Había una vez, en una ciudad llena de árboles y parques floridos, tres primas que compartían no solo lazos de sangre sino una amistad inquebrantable. Rocío, Antonella y Luna eran más que familia, eran compañeras de aventuras, risas y secretos. Cada una con su personalidad única, pero unidas por un amor inmenso al baile y a los colores del mundo.
Rocío, a quien todos llamaban Rochi, tenía el cabello rizado y oscuro como la noche sin estrellas. Era la más enérgica del trío, siempre lista para liderar una nueva coreografía o inventar un juego. Antonella, o Antito como le gustaba que la llamaran, llevaba siempre puestos unos anteojos grandes que le ayudaban a ver mejor los detalles más hermosos de la naturaleza. Sus ojos se maravillaban con cada matiz del cielo y de las flores que dibujaban el paisaje de Buenos Aires, su hogar. Luna, cariñosamente apodada Lunita, vivía en Córdoba, y aunque las distancias eran un desafío, su conexión era tan fuerte que ni los kilómetros podían debilitarla. Su cabello rubio y liso brillaba bajo el sol como los rayos de luna por los que fue nombrada.
Una mañana de verano, las tres se reunieron en Buenos Aires para celebrar el cumpleaños de Rocío. Decidieron que no habría mejor manera de celebrar que con un festival de baile en el parque más grande de la ciudad. Prepararon sus vestidos más coloridos y se dispusieron a compartir su amor por el baile con todos.
En el corazón del parque, niños y adultos se reunían atraídos por la música y la alegría que emanaban las tres primas. Rocío, Antonella y Luna comenzaron a bailar, sus cuerpos moviéndose al ritmo de la música, sus vestidos girando y creando un torbellino de colores que capturaba la atención de todos los presentes.
La gente se unió, formando un gran círculo alrededor de las niñas. Algunos se animaron a entrar al círculo y seguir los pasos de las primas, que enseñaban con gusto. La risa y el entusiasmo llenaban el aire, haciendo de ese cumpleaños uno inolvidable.
Con cada canción, Rocío, Antonella y Luna exploraban diferentes estilos de baile, desde el tango hasta el folk, pasando por ritmos modernos que hacían que todos quisieran moverse. Era una celebración de la vida, de la familia y de las amistades que se tejían al compás de la música.
Al caer la tarde, después de horas de danza y diversión, las primas se sentaron en el pasto, exhaustas pero felices. Miraron a su alrededor y vieron las sonrisas en las caras de sus nuevos amigos, sintiendo que su amor por el baile había tocado los corazones de muchos.
«¿Sabes qué es lo mejor de bailar?», preguntó Luna con una sonrisa pícara.
«¿Qué?», respondieron Rocío y Antonella al unísono, curiosas.
«Que cuando bailamos, no solo movemos nuestros cuerpos. Movemos emociones, historias y colores. Cada paso de baile es un pincelazo en el lienzo del aire», explicó Luna, sus ojos brillando con sabiduría más allá de sus años.
Las tres primas se abrazaron, prometiendo que cada reunión tendría su momento de baile, su momento de compartir alegría y color con el mundo. Y así, cada vez que se juntaban, ya sea en Buenos Aires o en Córdoba, el cielo se teñía de los colores de sus vestidos, de sus risas y de sus sueños.
Y así, entre pasos de baile y abrazos, el verano se despidió, dejando en cada corazón la promesa de más encuentros, más bailes y más colores. Porque en el baile, como en la vida, lo importante es moverse con el corazón y pintar el mundo con los colores del amor y la felicidad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.