En un pequeño pueblo donde las calles estaban llenas de flores y las casas parecían sacadas de un cuento de hadas, vivía un chico llamado Haritz. Haritz era un niño curioso y soñador, con cabello castaño corto y gafas que siempre estaban ligeramente torcidas sobre su nariz. Sus días transcurrían entre aventuras imaginarias y tardes en el parque, donde le encantaba leer bajo los árboles y observar a los pájaros.
Haritz tenía un secreto que guardaba en lo más profundo de su corazón: estaba enamorado de Markel. Markel era el chico más popular de la escuela, con su cabello rubio y sus ojos azules que parecían dos pedazos de cielo. Era amable, divertido y siempre tenía una sonrisa en el rostro. Haritz soñaba con el día en que pudiera confesarle sus sentimientos a Markel, pero la inseguridad y el miedo al rechazo lo detenían.
Mientras tanto, había otro chico que siempre estaba cerca de Haritz. Se llamaba Alex, y tenía el cabello negro y ojos verdes que brillaban como esmeraldas. Alex era el mejor amigo de Haritz desde la infancia, y aunque Haritz no lo sabía, Alex había estado enamorado de él durante mucho tiempo. Alex siempre estaba ahí para Haritz, dispuesto a escucharlo y apoyarlo en todo.
Un día, después de clases, Haritz decidió que era hora de hablar con Markel. Había esperado tanto tiempo y no podía seguir guardando sus sentimientos. Con el corazón latiendo rápido, se acercó a Markel que estaba sentado en el parque, rodeado de sus amigos.
—Hola, Markel —dijo Haritz con voz temblorosa.
—¡Hola, Haritz! —respondió Markel con su habitual sonrisa—. ¿Qué tal?
Haritz sintió que sus mejillas se calentaban. Respiró hondo y se armó de valor.
—Quería decirte algo… —empezó Haritz, pero las palabras se atascaban en su garganta—. Es que… me gustas mucho.
Markel lo miró con sorpresa, y por un momento, todo pareció detenerse. Haritz esperaba una respuesta, pero Markel simplemente sonrió de manera incómoda y se levantó.
—Eres un buen chico, Haritz —dijo Markel—, pero no siento lo mismo por ti.
Las palabras de Markel cayeron como una losa sobre el corazón de Haritz. Intentó sonreír y asintió con la cabeza.
—Está bien, lo entiendo —respondió Haritz, aunque por dentro sentía como si su mundo se desmoronara.
Haritz se alejó rápidamente, deseando estar solo. No sabía qué hacer ni cómo sentirse. Vagó por el parque hasta que encontró un rincón tranquilo donde se sentó y dejó que las lágrimas cayeran.
Alex, que había visto todo desde la distancia, se acercó a su amigo. Sin decir una palabra, se sentó junto a él y le pasó un brazo por los hombros.
—Lo siento mucho, Haritz —dijo Alex suavemente—. No mereces sentirte así.
Haritz miró a su amigo y, por primera vez, notó la profunda preocupación en sus ojos.
—Gracias, Alex —dijo Haritz, sintiendo un poco de consuelo en la presencia de su amigo.
Pasaron los días y Haritz intentó superar su tristeza. Alex estuvo siempre a su lado, haciéndole reír y recordándole lo maravilloso que era. Poco a poco, Haritz empezó a darse cuenta de lo mucho que Alex significaba para él. Un día, mientras estaban sentados bajo su árbol favorito en el parque, Haritz decidió que ya era hora de seguir adelante.
—Alex —dijo Haritz, mirando a su amigo a los ojos—, gracias por todo lo que haces por mí. No sé qué haría sin ti.
Alex sonrió y su corazón dio un vuelco. No esperaba que Haritz se sintiera así, pero no pudo evitar sentirse feliz.
—Siempre estaré aquí para ti, Haritz —respondió Alex.
Sin pensarlo mucho, Haritz se inclinó y besó a Alex en la mejilla. Fue un gesto sencillo, pero lleno de significado. Alex, sorprendido pero feliz, tomó la mano de Haritz y sonrió.
Las semanas pasaron y Haritz y Alex empezaron a pasar más tiempo juntos, disfrutando de la compañía del otro y descubriendo nuevos sentimientos que habían estado ocultos durante tanto tiempo. Parecía que todo estaba empezando a encajar para Haritz, pero el destino aún tenía algunas sorpresas reservadas.
Una tarde, mientras Haritz caminaba hacia su casa después de pasar el día con Alex, se encontró con Markel. Markel parecía diferente, más pensativo y serio que de costumbre.
—Hola, Haritz —dijo Markel, deteniéndose frente a él—. ¿Puedo hablar contigo un momento?
Haritz sintió un nudo en el estómago, pero asintió. Los dos caminaron en silencio hasta llegar a un portal donde solían esconderse para hablar en privado.
—Haritz, he estado pensando mucho en lo que me dijiste aquel día —empezó Markel—. No fui sincero contigo. La verdad es que no supe cómo reaccionar. Me tomaste por sorpresa y no quería hacerte daño.
Haritz lo miró, sin saber qué decir. Markel continuó:
—Creo que siento algo por ti, pero no estaba seguro de cómo manejarlo. ¿Podríamos intentarlo de nuevo?
Las palabras de Markel confundieron a Haritz. Había pasado tanto tiempo soñando con este momento, pero ahora, después de todo lo que había pasado con Alex, no sabía qué hacer. Miró a Markel y vio sinceridad en sus ojos, pero también recordó la promesa vacía que le había hecho.
—Markel, no sé qué decir —respondió Haritz—. He pasado por muchas cosas últimamente y no quiero que nadie más salga herido.
Markel tomó la mano de Haritz y se acercó, besándolo suavemente. Haritz sintió un torbellino de emociones, pero también una duda persistente.
Después de ese día, Markel comenzó a enviarle mensajes a Haritz y a invitarlo a salir. Al principio, Haritz se sintió emocionado, pero pronto se dio cuenta de que algo no estaba bien. Markel no siempre cumplía con sus promesas y a menudo lo dejaba esperando sin una explicación.
Mientras tanto, Alex observaba desde la distancia, sintiéndose herido y confundido. Había pensado que finalmente tenía una oportunidad con Haritz, pero ahora todo parecía complicarse de nuevo.
Una noche, después de que Markel no apareciera en una cita que había prometido, Haritz se sintió devastado. Fue a casa de Alex y, sin decir una palabra, se dejó caer en el sofá. Alex lo abrazó, sabiendo exactamente cómo se sentía.
—No mereces esto, Haritz —dijo Alex con firmeza—. Eres una persona increíble y mereces a alguien que te valore de verdad.
Haritz asintió, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que Alex tenía razón. Markel nunca lo había tratado con el respeto y la atención que merecía.
Decidido a poner fin a la confusión, Haritz decidió hablar con Markel al día siguiente. Lo encontró en el parque, como siempre, rodeado de sus amigos.
—Markel, necesito hablar contigo —dijo Haritz con determinación.
Markel lo miró y se alejó del grupo, siguiéndolo hasta un lugar más tranquilo.
—¿Qué pasa, Haritz? —preguntó Markel.
—No puedo seguir con esto —respondió Haritz—. No puedo estar con alguien que no me respeta ni cumple sus promesas. Pensé que podríamos tener algo especial, pero me equivoqué.
Markel parecía sorprendido, pero no dijo nada. Haritz sintió un peso levantarse de sus hombros mientras se alejaba. Sabía que había tomado la decisión correcta.
Haritz volvió con Alex, decidido a ser honesto con él.
—Alex, he terminado con Markel —dijo Haritz—. Me di cuenta de que él nunca fue lo que realmente quería o necesitaba. Siempre has estado a mi lado y me has demostrado lo que es el verdadero amor y la amistad.
Alex sonrió, con lágrimas en los ojos. Sabía que esto significaba mucho para Haritz.
—Haritz, siempre estaré aquí para ti —respondió Alex, abrazándolo con fuerza.
A partir de ese día, Haritz y Alex comenzaron una nueva etapa juntos. Aprendieron a valorar el amor verdadero, aquel que se basa en el respeto, la comprensión y el apoyo mutuo. Markel, por su parte, se dio cuenta de sus errores y trató de mejorar, aunque sabía que había perdido algo especial.
La historia de Haritz, Markel y Alex se convirtió en un recordatorio de que el verdadero amor no siempre es sencillo, pero siempre vale la pena luchar por él. Haritz encontró en Alex no solo un amigo, sino también un compañero de vida que lo valoraba y lo respetaba por quien era.
Y así, bajo el cielo brillante y las estrellas que iluminaban el parque, Haritz y Alex se dieron cuenta de que el amor verdadero estaba más cerca de lo que pensaban, y que, a veces, las respuestas a nuestros corazones se encuentran justo frente a nosotros.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.