Había una vez en un pequeño pueblito llamado Cielo Alegre, donde los pájaros cantaban y las flores siempre estaban en plena floración. Allí vivía un niño alegre llamado Mateo. Mateo era un niño de cuatro años con una gran sonrisa y una imaginación aún más grande. Siempre pasaba sus días explorando el bosque cercano, jugando con sus amigos y soñando aventuras emocionantes.
Un día, mientras Mateo paseaba por el bosque, se encontró con algo muy especial. Era una cabaña pequeña y acogedora, hecha de madera y decorada con flores de colores brillantes. Curioso, se acercó y tocó la puerta. Para su sorpresa, la puerta se abrió lentamente y apareció una mujer con un trato amable y dulce. Era su madrina, una mujer cariñosa que siempre estaba lista para contarle historias de amor y aventuras mágicas.
—¡Hola, querido Mateo! —dijo la madrina con una sonrisa—. ¿Qué te trae por aquí?
Mateo saltó de alegría y le dijo:
—¡Madrina! He estado explorando el bosque y me encontré con tu cabaña. ¡Es tan bonita!
La madrina sonrió y le dio un cálido abrazo. Mateo siempre apreciaba esos abrazos; eran como un refugio donde se sentía seguro y amado.
—Me alegra que te guste, Mateo. Este lugar es mágico. Aquí puedo contar historias maravillosas. ¿Quieres que te cuente una historia de amor? —preguntó la madrina, guiándolo hacia un cómodo sillón en la cabaña.
Mateo asintió con entusiasmo. Se acomodó en el sillón y miró expectante a su madrina. Ella comenzó a relatar una historia que había oído de su abuela.
Había una vez, en un reino lejano, un príncipe llamado Tomás. Tomás era valiente y generoso, pero también se sentía un poco solo. Un día, mientras paseaba por el bosque, escuchó una melodía hermosa que provenía de un arroyo. Al acercarse, vio a una joven llamada Valentina, que cantaba con una voz tan dulce como la miel. Tenía unos ojos brillantes que reflejaban la luz del sol.
El príncipe se acercó lentamente y le dijo:
—Eres la más hermosa melodía que he escuchado. ¿Cómo te llamas?
Valentina se sorprendió y sonriendo respondió:
—Soy Valentina. Vivo en un pequeño pueblo al otro lado de este bosque. Me encanta cantar entre los árboles.
Tomás quedó fascinado por Valentina y propuso algo inesperado.
—¿Te gustaría venir a mi castillo y cantar para mi familia? Estoy seguro de que les encantarás.
Valentina pensó por un momento, y luego asintió con la cabeza. Juntos, comenzaron a cruzar el bosque, riendo y contando historias mientras caminaban. Con cada paso, se conocían mejor. Tomás le contó acerca de su vida en el castillo, y Valentina le habló de su amor por la música y su familia.
Cuando llegaron al castillo, la familia de Tomás recibió a Valentina con aplausos y sonrisas. Ella cantó para ellos, y su hermosa voz llenó cada rincón del lugar. Todos quedaron encantados, y desde ese día en adelante, cada vez que Valentina venía al castillo, su corazón se llenaba de alegría.
Pero una tarde, una nube oscura apareció en el cielo. Una tormenta se avecinaba, y Valentina tenía que volver a su hogar antes de que comenzara a llover. El príncipe, preocupado, le dijo:
—No te vayas, Valentina. No quiero que te arriesgues por la tormenta. Quiero que te quedes aquí, donde estás a salvo.
Valentina miró al príncipe y, aunque deseaba quedase, sabía que debía regresar a su hogar. Al darse cuenta de cómo se sentía Tomás, le dijo suavemente:
—Yo también quiero quedarme, príncipe Tomás. Pero debo volver. Prometo que volveré a verte.
Tomás se sintió triste, pero entendía su decisión. Le dio un abrazo fuerte, y en ese momento, un ligero viento sopló entre ellos.
—Te extrañaré, Valentina —dijo Tomás con voz apagada.
Ella sonrió y respondió:
—Siempre estaré contigo, aunque estemos lejos.
Ellos se despidieron, y Valentina salió corriendo por el bosque. A pesar de la distancia, ambos sintieron en sus corazones un lazo fuerte, como un abrazo que podía cruzar montañas y ríos.
Mientras tanto, en el pueblo de Valentina, todos esperaban ansiosos su regreso. Se dio cuenta que, aunque amaba cantar, también había encontrado un nuevo amigo especial en Tomás. Desde ese día, cada vez que los vientos soplaban, Valentina escuchaba una suave voz que la llamaba, como si el mismo viento fuera un mensajero de su querido príncipe.
La historia de Tomás y Valentina continuó durante mucho tiempo. A menudo se encontraban en el bosque y compartían hermosos momentos. Cada uno había encontrado en el otro un amor sincero, lleno de risas, melodías y sueños compartidos.
Un día, mientras Mateo escuchaba la historia de su madrina, se sintió un poco triste por Tomás y Valentina. Quería asegurarse de que nunca se separaran de nuevo.
—Madrina, ¿qué pasó después? —preguntó Mateo con curiosidad.
La madrina sonrió y continuó:
—Valentina decidió encontrar una manera de estar siempre cerca de Tomás. Se le ocurrió una idea. Comenzó a escribirle cartas llenas de sus canciones y aventuras, y cada semana, enviaba una carta por medio de un simpático búho llamado Oliver.
Oliver era un búho sabio y travieso que volaba rápido por el cielo, llevando las cartas de Valentina al castillo de Tomás. Cada vez que Oliver aparecía, el corazón de Tomás se llenaba de alegría al recibir noticias de su querida Valentina. Las cartas estaban llenas de palabras de amor, poesía y dibujos del bosque donde se habían conocido.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.