Aitana era una niña de cinco años, llena de alegría y siempre dispuesta a regalar una sonrisa a todos. Pero una mañana, se despertó con el corazón agitado y los ojos aún pesados de sueño. Había tenido un sueño extraño y triste, donde todas las personas que conocía habían perdido sus sonrisas.
En su sueño, Aitana caminaba por un mundo en gris, donde las calles estaban llenas de gente con rostros largos y ceños fruncidos. Su mamá, que siempre la recibía con una sonrisa brillante cada mañana, ahora solo mostraba una cara de preocupación y prisa. Su papá, que solía contarle chistes mientras cenaban, miraba el periódico con una expresión seria y distante. Su hermano, con quien compartía risas y juegos, no reaccionaba a sus bromas y su maestra, siempre tan amable, parecía tener una máscara de indiferencia.
Esta visión la dejó confundida y triste, y en el sueño, comenzó a llorar bajo un cielo nublado, sintiéndose sola e incomprendida. La tristeza era tan grande que Aitana temía que nunca volvería a ver una sonrisa de nuevo.
Pero entonces, algo maravilloso ocurrió. Aitana despertó. La luz del sol entraba a raudales por la ventana de su habitación, bañando todo con un brillo dorado y cálido. A su alrededor, sus muñecos de peluche parecían sonreírle desde sus estantes y el rincón de juegos. Aliviada, se dio cuenta de que solo había sido un sueño.
Bajó corriendo las escaleras, encontrando a su madre en la cocina. «¡Mamá!» gritó Aitana, y como si fuera magia, la sonrisa de su madre iluminó la habitación. «Buenos días, cariño», dijo su madre con una voz que llevaba en sí misma el calor del mundo. Aitana la abrazó fuerte, sintiendo cómo el miedo del sueño se desvanecía.
Decidida a no dejar que su sueño se convirtiera en realidad, Aitana empezó a hacer todo lo posible por hacer sonreír a las personas. Comenzó con pequeños gestos: ayudó a su padre a encontrar sus llaves perdidas, dibujó un colorido dibujo para su hermano, y le llevó una manzana fresca a su maestra. Con cada sonrisa que lograba, su mundo se llenaba un poco más de color.
La transformación fue tan contagiosa que pronto, toda la casa se llenó de risas y carcajadas. Aitana aprendió que su propia sonrisa tenía el poder de cambiar el mundo a su alrededor, y que incluso en los días más grises, una sonrisa podía ser como un rayo de sol.
El día de Aitana terminó con una cena en familia, llena de historias y risas compartidas. Mientras se preparaba para dormir, pensaba en su sueño y en cómo había decidido enfrentarlo. Con una sonrisa, Aitana se acurrucó bajo las cobijas, sabiendo que las sonrisas son el regalo más precioso que podemos compartir.
Así, cada día, Aitana se aseguraba de mantener su sonrisa, recordando siempre que detrás de cada rostro serio, podría haber un corazón esperando una razón para sonreír. Y con cada amanecer, estaba lista para regalar alegría, convencida de que, sin importar lo pequeña que fuera, su sonrisa podía hacer una gran diferencia.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.