En un pequeño pueblo rodeado de montañas y valles, vivían dos amigos inseparables llamados Catalina y Diego. Eran tan cercanos que parecían hermanos, y todos en el pueblo sabían que si uno de ellos estaba en apuros, el otro estaría allí para ayudar. Catalina era una niña curiosa y aventurera, con ojos brillantes y cabello castaño claro, mientras que Diego era un poco más tranquilo y reflexivo, con ojos marrones y cabello oscuro.
Un día, mientras exploraban el pueblo, se encontraron con una mujer llamada Sofía, que había llegado hacía poco tiempo atrás. Sofía era una mujer amable y sonriente, con ojos cálidos y cabello grisáceo. Les contó que había venido al pueblo para compartir con ellos una tradición especial llamada Hanukkah, que se celebraba en su país de origen.
Catalina y Diego estaban intrigados y preguntaron a Sofía qué era Hanukkah. Sofía les explicó que era una fiesta judía que se celebraba durante ocho días y ocho noches, y que se encendían velas especiales llamadas «menoras» para recordar un milagro que había ocurrido hacía muchos años. Les contó que, según la leyenda, un pequeño grupo de guerreros judíos llamados macabeos habían derrotado a un ejército muchísimo más grande y había recuperado el Templo de Jerusalén, que había sido profanado por los enemigos.
Sofía les invitó a unirse a ella en la celebración de Hanukkah, y Catalina y Diego aceptaron con entusiasmo. La noche del primer día de Hanukkah, se reunieron en la casa de Sofía, que estaba llena de luces y velas. Sofía les enseñó a encender la menora y a recitar las bendiciones tradicionales. Catalina y Diego se sintieron emocionados y un poco intimidados al principio, pero pronto se sintieron cómodos con la ceremonia.
Mientras encendían las velas, Sofía les contó historias sobre la importancia de la fe y la perseverancia. Les habló de cómo los macabeos habían luchado por su libertad y su religión, y cómo habían confiado en Dios para guiarlos en su lucha. Catalina y Diego escuchaban atentamente, y se dieron cuenta de que la historia de Hanukkah era mucho más que una simple leyenda.
A medida que avanzaban los días de Hanukkah, Catalina y Diego se sintieron más conectados con la comunidad judía del pueblo. Aprendieron a preparar platos tradicionales como los «latkes» (galletas de patata) y los «sufganiyot» (rosquillas), y a cantar canciones en hebreo. La casa de Sofía se convirtió en un lugar acogedor para todos, donde podían compartir historias, reír y disfrutar de la compañía mutua.
Un día, mientras exploraban el pueblo, Catalina y Diego se encontraron con un niño llamado David, que había llegado hacía poco tiempo atrás. David era un niño tímido y reservado, con ojos azules y cabello rubio. Les contó que había perdido a su familia en un accidente y que se sentía solo y abandonado. Catalina y Diego se acercaron a él y le ofrecieron sus amistades. Sofía también se dio cuenta de que David necesitaba ayuda y se unió a ellos para apoyarlo.
Juntos, los cuatro amigos continuaron celebrando Hanukkah. David se sintió agradecido por la amistad y el apoyo que le habían ofrecido, y pronto se sintió parte de la comunidad. La noche del octavo día de Hanukkah, se reunieron en la casa de Sofía para celebrar el final de la fiesta. Encendieron la menora por última vez y se sentaron alrededor de la mesa para disfrutar de un banquete especial.
Mientras comían y reían, Sofía les recordó la importancia de la fe y la amistad. Les dijo que la luz de la menora no solo era una tradición, sino también un recordatorio de que la luz de la fe y la amistad puede iluminar incluso en los momentos más oscuros. Catalina, Diego, David y Sofía se sintieron agradecidos por la amistad que habían compartido durante Hanukkah, y sabían que su conexión sería eterna.
La celebración de Hanukkah había sido un éxito, no solo por la diversión y la comida, sino también por la oportunidad de conectarse con la comunidad y con la fe. Catalina y Diego habían aprendido mucho sobre la tradición judía y habían descubierto la importancia de la amistad y la perseverancia. David había encontrado un nuevo hogar y una nueva familia entre sus nuevos amigos. Y Sofía había compartido su corazón y su tradición con la comunidad.
La luz de la fe y la amistad había brillado durante Hanukkah, y su recuerdo permanecería en los corazones de Catalina, Diego, David y Sofía durante mucho tiempo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.