Cuentos de Amor

El Silencio que Dejó mi Compañero de Siempre

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Había una vez un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques densos, donde los animales hablaban y las flores sonreían al sol. En este pintoresco lugar vivía un joven llamado Ares. Ares era un niño muy especial, con una gran imaginación y un corazón lleno de amor para compartir. Le encantaba explorar el bosque, recoger flores y dibujar en su cuaderno aquellas maravillas que encontraba a su alrededor. Pero lo que más amaba en el mundo entero era a su mejor amigo, un adorable perro llamado Max. Max era un perro de pelaje dorado que siempre estaba a su lado, corriendo, brincando y, por supuesto, ladrando con alegría.

Un día soleado, Ares decidió que era el momento perfecto para una gran aventura en el bosque. Había escuchado rumores sobre un lugar mágico que estaba escondido más allá de la colina, donde los árboles susurraban secretos y las estrellas danzaban en la noche. Con su mejor amigo Max a su lado, Ares tomó su mochila, llenándola con unas galletas y su cuaderno de dibujo. «Vamos, Max, ¡el mundo nos espera!», exclamó emocionado.

Los dos amigos comenzaron a caminar y, con cada paso que daban, el canto de los pájaros y el murmullo del viento hacían melodía en sus corazones. Después de un rato, llegaron a un claro en el bosque, donde los rayos del sol atravesaban las hojas y creaban un hermoso espectáculo de luces. Ares se sentó en la hierba suave y sacó su cuaderno. «Voy a dibujar este lugar tan mágico», dijo mientras Max se tumbaba a su lado.

Mientras dibujaba, Ares notó algo extraño. No muy lejos de él, había un pequeño árbol que parecía moverse de forma curiosa. Intrigado, se acercó con Max y descubrió que no era un árbol, sino una tortuga que intentaba alcanzar una flor que había crecido en la parte superior de una piedra. La tortuga parecía muy concentrada pero no podía llegar a aquella deliciosa flor.

«¡Hola! ¿Necesitas ayuda?», preguntó Ares de manera amistosa.

La tortuga alzó la vista, sorprendida de que alguien la hubiera encontrado. «Sí, por favor. Soy Tula, y he estado tratando de alcanzar esa flor tan hermosa, pero no puedo llegar. Me haría muy feliz disfrutar de su néctar», contestó Tula con una voz suave.

Ares pensó durante un momento y luego sonrió. «No te preocupes, Tula. ¡Yo te ayudaré!» Con mucho cuidado, levantó a Tula y la colocó sobre la piedra, ayudándola a alcanzar la tan anhelada flor. Tula, emocionada, hizo una pequeña danza de felicidad al probar el néctar dulce. «¡Gracias, Ares! Eres muy amable. ¿Te gustaría quedarte a jugar un rato?»

Ares miró a Max, quien movía la cola con entusiasmo, y decidió que sí. «¡Claro! Max y yo estaríamos encantados de jugar contigo.»

Entonces, Ares, Max y Tula pasaron la tarde jugando en el claro, corriendo alrededor de los árboles, buscando más flores y saltando sobre piedras. Lo pasaron tan bien que Ares pensó que nunca había sido tan feliz. Al caer el sol, Ares se sentó nuevamente y sacó su cuaderno, ahora lleno de bocetos de sus aventuras del día, incluida una hermosa ilustración de Tula.

Tula miraba los dibujos con curiosidad. «Eres muy talentoso, Ares. ¿Hay algo más que te gustaría dibujar?», preguntó.

«Me encantaría poder dibujar las estrellas esta noche», dijo Ares con nostalgia. Había oído que las estrellas del lugar mágico tenían formas especiales y contaban historias.

«Podemos tener una noche de estrellas juntos», sugirió Tula. «Conozco un lugar en el bosque donde puedes verlas mejor. Además, tengo una amiga que podría unirse a nosotros».

Ares sonrió, emocionado por la idea. «¿Quién es tu amiga?»

«Se llama Lila, es una luciérnaga muy simpática», respondió Tula. «Vive en la parte más oscura del bosque, pero le encanta salir por la noche».

Así, bajo un cielo que se oscurecía poco a poco, los tres amigos se pusieron en marcha. Mientras caminaban, Ares preguntaba a Tula y Max sobre todo: sus sueños, sus aventuras pasadas, sus cosas favoritas. Tula compartió historias sobre cómo había explorado el bosque y Max ladra que estaba de acuerdo y enérgicamente movía su cola en señal de aprobación.

Tras un corto trayecto, llegaron a un pequeño claro iluminado por millones de luciérnagas danzando, creando un espectáculo de luces. «¡Es hermoso!», exclamó Ares, maravillado. En ese momento, Lila apareció. Era una luciérnaga brillante con un destello encantador.

«Hola, Tula, ¿quieres invitar a tus amigos a jugar?», preguntó Lila, su luz titilando con alegría.

Todos se presentaron y pronto comenzaron a bailar y a reír, rodeados de la magia del claro iluminado. Ares, lleno de felicidad, disfrutaba de cada momento. De repente, Lila sugirió: «¡Hagamos una carrera! La primera en llegar al árbol grande gana».

Ares, Tula y Max se alinearon, listos para empezar. «¡Listos, listos, ya!», gritó Lila, y salieron corriendo en diferentes direcciones. Ares se sentía ligero como una pluma, riendo y disfrutando del viento en su rostro.

Al llegar al árbol, se dio cuenta que algo no estaba bien. De repente, Max dejó de correr y comenzó a ladrar hacia el bosque. «¿Qué ocurre, Max?», preguntó Ares, preocupado.

Max lo miró con los ojos grandes y asustados. Ares se acercó y, de repente, vio una sombra en el bosque. Fue entonces cuando recordó que estaba en una parte del bosque que no conocía. «Tula, Lila, ¿qué es eso?», preguntó Ares, su voz temblando un poco.

«Es solo el lado del bosque que está cubierto por sombras. No tengas miedo», respondió Tula, tratando de tranquilizarlo.

Sin embargo, justo en ese momento, la sombra se movió rápidamente, y de allí salió un pequeño búho. «¡Hoo! ¿Qué estáis haciendo por aquí, amigos?», preguntó el búho con curiosidad.

Ares soltó un suspiro de alivio. «¡Eres solo un búho! Estamos disfrutando de la noche», respondió. El búho, cuyo nombre era Olmo, se unió a ellos, maravillado por el entusiasmo y la risa del grupo.

«Cuenten sus historias, yo sé muchas», dijo Olmo con un guiño. Así, rodeados por las luces centelleantes de las luciérnagas, comenzaron a intercambiar historias. Ares les habló sobre su vida en el pueblo, sus sueños y los gráficos que había creado. Tula contó sobre sus travesuras en el bosque, mientras que Lila iluminaba los lugares oscuros con su luz.

Pasaron horas, y cuando el sueño comenzó a hacer efecto, Ares decidió que era hora de regresar a casa. «Me divertí tanto esta noche, amigos. Gracias por la aventura», dijo Ares mientras les sonreía.

«Siempre seré tu amiga, Ares», afirmó Tula inyectando dulzura en su tono.

Y mientras volvían hacia casa, sintió un silencio especial en su corazón. Aunque no sabía si volverían a tener una aventura como aquella, sabía que siempre guardaría esos momentos en su corazón. Aquellas amistades tan valiosas, el amor por la naturaleza y sus sueños, formarían parte de su vida para siempre.

Cuando finalmente llegó a casa, Ares se acomodó en su cama, pensando en el grupo con el que había compartido esa noche mágica. A través de la ventana, vio las estrellas que brillaban en el cielo y recordó que todos ellos eran parte de una linda historia, así como su amistad lo era. Cerró los ojos y sonrió, leyendo en su mente las palabras que un día volvería a dibujar en su cuaderno: el amor, la amistad y las aventuras siempre permanecen, incluso después de que el silencio envuelva todo.

Y así, Ares comprendió que a veces, el silencio no es vacío. Es el eco de las risas compartidas, de los momentos vividos y el amor que permanece para siempre en nuestros corazones.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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