En el corazón de un pequeño pueblo, donde las calles aún conservan el eco de historias pasadas, vivían Nahia y Danel, dos almas a punto de descubrir el inmenso mar del amor adolescente. Aunque habían compartido aulas y sonrisas durante años, fue en la E.S.O donde los hilos invisibles de sus destinos comenzaron a entrelazarse de manera más evidente.
Nahia, con su espíritu libre y soñador, veía en Danel no solo al chico que se sentaba a dos pupitres de distancia, sino a alguien cuyo silencio hablaba el lenguaje secreto de las estrellas. Danel, por su parte, veía en Nahia la luz del sol reflejada en el mar, una fuerza tranquila y serena que lo atraía sin razón aparente.
La timidez de Nahia la envolvía como una neblina matinal, ocultando sus verdaderos sentimientos hacia Danel. Aunque sus corazones danzaban al mismo ritmo, el miedo al rechazo les silenciaba, convirtiendo cada mirada robada y cada sonrisa compartida en un tesoro secreto.
El año escolar se desvanecía como las sombras al amanecer, y con él, la esperanza de Nahia de que Danel revelara sus sentimientos. El último día de clases llegó, un día lleno de despedidas y promesas de reencuentros que el verano llevaría consigo. Nahia, con el corazón apretado, esperaba un gesto, una palabra, cualquier señal de Danel que le confirmara que su amor no era un solitario faro en la oscuridad.
Pero el día pasó sin novedades, y Nahia se refugió en la dulce melancolía de su habitación, dejando que las lágrimas fueran testigos de su desilusión. Sin embargo, el destino, ese viejo tejedor de sueños, aún guardaba un capítulo por escribir en la historia de Nahia y Danel.
Unos días después, cuando el verano comenzaba a pintar de dorado los campos, Danel, impulsado por un coraje recién encontrado, decidió actuar. Con una carta en mano, en la que había derramado cada gota de su ser, se dirigió hacia el parque, el lugar donde él y Nahia habían compartido risas y miradas que ahora parecían promesas.
El parque, un escenario bañado por el cálido sol de la tarde, se convirtió en testigo de un momento que quedaría grabado en el tiempo. Nahia, sentada bajo el abrazo fresco de un árbol, levantó la vista para encontrarse con Danel, cuyo nerviosismo era tan palpable como la brisa veraniega.
«Danel, ¿qué haces aquí?» Preguntó Nahia, sorprendida.
«Necesitaba verte, Nahia. Hay algo que debo decirte, algo que el miedo me ha impedido expresar hasta ahora,» comenzó Danel, su voz temblorosa pero firme.
La carta, entregada con manos que temblaban ligeramente, encontró su camino hacia Nahia, quien, con un sentimiento de anticipación inundando su corazón, comenzó a leer. Las palabras de Danel, impregnadas de sinceridad y una vulnerabilidad conmovedora, hablaban de un amor nacido en los pasillos de la escuela, fortalecido en el silencio compartido y ahora revelado bajo la sombra protectora de aquel árbol.
Nahia levantó la vista de la carta, sus ojos brillando con un torrente de emociones. Danel, sosteniendo su mirada, esperaba, el mundo entero suspendido en ese instante.
«Danel, yo… yo también he sentido lo mismo por ti,» confesó Nahia, una sonrisa floreciendo entre sus palabras, liberando mariposas que habían estado cautivas en su corazón.
El tiempo pareció detenerse para ellos, dos almas finalmente encontradas en la vastedad del universo. Las palabras sobraban cuando los sentimientos hablaban tan claramente, y en el abrazo que compartieron, sellaron una promesa no escrita de explorar juntos los senderos del amor.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.