. Una sombra oscura se dibujó sobre ellos y, de entre los árboles, apareció una figura alta y enojada. Era una bruja, con un gran sombrero puntiagudo y una mirada amenazante.
—¿Qué hacen aquí, pequeños intrusos? —gruñó la bruja, mirando a los niños con desdén.
Darío se adelantó.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.