En una pequeña ciudad, alejada del bullicio de la gran urbe, había una tienda de antigüedades que la gente solía pasar por alto. Estaba en una esquina tranquila, con un letrero viejo y desgastado que apenas podía leerse: «Curiosidades de Antaño». Nadie sabía muy bien quién era el dueño, pero los pocos que entraban contaban historias extrañas sobre objetos que parecían tener vida propia. Entre esos objetos, el más misterioso era un espejo antiguo, cubierto de polvo y con detalles dorados que parecían brillar en la penumbra de la tienda.
Leah, una joven de 14 años, siempre había sido curiosa. Le encantaba explorar lugares nuevos y desconocidos, y aquella tienda, aunque lúgubre y algo tétrica, la atraía de una forma inexplicable. Un día, después de salir de la escuela, decidió entrar y descubrir qué secretos escondía.
La puerta crujió al abrirse, y una campana sonó en algún lugar del fondo. El aire dentro de la tienda olía a polvo, pero también había algo más, un aroma dulce y misterioso, como flores que sólo florecen en los sueños. Leah caminó entre los pasillos estrechos, observando relojes antiguos, libros viejos y lámparas de aceite. Pero lo que más llamó su atención fue un espejo grande, apoyado contra la pared, cubierto por una tela desgastada.
Con cuidado, Leah apartó la tela, revelando el espejo en todo su esplendor. Era más antiguo de lo que imaginaba, con un marco dorado decorado con símbolos que no reconocía. Pero lo que la sorprendió no fue su apariencia, sino lo que vio en su reflejo. En lugar de solo su imagen, el espejo reflejaba dos figuras más: Axel y Brayan, dos chicos que conocía de la escuela.
Axel era tranquilo y amable, siempre sonriendo y ayudando a los demás. Brayan, en cambio, era más reservado, pero había algo en sus ojos que lo hacía parecer profundo, como si escondiera un mundo de pensamientos y sentimientos. Ambos chicos parecían estar mirando a Leah con una expresión de ternura, como si quisieran decirle algo, pero sus labios no se movían.
Leah parpadeó, confundida. ¿Cómo era posible que Axel y Brayan estuvieran en el espejo, si no estaban en la tienda? Miró a su alrededor, pero no había nadie más. Volvió a mirar el espejo, y ahí seguían, pero esta vez, algo era diferente. El reflejo de Axel sonreía de una forma que nunca antes había visto, y Brayan extendía una mano hacia ella, como si quisiera tocar el cristal.
—¿Qué es esto? —susurró Leah, más para sí misma que para alguien más.
De repente, escuchó una voz suave detrás de ella.
—Es el Espejo de los Deseos de Amor.
Leah se giró rápidamente y vio a una anciana parada en la entrada de la tienda. Tenía el cabello canoso y vestía una túnica larga y colorida. Sus ojos brillaban con una sabiduría antigua, como si hubiera vivido cientos de años.
—¿El espejo de los deseos? —preguntó Leah, aún sin entender del todo.
La anciana asintió lentamente.
—Este espejo tiene el poder de cumplir los deseos más profundos de tu corazón. Pero cuidado, los deseos que se piden aquí siempre están relacionados con el amor, y no siempre se cumplen de la manera que uno espera.
Leah frunció el ceño, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Siempre había oído historias de objetos mágicos, pero nunca creyó que algo así pudiera ser real. Y sin embargo, ahí estaba, frente a ese espejo, viendo a Axel y Brayan reflejados de una manera imposible.
—¿Y si… pido un deseo? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y temor.
La anciana sonrió, como si hubiera esperado esa pregunta.
—Eso depende de ti. Pero recuerda, los deseos siempre tienen consecuencias.
Leah se quedó en silencio, mirando el espejo. Sabía que tenía sentimientos por Axel. Siempre había sentido una conexión especial con él, algo que no podía explicar. Con Brayan era diferente; su amistad era profunda, pero nunca había pensado en él de esa manera. Y sin embargo, en ese momento, ambos estaban allí, en el espejo, como si su corazón estuviera dividido entre dos caminos.
Sin pensarlo mucho más, Leah cerró los ojos y formuló un deseo en su mente: «Quiero saber quién de los dos es mi verdadero amor».
Cuando abrió los ojos, algo había cambiado. El reflejo de Axel y Brayan comenzó a desvanecerse, y el espejo volvió a reflejar solo su imagen. Leah se quedó inmóvil, esperando alguna señal, algo que le dijera si su deseo se había cumplido.
Los días pasaron, y Leah no podía dejar de pensar en el espejo. Seguía viendo a Axel y Brayan en la escuela, pero algo era diferente. Ambos parecían más cercanos a ella, como si una energía invisible los hubiera unido de alguna manera. Axel comenzó a hablarle más, a invitarla a estudiar juntos, y Brayan, aunque seguía siendo reservado, también empezó a mostrarle más atención, sonriendo cuando cruzaban miradas.
Leah se sentía confundida. Ambos chicos la hacían sentir especial, pero ¿cómo saber cuál era el amor verdadero? El deseo que había pedido parecía complicar las cosas aún más. Era como si el espejo hubiera escuchado su deseo, pero en lugar de darle una respuesta, le había dado una elección.
Un día, mientras caminaba hacia la tienda de antigüedades con la intención de encontrar respuestas, se encontró con Axel en el camino.
—Leah, he estado pensando… —dijo Axel, nervioso—. Me gustaría invitarte al parque este fin de semana. Solo tú y yo.
Leah lo miró sorprendida, sintiendo que su corazón latía con fuerza. Axel era dulce y siempre había sentido algo por él, pero antes de poder responder, escuchó otra voz detrás de ellos.
—Leah, ¿puedo hablar contigo un momento?
Era Brayan, con una expresión seria pero sincera. Parecía que él también tenía algo importante que decir.
Leah se sintió atrapada. Dos caminos frente a ella, dos corazones que la hacían sentir especial. No sabía qué hacer, así que decidió seguir su instinto.
—Lo siento, Axel —dijo suavemente—. Necesito un momento.
Se dirigió hacia Brayan, quien la llevó a un rincón tranquilo del parque. Se quedaron en silencio por un momento, hasta que él habló.
—Leah, sé que no siempre he sido el más abierto contigo, pero… he estado pensando mucho, y me importas más de lo que imaginaba. Quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase.
Sus palabras eran sinceras, y Leah sintió algo en su corazón que nunca antes había sentido con él. Era diferente a lo que sentía por Axel, pero igual de fuerte. Brayan no era perfecto, pero había algo en su honestidad que la tocaba profundamente.
Leah no respondió de inmediato. Sabía que el espejo había cumplido su deseo, pero de una manera que nunca había esperado. No se trataba de que uno de ellos fuera el «correcto», sino de que el amor no siempre es sencillo. A veces, el verdadero amor no es solo lo que sentimos por alguien, sino lo que aprendemos de nosotros mismos en el proceso.
Al final, Leah comprendió que no necesitaba elegir de inmediato. El amor, como el espejo, reflejaba muchas cosas, pero la respuesta estaba en su propio corazón. Sonrió, sabiendo que, con el tiempo, descubriría cuál camino seguir.
Y así, con el corazón más ligero, Leah decidió dejar que el tiempo y su propio sentir le revelaran la verdad, porque el verdadero amor no siempre se encuentra de inmediato, sino que se descubre paso a paso. Durante las semanas siguientes, Leah se permitió vivir cada momento con más tranquilidad, sin la presión de elegir entre Axel y Brayan. Sabía que ambos chicos significaban mucho para ella, pero también comprendía que las relaciones no podían forzarse. El amor tenía su propio ritmo, y no tenía que apresurarlo.
Con Axel, las cosas continuaban siendo dulces y fáciles. Él seguía invitándola a pasar tiempo juntos, y Leah disfrutaba de su compañía. A menudo iban al parque después de la escuela, compartían risas, y Axel siempre tenía una broma o comentario que la hacía sonreír. Era como si el mundo fuera más brillante cuando estaba con él, como si todo fuera un poco más sencillo. Leah se sentía cómoda, pero al mismo tiempo, algo en su interior no terminaba de convencerse de que aquello era todo lo que buscaba.
Por otro lado, Brayan continuaba siendo más reservado, pero había algo en su silencio que la atraía. Cuando estaban juntos, no siempre había risas fáciles ni bromas continuas, pero sí una conexión más profunda, como si él entendiera las partes más complejas de ella sin necesidad de muchas palabras. A veces, simplemente caminaban juntos en silencio por los pasillos de la escuela, y aunque no hablaran mucho, Leah sentía que esos momentos con Brayan eran igual de significativos que los que compartía con Axel.
Un día, mientras caminaba sola por el bosque cerca de su casa, Leah se encontró pensando en el espejo de los deseos de amor. Desde aquel primer día en la tienda de antigüedades, no había regresado a ver el espejo, y se preguntaba si tal vez debería hacerlo. ¿Le habría dado el espejo alguna pista que no había notado? ¿O acaso su deseo ya se había cumplido y simplemente necesitaba aceptarlo?
Decidida, Leah tomó el camino que la llevaba de regreso a la tienda de antigüedades. La campana en la puerta sonó de nuevo cuando entró, y el familiar olor a polvo y magia la envolvió. Esta vez, la tienda parecía más silenciosa, como si los objetos a su alrededor la observaran en secreto, esperando a ver qué haría.
Se acercó al espejo, y allí estaba, igual que la última vez: grande, antiguo, con su marco dorado lleno de intrincados detalles. El reflejo de Leah la miraba con los ojos llenos de preguntas. ¿Qué esperaba encontrar esta vez? No lo sabía, pero estaba dispuesta a escuchar lo que el espejo tuviera que decirle.
—Estoy aquí otra vez —susurró Leah, como si el espejo pudiera escucharla.
Por un momento, nada sucedió. El reflejo simplemente mostraba su imagen. Pero entonces, poco a poco, las figuras de Axel y Brayan aparecieron nuevamente a su lado en el reflejo. No estaban sonriendo como antes, ni extendían sus manos hacia ella. En lugar de eso, ambos la miraban con expresiones más serenas, más maduras. Como si supieran que esta vez, Leah no estaba buscando respuestas inmediatas, sino entendimiento.
El corazón de Leah latía con fuerza mientras miraba fijamente el reflejo. Algo estaba a punto de revelarse, lo sentía. Y entonces, casi como un susurro, las palabras vinieron a su mente: «El amor verdadero no es una decisión apresurada, sino un sentimiento que crece con el tiempo. Deja que tu corazón guíe el camino».
Leah cerró los ojos y respiró hondo. Al abrirlos, el reflejo había vuelto a ser normal, mostrando solo su imagen. No había respuestas claras, ni señales mágicas que le dijeran qué hacer, pero algo dentro de ella había cambiado. El espejo no le había dado una respuesta definitiva, pero le había recordado que el amor no era algo que se pudiera controlar o entender de inmediato. Tenía que permitir que se desarrollara de manera natural, sin apresurarse a tomar una decisión.
A partir de ese momento, Leah decidió que seguiría disfrutando de la compañía de ambos chicos sin preocuparse por el futuro inmediato. Sabía que sus sentimientos por Axel y Brayan podían cambiar con el tiempo, o tal vez no, pero eso estaba bien. Lo importante era ser sincera consigo misma y con ellos.
Los meses pasaron, y la vida de Leah siguió su curso. Axel seguía siendo su compañero de risas y momentos ligeros. A veces, Leah se preguntaba si lo que sentía por él era más una amistad profunda que un amor romántico, pero no tenía prisa por etiquetar lo que compartían. Disfrutaba de su presencia, de la sencillez que él le ofrecía, y sabía que Axel también valoraba su amistad.
Por otro lado, Brayan seguía sorprendiéndola con pequeños gestos que hablaban de una conexión más profunda. En una ocasión, Leah se sintió abrumada por las tareas escolares y los problemas en casa, y Brayan, sin decir mucho, se ofreció a caminar con ella por el parque. No intentó resolver sus problemas ni decirle que todo estaría bien. Simplemente estuvo allí, acompañándola en silencio, y eso fue suficiente para que Leah se sintiera comprendida y apoyada.
Poco a poco, Leah empezó a darse cuenta de que, aunque tenía sentimientos especiales por ambos chicos, había algo en Brayan que resonaba más profundamente en su corazón. No era solo la forma en que él la hacía sentir segura, sino también el hecho de que juntos compartían una conexión que iba más allá de las palabras. Era un amor que no necesitaba ser expresado a cada momento, sino uno que se sentía en los gestos más pequeños.
Una tarde, mientras caminaban juntos después de la escuela, Leah sintió que era el momento adecuado para hablar con Brayan.
—Brayan, he estado pensando mucho en nosotros —dijo con suavidad—. Y sé que puede que esto suene extraño, pero siento que contigo… es diferente. No es que con Axel no sea importante, pero contigo es algo más profundo, algo que no puedo ignorar.
Brayan la miró por un momento, sus ojos llenos de sinceridad.
—Leah, yo también lo he sentido. Siempre me ha costado expresarlo, pero desde el primer momento en que nos conocimos, he sabido que hay algo especial entre nosotros. No quise forzarlo, porque creo que las mejores cosas suceden cuando las dejamos ser.
Leah sonrió, sintiendo un alivio profundo. Finalmente, había encontrado una respuesta, pero no gracias al espejo, sino a su propio corazón.
—Entonces, ¿seguimos caminando juntos? —preguntó Leah, extendiendo su mano hacia Brayan.
Brayan sonrió y tomó su mano con suavidad.
—Sí, siempre.
Y así, mientras el sol comenzaba a ponerse y el cielo se teñía de colores cálidos, Leah y Brayan caminaron juntos, sabiendo que, aunque el amor no siempre se entiende a la primera, lo importante es seguir el camino con paciencia y confianza.
FIN.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.