Desde que tengo memoria, Jake ha sido parte de mi vida. Nos conocimos cuando éramos apenas unos niños, jugando en el parque del barrio. Jake tenía una sonrisa traviesa y un espíritu aventurero que me atraía como un imán. Con el tiempo, nos volvimos inseparables. Construimos una casa del árbol en el gran roble del jardín de mi casa y pasamos horas jugando allí, inventando historias de piratas, exploradores y héroes valientes.
A medida que crecíamos, nuestra amistad se fortalecía. Jake y yo íbamos juntos a la escuela, compartiendo risas y aventuras en el camino. Recuerdo que, en tercer grado, nos asignaron asientos juntos en el aula. Esa fue una de las mejores cosas que nos pudo pasar. Nos ayudábamos con las tareas, aunque a veces terminábamos riendo tanto que no podíamos concentrarnos.
Jake siempre fue mi protector. En una ocasión, cuando un grupo de niños mayores intentó intimidarme, Jake se interpuso y defendió mi honor con valentía. Desde ese momento, supe que podía contar con él en cualquier situación. Y él también sabía que yo siempre estaría ahí para apoyarlo.
Los años pasaron y llegamos a la secundaria. La vida se volvió un poco más complicada, con más responsabilidades y menos tiempo para jugar. Sin embargo, Jake y yo seguíamos siendo mejores amigos. Pasábamos tardes enteras estudiando juntos en la casa del árbol, que ahora estaba equipada con cojines y una pequeña mesa donde podíamos hacer nuestros deberes. La secundaria fue una etapa de cambios, pero nuestra amistad se mantuvo fuerte.
En nuestra última etapa de secundaria, Jake y yo comenzamos a pensar en el futuro. Ambos teníamos grandes sueños. Jake quería ser ingeniero y yo soñaba con convertirme en escritora. Decidimos que sería maravilloso asistir a la misma universidad, para poder seguir apoyándonos mutuamente en la próxima etapa de nuestras vidas. Y así lo hicimos. Aprobamos los exámenes de ingreso y fuimos aceptados en la misma universidad.
La vida universitaria fue una aventura completamente nueva. Jake y yo alquilamos un pequeño apartamento cerca del campus y nos adaptamos rápidamente a la vida universitaria. Estudiábamos juntos, asistíamos a eventos y conocíamos a nuevas personas. Aunque nuestras carreras eran diferentes, siempre encontrábamos tiempo para pasar juntos y hablar sobre nuestros sueños y desafíos.
Durante esos años, nuestra amistad se convirtió en algo más profundo. Comenzamos a darnos cuenta de que nuestros sentimientos iban más allá de la amistad. Una tarde, mientras paseábamos por el parque del campus, Jake tomó mi mano y me confesó que siempre había sentido algo especial por mí. Mi corazón dio un vuelco, porque yo sentía lo mismo. Ese fue el comienzo de una nueva etapa en nuestra relación.
Nos graduamos juntos, con nuestras familias orgullosas celebrando nuestros logros. Jake comenzó a trabajar en una empresa de ingeniería y yo conseguí un trabajo como escritora en una revista local. Decidimos mudarnos a una casa más grande, donde pudimos construir una nueva casa del árbol en el jardín, esta vez con más comodidades y un toque de nostalgia por los viejos tiempos.
Un día, Jake me sorprendió con una cena especial en la casa del árbol. La había decorado con luces y flores, y preparó mi comida favorita. Después de la cena, se arrodilló y me pidió que me casara con él. Con lágrimas de felicidad en los ojos, acepté sin dudarlo. Fue uno de los momentos más felices de mi vida.
Nos casamos en una ceremonia sencilla pero hermosa, rodeados de nuestras familias y amigos más cercanos. La casa del árbol se convirtió en un símbolo de nuestro amor y nuestra historia compartida. Decidimos que queríamos tener hijos y construir una familia tan unida como la nuestra.
Tuvimos dos hijos, un niño y una niña, que llenaron nuestra vida de alegría y risas. Les contamos historias de nuestras aventuras en la casa del árbol y les enseñamos la importancia de la amistad y el amor. Jake y yo nos aseguramos de que nuestros hijos supieran que siempre estaríamos ahí para ellos, como lo habíamos estado el uno para el otro.
A lo largo de los años, enfrentamos desafíos y momentos difíciles, pero siempre los superamos juntos. Nuestra casa del árbol seguía siendo nuestro refugio, un lugar donde podíamos escapar del mundo y recordar por qué nos habíamos enamorado en primer lugar.
Jake y yo envejecimos juntos, viendo cómo nuestros hijos crecían y seguían sus propios sueños. Nos convertimos en abuelos y compartimos la alegría de ver a nuestros nietos jugar en la casa del árbol, como nosotros lo habíamos hecho tantos años atrás.
Un día, mientras estábamos sentados en la casa del árbol, mirando el atardecer, Jake me tomó la mano y me dijo: «Marlene, hemos vivido una vida maravillosa juntos. No podría haber pedido un mejor amigo, un mejor compañero, ni un mejor amor». Lo miré a los ojos y supe que sentía lo mismo. Nuestra vida había sido una serie de aventuras, risas y amor incondicional.
Y así, con el paso del tiempo, la historia de Marlene y Jake se convirtió en una leyenda en nuestra familia. Una historia de amistad que se transformó en amor, de sueños compartidos y de una vida vivida al máximo. Una historia que enseñó a nuestros hijos y nietos la importancia de la lealtad, el apoyo mutuo y el amor verdadero.
Porque, al final, lo que realmente importa no son las cosas materiales ni los logros individuales, sino las personas que amamos y las conexiones que creamos con ellas. Y eso, es algo que Jake y yo entendimos desde el principio.
Fin.




amistad de niños.