Cuentos de Amistad

La Infancia en el Espejo del Tiempo: Un Viaje a Través de las Experiencias Silenciadas de la Niñez Eterna

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de árboles y flores de muchos colores, tres grandes amigos que siempre jugaban juntos: María, Juan y Luna. María era una niña que amaba pintar y siempre llevaba sus pinceles y una caja de colores dondequiera que iba. Juan, por su parte, era un niño tranquilo, con una sonrisa amable, aunque a veces su cuerpo se cansaba rápido porque tenía una enfermedad que lo hacía especial. Luna era una niña muy alegre y le encantaba leer cuentos y contar historias mágicas a sus amigos. Los tres eran inseparables y jugaban en el parque donde había un enorme árbol que parecía tocar el cielo.

Cada día, cuando el sol estaba alto y dorado, María, Juan y Luna se encontraban bajo ese árbol para imaginar aventuras y crear mundos nuevos. Sin embargo, aunque sus juegos eran muy divertidos, a veces ellos sentían que el mundo a su alrededor no entendía bien lo que necesitaban para estar siempre juntos y felices. Juan, por ejemplo, no podía correr mucho ni brincar tan rápido como los otros niños, porque su cuerpo se cansaba más fácilmente. Pero eso no le impedía soñar y reír como cualquier otro.

Una tarde, mientras jugaban a que eran exploradores en un bosque encantado, María tuvo una idea. “¿Y si hacemos un espejo mágico?”, dijo emocionada. “¡Un espejo que nos muestre cómo es la infancia de cada uno de nosotros, con todo lo bueno y lo que a veces es difícil!” Luna abrió sus ojos grandes y brillantes y dijo que eso sería maravilloso. Juan sonrió y añadió que quizá así los demás entenderían mejor cómo es crecer cuando no todos los días se pueden hacer las mismas cosas.

Entonces, todos juntos comenzaron a imaginar ese espejo mágico. Lo imaginaron tan grande como el árbol y tan brillante como el sol de la mañana. En ese espejo, podían ver reflejadas sus risas, sus juegos, pero también sus sueños y las cosas que a veces les costaban. Luna dijo que en ese espejo cada infancia tendría un lugar especial, porque cada niño es único y tiene su propia historia, aunque no siempre se cuente.

Mientras jugaban a crear el espejo, empezaron a hablar de lo que significaba ser niños y cómo muchas veces las personas olvidaban que no todos los niños tienen las mismas experiencias. María, que era muy observadora, dijo que muchas veces ella veía a Juan cansarse y no poder hacer lo mismo que otros niños, pero que eso no hacía que su aventura fuera menos divertida o importante. Al contrario, aprendían a jugar juntos de maneras diferentes, buscando qué les gustaba a los tres y no solo lo que los demás esperaban.

Juan contó que a veces él se sentía un poco triste cuando no podía seguir el ritmo de los demás niños en el parque, pero que con sus amigos se sentía feliz porque ellos lo acompañaban y nunca lo dejaban de lado. Luna, que siempre llevaba muchos cuentos en su mochila, tomó uno y contó una historia sobre un niño llamado Pepe que también tenía que vivir cuidándose mucho, pero que encontraba alegría en las pequeñas cosas y en la compañía de sus amigos.

Las palabras fluyeron como un río suave y los tres amigos se dieron cuenta de que la infancia no es un solo camino, sino muchos caminos caminados juntos. Entendieron que la infancia de Juan era diferente, sí, porque necesitaba tiempo para descansar y porque su cuerpo era especial, pero eso no la hacía menos valiosa o divertida. María contaba que la infancia de Luna, que era llena de cuentos y cuentos, también era única y necesaria para que todos ellos aprendieran a imaginar y a soñar.

Fue entonces cuando Juan tuvo otra idea increíble. “¿Por qué no contamos nuestra historia para que otros niños y niñas la escuchen? Así podrán entender que todos los juegos valen si los hacemos juntos, sin importar cómo seamos.” María y Luna estuvieron de acuerdo y así comenzaron a pensar en cómo compartirían su historia.

Decidieron crear un cuaderno grande donde cada uno dibujaría cosas que les gustaban hacer, lugares en los que se sentían seguros, y momentos que los hacían sonreír. María dibujó un gran arcoíris con todos sus colores mezclados, muy parecido a la amistad que ellos tenían, donde cada color era diferente, pero todos brillaban juntos. Juan pintó un cohete con ruedas porque a veces volar o correr no era tan fácil para él, pero en su imaginación podía viajar a cualquier lugar desde su silla. Luna dibujó un libro abierto con estrellas que salían de sus páginas, porque para ella la magia estaba en las historias que compartía con sus amigos.

Cuando terminaron, llevaron el cuaderno al parque y lo mostraron a otros niños que estaban jugando. Algunos se sentaron a mirar y comenzaron a preguntar sobre los dibujos y las historias. María explicó que no todos los niños juegan igual y que eso estaba bien, porque la amistad es para querer y respetar todas las formas de ser y jugar. Juan contó que tener una enfermedad o ser diferente no es algo malo, solo es una manera distinta de vivir la infancia. Luna habló de la importancia de escuchar y compartir historias, porque así se entiende mejor a los demás.

Poco a poco, más niños se unieron y comenzaron a hablar sobre sus propias experiencias. Algunos tenían historias de juegos en la sombra, otros de tardes con mamá o papá, y algunos de momentos en que estaban cansados o tristes. Todos fueron comprendiendo que la infancia es un tiempo muy especial, lleno de aprendizajes, sueños y también retos que muchos callan. Pero, sobre todo, la infancia es un espacio donde la amistad y la compañía hacen que todo sea mejor.

Esa tarde, bajo el gran árbol, se formó un grupo hermoso de amigos que escuchaban y compartían con respeto y cariño. Y mientras el sol se despedía con colores rosados y naranjas, María, Juan y Luna se miraron felices, sabiendo que su espejo mágico no era un reflejo que mostraba solo su imagen, sino un lugar donde todos podían verse y sentirse aceptados, comprendidos y queridos.

Y así, con risas y abrazos, entendieron que la infancia no solo es lo que se ve en las carreras o en las risas fuertes, sino también en la paciencia, el apoyo y la amistad verdadera, que sabe escuchar y acompañar. Porque ser niño o niña, con o sin diferencias, es tener un corazón que sueña y una mano amiga que siempre está ahí.

Desde ese día, ningún niño ni niña en el pueblo se sintió solo ni diferente de manera triste, porque aprendieron que todas las infancias son valiosas y que compartir la alegría y las dificultades es la mejor manera de crecer juntos. Y mientras jugaban y soñaban alrededor del gran árbol, María, Juan y Luna sabían que su amistad era el verdadero espejo de la infancia, un reflejo lleno de amor, respeto y comprensión.

Y así, en este lugar donde la magia de la amistad era más fuerte que cualquier diferencia, la infancia florecía hermosa y única para cada niño y niña, recordándoles siempre que crecer es un camino que se construye con cariño, respeto y muchas sonrisas compartidas.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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