Era un día soleado en un pequeño pueblo donde vivía Julián García Ramos Ávila. Julián era un niño curioso y lleno de energía. Tenía cuatro años y le encantaba explorar su entorno. Sus padres, Mamá y Papá, siempre lo alentaban a aventurarse y aprender cosas nuevas.
Una mañana, mientras Julián jugaba en el jardín de su casa, decidió que era el momento perfecto para conocer a los nuevos vecinos que se habían mudado al lado. Él había visto a un niño de su edad jugando en el patio, y su curiosidad fue más fuerte que el miedo que sentía al conocer a alguien nuevo. Con una sonrisa y un poco de valentía, Julián se acercó a la cerca que separaba las casas.
“¡Hola!” gritó Julián, agitándo su mano con entusiasmo.
El niño que estaba al otro lado de la cerca lo miró con sorpresa, pero luego sonrió. “¡Hola! Soy Leo,” dijo, mientras se acercaba. Leo tenía el cabello rizado y color castaño, y sus ojos brillaban como estrellas. “¿Quieres jugar conmigo?”
“¡Sí!” respondió Julián, apenas podía contener su emoción. “¿Qué quieres jugar?”
Leo pensó un momento y dijo: “Podemos jugar a ser exploradores. He encontrado un árbol muy alto en el parque que parece un gigante. ¡Vamos a verlo!”
Julián estuvo de acuerdo de inmediato. Corrieron a través del jardín, cruzaron la calle y llegaron al parque. Mientras caminaban, Julián sintió que había encontrado en Leo un nuevo amigo. Ambos compartían risas y sueños de aventuras, y eso le hacía sentir muy feliz.
Cuando llegaron al parque, se encontraron frente a un imponente roble. El árbol era tan grande que parecía tocar el cielo. Era el lugar perfecto para su juego de exploradores. Julián y Leo empezaron a rodear el árbol, imaginando que eran valientes aventureros en busca de tesoros en una misteriosa selva.
Mientras exploraban, comenzaron a ver cosas interesantes en el suelo; hojas de diferentes formas y tamaños, ramitas que parecían espadas y piedras que eran tesoros. Recolectaron todo lo que podían encontrar. Julián se agachó y descubrió una piedra brillante. “¡Mira, Leo! ¡Esta piedra parece un diamante!” exclamó, mostrando su hallazgo con una gran sonrisa.
“Es hermosa,” dijo Leo. “Deberíamos guardarla como nuestro tesoro.”
Pasaron horas explorando y jugando, hasta que el sol comenzó a ocultarse en el horizonte y la tarde se volvía noche. Julián miró el cielo y vio cómo las estrellas comenzaban a aparecer. “Creo que es tiempo de regresar a casa,” dijo, un poco triste por tener que dejar el parque.
“Sí,” respondió Leo. “¡Pero mañana podemos volver a jugar!”
Julián se despidió de Leo, y al llegar a su casa, corrió a contarle a Mamá y a Papá sobre su nuevo amigo. “¡Mamá, Papá! ¡Hoy conocí a un niño llamado Leo! Jugamos juntos en el parque y encontramos un tesoro,” dijo emocionado, mientras gesticulaba con las manos.
Mamá sonrió y abrazó a Julián. “Eso suena maravilloso. Estoy muy feliz de que hayas hecho un nuevo amigo. La amistad es un regalo precioso.”
Papá añadió: “Siempre es bueno conocer gente nueva y compartir aventuras. Eso nos hace más fuertes y felices.” Julián se sintió cálido y contento con todo el amor que recibió de sus padres.
Al día siguiente, Julián no pudo esperar para ir al parque y volver a ver a Leo. Desayunó rápidamente, se puso sus zapatos y salió corriendo de casa. Cuando llegó al parque, vio a Leo esperando por él. “¡Hola, Julián!” gritó Leo, agitando la mano con entusiasmo.
“¡Hola, Leo!” respondió Julián, corriendo hacia él. “¿Qué vamos a explorar hoy?”
“Hoy podemos construir un fuerte con las ramas que encontremos,” sugirió Leo, y Julián asintió con la cabeza, emocionado por la idea. Comenzaron a recoger ramas caídas, hojas y un poco de barro para hacer su fuerte. Mientras trabajaban, iban riendo y compartiendo historias. Se dieron cuenta de que aunque eran diferentes, había muchas cosas que les gustaban por igual, como los juegos, las aventuras y los animales.
Después de un rato de trabajo en equipo, lograron construir un fuerte increíble. Se metieron dentro y se sintieron como verdaderos reyes y héroes de su propio mundo. “¡Este es nuestro castillo!” dijo Julián, levantando su espada hecha de una rama. “Defenderemos nuestro castillo de los dragones.”
Leo se echó a reír. “Sí, ¡y si vienen dragones, los espantaremos con nuestro gran rugido!” Y ambos comenzaron a hacer ruidos de dragón, riéndose sin parar.
Sin embargo, mientras jugaban, un pequeño grupo de niños del vecindario llegó al parque. Algunos se acercaron al fuerte de Julián y Leo. “¿Podemos jugar con ustedes?” preguntó una niña con coletas.
Julián y Leo se miraron, sintieron un poco de miedo al principio. “No sé…”, dijo Julián, recordando que a veces, jugar con más niños podía ser diferente. Pero entonces, Leo sonrió y dijo: “¡Claro! Cuantos más seamos, más divertida será la aventura.”
Así que, después de un breve momento de duda, Julián sonrió y asintió. “¡Sí! Todos pueden ser exploradores con nosotros.” A partir de ese momento, el parque se llenó de risas y nuevas ideas. Juntos, construyeron más fuertes, jugaron a la pelota y compartieron historias sobre dragones y caballeros.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.