En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía un joven llamado Julio. Julio era un chico de cabello castaño y ojos llenos de curiosidad. Pasaba sus días explorando los alrededores, buscando nuevas aventuras y siempre con una libreta en mano para anotar sus descubrimientos. Le encantaba la naturaleza y encontraba en ella un refugio donde podía soñar y pensar en silencio.
En el mismo pueblo, vivía una niña llamada Eglis. Ella era una joven de cabello rubio y sonrisa radiante. Su alegría era contagiosa y todos en el pueblo la conocían por su amabilidad y disposición a ayudar a los demás. Le gustaba pasar tiempo en el parque, cuidando de las flores y jugando con los animales que por allí pasaban.
Desde que eran pequeños, Julio y Eglis se conocían. Habían crecido juntos y compartido muchas experiencias, pero a medida que crecían, sus caminos comenzaron a divergir. Mientras Julio se sumergía en sus exploraciones solitarias, Eglis se rodeaba de amigos y disfrutaba de la compañía de todos. Sin embargo, había algo que Julio nunca había confesado: desde siempre había sentido un cariño especial por Eglis, un sentimiento que iba más allá de la amistad.
Un día de primavera, mientras Julio paseaba por el parque, vio a Eglis sentada en un banco, riendo junto a un grupo de amigos. Sintió una punzada de celos al ver que uno de los chicos, un joven llamado Marcos, parecía tener una conexión especial con ella. Marcos era popular y simpático, y Julio no podía evitar compararse con él. Se sentía inseguro y pensaba que nunca podría competir con alguien como Marcos.
A pesar de sus inseguridades, Julio decidió que debía hacer algo para acercarse a Eglis. Quería que ella supiera lo que sentía, aunque tenía miedo de que no fuera correspondido. Pasó varios días planeando cómo decírselo, ensayando palabras frente al espejo y escribiendo cartas que nunca enviaba. Finalmente, decidió que la mejor manera de expresar sus sentimientos era a través de algo que ambos amaban: la naturaleza.
Julio pasó varias semanas trabajando en secreto en un pequeño jardín que había encontrado en un rincón escondido del parque. Plantó flores de todos los colores y creó un camino de piedras que llevaba a un banco rodeado de arbustos en flor. Cada detalle estaba pensado con cariño y dedicación. Quería que ese lugar fuera especial, un reflejo de sus sentimientos por Eglis.
Una tarde, cuando todo estuvo listo, Julio se armó de valor y fue a buscar a Eglis. La encontró en su lugar habitual, rodeada de amigos, pero esta vez se acercó sin titubear. «Eglis, ¿puedes venir conmigo un momento? Quiero mostrarte algo», dijo, tratando de mantener la voz firme. Eglis lo miró con curiosidad y, con una sonrisa, se despidió de sus amigos para seguir a Julio.
Caminaron en silencio hasta llegar al jardín secreto. Eglis estaba sorprendida y maravillada por lo que veía. «Julio, esto es hermoso», dijo mientras miraba a su alrededor. «¿Lo hiciste tú?» Julio asintió, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. «Sí, lo hice para ti. Quería mostrarte cuánto me importas y lo especial que eres para mí.»
Eglis se quedó en silencio por un momento, mirando a Julio con ojos llenos de emoción. «Julio, no sé qué decir. Esto es lo más bonito que alguien ha hecho por mí.» Julio tomó aire y continuó: «Eglis, siempre he sentido algo más que amistad por ti. Me importas mucho y quería que lo supieras, aunque sé que puede que no sientas lo mismo.»
Eglis sonrió y tomó la mano de Julio. «Julio, tú también eres muy especial para mí. Siempre has sido mi amigo y siempre he valorado tu compañía. Lo que has hecho aquí demuestra cuánto te importo y eso significa mucho para mí. Pero también debo ser honesta contigo. Mis sentimientos por Marcos son fuertes y necesito tiempo para entenderlos.»
Julio sintió una mezcla de emociones. Por un lado, estaba feliz de haber expresado sus sentimientos y saber que Eglis lo valoraba. Por otro, sentía una tristeza al saber que ella tenía sentimientos por otra persona. Pero decidió que lo más importante era ser un buen amigo y apoyar a Eglis en lo que ella necesitara.
A partir de ese día, Julio y Eglis pasaron más tiempo juntos en el jardín secreto. Hablaron de sus sueños, miedos y esperanzas. Julio aprendió a aceptar sus sentimientos y a disfrutar del tiempo que compartían sin esperar nada a cambio. Eglis, por su parte, valoraba la sinceridad y el cariño de Julio, y se dio cuenta de que tenía en él a un amigo incondicional.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.