Érase una vez, en un pequeño y hermoso hormiguero, una hormiguita llamada Paquita. Paquita era muy especial. Tenía un brillo en sus ojitos y una sonrisa que iluminaba el hormiguero. Pero había algo que todos sabían de ella: era muy perezosa. A Paquita le encantaba dormir, jugar y hacer muchas cosas divertidas, pero siempre encontraba una excusa para no trabajar.
Un día, mientras disfrutaba de una agradable siesta, sus amigos hormigas, que siempre eran muy trabajadores, comenzaron a preparar una cena especial para celebrar el fin del verano. “¡Paquita, despierta!” gritó su amiga Carla, asomándose a su pequeña habitación en el hormiguero. “Estamos organizando una cena esta noche, y necesitamos tu ayuda.”
Paquita se estiró y murmuró: “¿Cena? Oh, suena divertido, pero creo que tengo mucho sueño…” Y, con eso, se volvió a acurrucar en su cama de hojas secas. Carla y las demás hormigas se miraron, un poco decepcionadas, pero siguieron con sus planes.
Mientras tanto, el aroma de las delicias que cocinaban las hormigas comenzó a llenar el aire. Paquita, en su profunda siesta, empezó a soñar con galletitas, frutas y miel. El delicioso olor la despertó de golpe. “¡Mmm, qué rico huele!”, exclamó. De repente, se dio cuenta de que había estado perdiendo la oportunidad de ayudar a sus amigos y disfrutar de la comida.
Sin perder más tiempo, Paquita salió de su cama y corrió hacia la cocina del hormiguero. Pero cuando llegó, se encontró con que sus amigos ya estaban por terminar de preparar la cena. Las hormigas estaban felices, riendo y trabajando juntas para hacer la mejor comida posible.
“Hola, Paquita”, dijeron sus amigos al verla. “¡Qué bueno que te despertaste! Pero, lo siento, ya casi estamos terminando.” Paquita se sintió un poco triste al ver que se había perdido la oportunidad de ayudar y de ser parte de la diversión. “Lo siento, amigas. No sabía que se estaba cocinando algo tan delicioso”, dijo con una voz melancólica.
“Podemos compartir la cena contigo”, dijo Carla, tratando de consolarla. Pero Paquita no se sintió mejor. En su corazón, sentía que debería haber estado allí, ayudando desde el principio. Con una lágrima en el ojo, Paquita se alejó un poco, sintiéndose muy sola.
Las hormigas, al notar la tristeza de su amiga, se miraron y decidieron que no podían dejar que Paquita se sintiera así. “¡Esperen un momento!”, dijo Carla. “Vamos a hacer algo especial para Paquita.” Las demás hormigas se animaron y empezaron a pensar en cómo alegrar a su amiga.
Después de un breve momento, se les ocurrió una idea. Mientras Paquita se sentaba en un rincón, las hormigas comenzaron a prepararle un pequeño plato extra, lleno de las cosas que más le gustaban: unas galletitas, un poco de miel y algunas semillas. Cuando el plato estuvo listo, las hormigas se acercaron a Paquita.
“¡Sorpresa, Paquita!” gritaron las hormigas al unísono. “Hicimos esto especialmente para ti. Queremos que sepas cuánto te queremos y que siempre serás parte de nuestro grupo, incluso si no estás trabajando en este momento.” Paquita miró el plato con los ojos llenos de alegría. “¿De verdad? ¡No sé qué decir! Esto es tan hermoso y delicioso”, dijo mientras sonreía.
Las hormigas se sentaron con ella y comenzaron a compartir la comida. Paquita se sintió tan feliz. Comieron galletas, tomaron miel y contaron historias divertidas sobre sus días en el hormiguero. La cena fue un éxito, llena de risas y momentos felices.
“Me siento tan afortunada de tener amigas como ustedes”, dijo Paquita. “A veces, me dejo llevar por la pereza y olvido lo importante que es trabajar juntas. Prometo que la próxima vez seré más rápida y me aseguraré de ayudar.” Sus amigas asintieron, felices de escuchar que su amiga había aprendido una valiosa lección.
Después de la cena, Paquita, Carla y las demás decidieron hacer una actividad especial para celebrar su amistad. Comenzaron a crear decoraciones con hojas y flores, riendo mientras diseñaban adornos coloridos para su hormiguero. Paquita tomó la iniciativa, sugiriendo ideas creativas para hacer que el hormiguero se viera aún más bonito.
A medida que el sol se ponía, el hormiguero brillaba con luces y colores. Paquita se sintió llena de alegría y amor por sus amigas. “Hoy me he dado cuenta de que no se trata solo de ayudar, sino de disfrutar el tiempo que pasamos juntas”, dijo, mientras sus amigas sonreían.
Al caer la noche, las hormigas se acurrucaron en su acogedor hogar, satisfechas y felices. El amor y la amistad entre ellas eran más fuertes que nunca. Paquita prometió que siempre haría su parte, no solo para ayudar, sino también para hacer que cada momento juntas fuera especial.
Desde ese día, la hormiguita Paquita aprendió a equilibrar su tiempo entre la diversión y el trabajo. Siempre recordaría que, aunque la pereza a veces podía parecer tentadora, lo que realmente importaba era la felicidad compartida con sus amigos. Juntas, continuaron creando recuerdos y viviendo aventuras, llenando su hormiguero de risas y amor.
Y así, la hormiguita Paquita se convirtió en un símbolo de amistad en su comunidad, recordando a todos que siempre se debe valorar el tiempo con amigos, incluso cuando la pereza llama a la puerta.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.