Cuentos de Amistad

Sueños Sobre Ruedas

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado por la inmensidad de los campos y bajo el inmenso cielo azul, vivían Bob y Thais, dos amigos inseparables de 14 años con un sueño que compartían entre motores y velocidades. Bob soñaba con convertirse en piloto profesional de F1, mientras que Thais aspiraba a ser ingeniera de coches de carreras. Juntos, pasaban horas en el viejo taller de Don Ricardo, un mecánico jubilado que había visto correr a las leyendas del automovilismo y que veía en Bob y Thais el futuro de este deporte.

Cada tarde, después de la escuela, el taller se convertía en su santuario. Entre herramientas, coches en reparación y el olor a aceite quemado, Bob y Thais trabajaban en el proyecto de su vida: un viejo kart que Don Ricardo les había regalado. Lo estaban modificando con la esperanza de competir en las carreras locales, un pequeño paso hacia el gran sueño de Bob y el proyecto ingenieril de Thais.

Un día, mientras ajustaban el motor del kart, Thais, sin pensarlo, depositó un beso en la mejilla de Bob. El gesto, espontáneo y sincero, dejó a Bob sorprendido. Al caer la noche, y después de una jornada de duro trabajo, Bob, impulsado por un sentimiento que había ido creciendo en su interior, devolvió el gesto con un beso en los labios al despedirse de Thais. Ese momento marcó el inicio de algo nuevo entre ellos, algo que iba más allá de la amistad y los sueños compartidos.

Los días seguían su curso y el gran día de la carrera se acercaba. Bob y Thais trabajaban sin descanso, perfeccionando cada detalle del kart. Thais había diseñado un sistema de enfriamiento innovador, mientras que Bob se había encargado de afinar el motor y mejorar la aerodinámica. Juntos, formaban el equipo perfecto.

La víspera de la carrera, mientras repasaban los últimos detalles, Thais miró a Bob y dijo: «Sin importar lo que pase mañana, ya hemos ganado. Hemos construido algo increíble juntos». Bob asintió, sabiendo que, más allá de la carrera, lo que habían construido juntos era algo que duraría para siempre.

El día de la carrera amaneció claro y soleado. El kart de Bob y Thais, con su brillante pintura y el número 11 en los costados, estaba listo para competir. En la línea de salida, Bob se colocó el casco y miró a Thais, quien le devolvió una mirada llena de confianza y apoyo. El sonido de los motores llenó el aire, y en ese momento, solo existían ellos, su kart y la pista.

La carrera fue intensa. Bob, con su habilidad natural y el kart preparado por Thais, adelantaba a sus competidores uno por uno. Thais, desde los boxes, seguía cada movimiento, cada vuelta, con el corazón en la boca. En la última vuelta, Bob estaba en segunda posición, persiguiendo al líder. En una maniobra audaz, encontró el momento perfecto para adelantar y cruzó la línea de meta en primer lugar.

El triunfo fue celebrado con abrazos y lágrimas de alegría. Don Ricardo, con lágrimas en los ojos, les dijo: «Hoy no solo han ganado una carrera, han demostrado que con pasión y trabajo en equipo, no hay sueño imposible».

Esa noche, bajo las estrellas, Bob y Thais, con el trofeo entre ellos, hicieron una promesa: seguirían trabajando juntos, apoyándose el uno al otro, en la búsqueda de sus sueños. Sabían que el camino sería largo y lleno de desafíos, pero también sabían que, juntos, podrían enfrentar cualquier cosa.

Y así, Bob y Thais continuaron su camino, con el amor y la amistad como sus más grandes aliados, y con la certeza de que, sin importar hacia dónde los llevaran sus sueños, siempre encontrarían el camino de regreso el uno al otro.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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