Había una vez un papá llamado Javier, que tenía una hija pequeñita llamada Nena. Desde el primer día que Nena llegó al mundo, Javier la cuidó con todo su amor. Nena siempre se sentía segura y feliz en los brazos de su papá. Cada noche, después de un largo día, Javier acunaba a Nena en su pecho y ella se quedaba dormida, sintiendo el calor y el latido del corazón de su papá.
Nena amaba mucho a su papá. Cada mañana, cuando se despertaba, lo primero que hacía era buscar a Javier con sus ojitos brillantes. Siempre lo esperaba con ansias, deseando verlo entrar por la puerta con una gran sonrisa en su rostro. Javier, por su parte, siempre estaba dispuesto a pasar tiempo con su pequeña Nena, llevándola a pasear, jugando con ella y enseñándole cosas nuevas.
Un día, Javier decidió llevar a Nena al parque. Era un día soleado y el parque estaba lleno de flores coloridas y árboles altos que daban una sombra refrescante. Javier llevó a Nena de la mano y le dijo: «Hoy, mi amor, quiero que intentes hacer las cosas por ti misma. Yo estaré aquí para ayudarte si lo necesitas.»
Nena miró a su papá con un poco de incertidumbre, pero asintió con su cabecita. Javier la llevó a la zona de juegos, donde había columpios, toboganes y una gran área de arena. Nena se acercó al columpio y miró a su papá. Javier le sonrió y la animó: «Vamos, Nena, tú puedes hacerlo.»
Con un poco de esfuerzo, Nena logró subirse al columpio. Javier la empujó suavemente y Nena empezó a reírse a carcajadas mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás. Sentía el viento en su carita y el sonido de las hojas de los árboles moviéndose con la brisa. Cada vez que pasaba frente a Javier, él le sonreía y le decía palabras de ánimo.
Después de un rato, Nena quiso probar el tobogán. Corrió hacia él y subió las escaleras con cuidado. Cuando llegó a la cima, miró hacia abajo y vio a su papá esperándola con los brazos abiertos. Con una gran sonrisa, se lanzó por el tobogán y llegó hasta los brazos de Javier, quien la recibió con un gran abrazo y un beso en la frente.
«Lo hiciste muy bien, mi pequeña Nena,» dijo Javier, lleno de orgullo. «Estoy muy feliz de verte crecer y aprender nuevas cosas cada día.»
Nena abrazó a su papá con fuerza y dijo: «Gracias, papi. Me gusta mucho cuando me llevas al parque y me enseñas cosas nuevas.»
Con el tiempo, Nena fue creciendo y aprendiendo muchas cosas gracias al amor y al apoyo de su papá. Cada día era una nueva aventura y una oportunidad para aprender algo nuevo. Aunque a veces se sentía un poco frustrada cuando no lograba hacer algo a la primera, siempre tenía a Javier a su lado para animarla y ayudarla a intentarlo de nuevo.
Un día, Nena decidió que quería aprender a andar en bicicleta. Javier le compró una bicicleta pequeña y le puso rueditas para que fuera más fácil aprender. Llevó a Nena al parque y, con mucha paciencia, le enseñó cómo pedalear y mantener el equilibrio. Al principio, Nena se caía con frecuencia y se sentía un poco desanimada. Pero Javier siempre estaba allí para levantarla y decirle que lo intentara de nuevo.
Con el tiempo y la práctica, Nena logró andar en bicicleta sin las rueditas. Se sentía tan feliz y orgullosa de sí misma. «Mira, papi, ¡lo logré!» exclamó Nena mientras pedaleaba por el parque.
Javier la miró con una gran sonrisa y dijo: «Estoy muy orgulloso de ti, Nena. Sabía que podías hacerlo.»
Esa noche, como muchas otras, Nena se quedó dormida en el pecho de su papá, sintiendo el amor y la seguridad que siempre le daba. «Te amo, papi,» murmuró Nena antes de quedarse dormida.
«Y yo te amo a ti, mi pequeña Nena,» respondió Javier, acariciando suavemente su cabello.
Y así, día tras día, Javier y Nena compartieron momentos llenos de amor y aprendizaje. Javier siempre estuvo allí para su hija, enseñándole que con amor y paciencia, podía lograr cualquier cosa que se propusiera. Nena creció sabiendo que siempre podría contar con su papá, y que el amor que compartían era un vínculo inquebrantable que duraría para siempre.
Colorín colorado, este cuento de amor ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.