Era un día soleado y muy bonito. Leo, un niño pequeño con una sonrisa grande, estaba feliz porque iba a jugar en el parque con sus papás. Su mamá y su papá lo tomaban de la mano mientras caminaban hacia el parque cercano a la casa. “¡Vamos, Leo! Hoy vamos a divertirnos mucho”, decía su papá con alegría.
Cuando llegaron al parque, Leo veía muchas cosas lindas: flores de colores, árboles altos y el pasto verde y suave. Lo primero que quiso hacer fue bajar por el tobogán. “Mira, Leo, te ayudo”, dijo su mamá, mientras lo subía a la escalera del tobogán. Leo subía con cuidado, agarrando al lado, y cuando llegó arriba dijo: “¡ya!” y bajó rápido, rápido, con risas grandes mientras tocaba tierra. “Otra vez, otra vez”, pedía contento y su papá lo subió de nuevo.
Después, fue al columpio. Sus papás lo ayudaron a sentarse y lo empujaron suavemente. “¡Más alto, más alto!”, gritaba Leo mientras sentía el viento en su carita. Sus ojos brillaban de felicidad porque le encantaba volar así, casi tocando el cielo con sus manos. Mientras se columpiaba, su mamá y su papá lo miraban con mucho amor.
Cuando bajó del columpio, Leo y sus papás comenzaron a jugar a la pelota. Era una pelota suave y de colores brillantes. Leo la lanzaba con sus manos pequeñas y la atrapaba, siempre con la ayuda de mamá y papá. “¡Buen trabajo, Leo!”, decían ellos, y Leo reía y se sentía muy feliz.
En medio de ese juego divertido, de repente se escuchó un sonido: “¡Guau, guau, guau!”. Leo se detuvo y giró la cabeza. “¿Escuchaste, mami? Eso es un perrito”, dijo señalando hacia un arbusto cerca del banco del parque. Sus papás miraron, y él intentó ir para acercarse al cachorro que ladraba. Pero entonces la voz amable de su papá llamó: “Leo, es hora de ir a casa a comer”. Leo quiso quedarse para ver al perrito, pero sabía que debía hacer caso. Se despidió con la mano y caminó con sus papás hacia casa.
Lo que Leo no sabía era que el perrito pequeño, que se llamaba Gus, había visto a Leo y decidió seguirlo desde lejos. Era un cachorro con el pelito suave y ojos curiosos que miraban al niño con ganas de jugar.
Esa noche, mientras Leo dormía en su cama, escuchó un sonido pequeño, como un lamento: “¡Guau, guau… guau!”. Era el cachorro, Gus, que estaba afuera, cerca de la ventana de Leo, y parecía tener miedo o estar perdido. Leo se despertó, escuchando el perro llorar y ladrar bajito. Su corazón se llenó de tristeza, y pensó: “¿Dónde está Gus? ¿Está solo?”.
Esperó a que sus papás se durmieran para no molestarlos y bajó de la cama con cuidado. Como tenía la puerta un poco abierta, salió de la casa, sin hacer ruido, para buscar a Gus y ayudarlo. “Gus, aquí estoy”, susurró Leo, caminando despacito por el jardín y la calle tranquila. Buscó entre los arbustos y al lado de las flores, llamando al perrito.
Al día siguiente, Leo decidió pedir ayuda. Primero fue a ver a su abuelita, que tenía una casita cerca. Ella era muy cariñosa y siempre cuidaba de él cuando estaba malo o triste. “Abuelita, escuché a un perrito y creo que está perdido. ¿Puedes ayudarme a encontrarlo?”, preguntó Leo con ojos esperanzados. La abuelita lo miró con ternura, pero dijo: “Ay, mi amor, no puedo salir hoy, estoy un poco cansada. Pero podemos buscar juntos un poco”.
Leo y la abuelita salieron al patio, pero no encontraron a Gus. Luego, Leo decidió ir a la casa del vecino, Don Ramón, un hombre grande y amable que siempre saludaba con una sonrisa. “Don Ramón, ¿ha visto un perrito pequeño? Está perdido y necesita ayuda”, dijo Leo con su vocecita dulce. Don Ramón acarició su barba y pensó, pero respondió: “No, pequeñito, no he visto ningún perrito hoy, lo siento”.
Leo no se desanimó. Más tarde, con su mamá, fue a la panadería del barrio, un lugar donde siempre había panes frescos y olores ricos. El panadero, don Julián, era un señor bueno y sonriente. Leo le contó la historia de Gus y cómo quería ayudarlo. Don Julián miró alrededor y respondió: “Hoy no he visto a ningún perrito perdido, Leo. Pero mañana puedo ayudarte a buscarlo”.
Leo se fue a casa un poco triste porque nadie podía ayudarle. Pensaba en Gus, en cómo estaría solo y tal vez con frío. Cuando entró a la sala, vio a sus papás esperándolo con los brazos abiertos. “¿Qué te pasa, Leo? Te ves preocupado”, preguntó su mamá. Leo les contó lo que había vivido, cómo había escuchado al perrito y había ido a pedir ayuda. Sus papás se miraron y dijeron: “Vamos a cuidar a ese perrito juntos”.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.