Érase una vez un niño pequeño y risueño llamado Benjamín, que tenía un hermoso rizo de cabello marrón y ojos que brillaban con la curiosidad de un explorador. Benjamín era el menor de su familia y admiraba mucho a su hermano mayor, Juan Pablo, quien siempre le contaba historias de sus aventuras en la escuela.
Una mañana, mientras el sol se asomaba tímidamente por la ventana, Mamá le dijo a Benjamín que era un día muy especial. «Hoy vas a empezar en la sala cuna, igual que Juan Pablo cuando era pequeño», le explicó con una sonrisa. Benjamín, aunque un poco nervioso, estaba emocionado por aprender y hacer nuevos amigos.
Al llegar a la sala cuna, Benjamín vio un mundo lleno de colores y juguetes. Había bloques para construir torres altas como las montañas, rompecabezas que contaban historias con sus piezas, y libros con dibujos de animales que parecían saltar de las páginas. Su corazón latía de alegría al ver tantas cosas maravillosas.
La maestra, Señora Carmen, lo recibió con un cálido abrazo. «Bienvenido, Benjamín. Aquí vas a jugar, aprender y crecer», dijo con una voz que sonaba como música. Benjamín se sintió seguro y feliz, sabiendo que estaba en un lugar lleno de amor y risas.
Pronto, Benjamín hizo un nuevo amigo, un niño llamado Mateo, que también amaba los dinosaurios y los cohetes espaciales. Juntos, imaginaron viajes a la luna y más allá, construyendo naves espaciales con bloques y contando las estrellas dibujadas en el cielo de papel de la sala.
Cada día, Benjamín aprendía algo nuevo. Aprendió a compartir sus juguetes, a ayudar a sus amigos a levantarse cuando se caían y a decir «por favor» y «gracias», palabras mágicas que hacían sonreír a todos. También aprendió a pintar nubes y a contar los pétalos de las flores dibujadas en los libros.
Mamá y Papá venían a buscarlo al final del día, y Benjamín corría hacia ellos con los brazos abiertos. En el camino a casa, les contaba todo lo que había hecho, las canciones que había cantado y los juegos que había jugado. «¡Hoy aprendí a hacer una torre más alta que yo!», exclamaba con orgullo, y sus padres lo felicitaban con besos y abrazos.
Los días se convertían en semanas, y las semanas en meses. Benjamín creció en ese ambiente lleno de cariño y aprendizaje. Se convirtió en un niño aún más feliz, seguro de sí mismo y lleno de sueños y esperanzas.
Juan Pablo, viendo cuánto había crecido su hermanito, le regaló su juguete favorito, un pequeño coche de carreras. «Para que sigas corriendo hacia tus sueños», le dijo, y Benjamín supo que siempre tendría el apoyo de su familia, no importa cuán alto quisiera volar.
Y así, entre juegos, aprendizajes y cariño, Benjamín no solo se convirtió en un niño feliz en la sala cuna, sino en todo un pequeño gran héroe para todos los que lo conocían. Cada noche, al mirar las estrellas desde su ventana, soñaba con el mañana, sabiendo que cada día es una nueva aventura esperando ser descubierta.
Y en el corazón de su familia, Benjamín siempre sería su pequeño príncipe, amado y celebrado por todas las alegrías que traía a sus vidas.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.