Había una vez un niño llamado Izan. Izan tenía 4 años, el cabello corto y castaño, y unos ojos brillantes llenos de curiosidad. Izan era un niño muy especial, pero a veces era un poco revoltoso y desobediente. Su mamá, Leira, y su papá, Luis, lo querían mucho y siempre buscaban maneras de hacerlo feliz, pero también deseaban que Izan se portara bien.
Un día, cuando se acercaba el cumpleaños de Izan, Leira y Luis tuvieron una idea maravillosa. Decidieron llevar a Izan a un lugar mágico lleno de aventuras, con la esperanza de que allí se diera cuenta de lo mucho que sus padres lo querían y lo importante que era portarse bien.
Llegó el día especial y, después de desayunar, Leira y Luis le dijeron a Izan que tenía una sorpresa. Izan, emocionado, no podía esperar para descubrir de qué se trataba. Subieron al coche y, después de un rato de viaje, llegaron a un lugar que parecía sacado de un cuento de hadas. Había árboles de colores, animales juguetones y decoraciones mágicas por todas partes.
—¡Guau! —exclamó Izan con los ojos muy abiertos—. ¡Es increíble!
Leira sonrió y le dijo:
—Este es un lugar especial, Izan. Aquí podrás vivir muchas aventuras y aprender cosas importantes.
Luis, con una sonrisa cálida, añadió:
—Pero recuerda, hijo, lo más importante es que disfrutes y que seas amable y obediente.
Izan asintió, aún maravillado por el lugar. Empezaron a explorar juntos y pronto encontraron un camino que los llevó a un bosque encantado. Los árboles brillaban con luces de colores y pequeños animales curiosos los observaban desde las ramas. De repente, un conejo blanco apareció frente a ellos.
—¡Hola! Soy el conejo guía del bosque mágico —dijo el conejo con una voz amigable—. Los llevaré a través de este maravilloso lugar. Sigan mis pasos.
Izan, Leira y Luis siguieron al conejo por el bosque. Durante el recorrido, encontraron muchas cosas sorprendentes: un lago con peces de colores que parecían de cristal, flores que cantaban melodías suaves y mariposas que dejaban un rastro de purpurina en el aire.
Mientras avanzaban, el conejo les explicó que en el bosque mágico había muchos retos que debían superar juntos. El primer reto fue cruzar un puente colgante sobre un río caudaloso. Izan miró el puente con un poco de miedo, pero Leira le dio la mano y le dijo:
—No te preocupes, Izan. Estamos aquí contigo. Cruzaremos juntos.
Con la ayuda de sus padres, Izan cruzó el puente con cuidado y, al llegar al otro lado, se sintió muy orgulloso de sí mismo.
—¡Lo hice! —dijo Izan con una gran sonrisa.
Luis le dio una palmadita en la espalda.
—Sabía que podías hacerlo, hijo.
Continuaron su aventura y llegaron a una cueva oscura. En la entrada, encontraron una linterna mágica que solo se encendía con palabras amables. Izan pensó un momento y luego dijo:
—Por favor, linterna, enciéndete.
La linterna brilló intensamente, iluminando el camino dentro de la cueva. A medida que avanzaban, Izan notó que las paredes de la cueva estaban cubiertas de dibujos que contaban historias de amistad y amor.
—Mira, Izan —dijo Leira señalando uno de los dibujos—. Esta historia nos enseña que cuando somos amables y obedientes, hacemos felices a los demás y a nosotros mismos.
Izan asintió, empezando a comprender la importancia de las palabras de su mamá. Siguieron adelante y, al salir de la cueva, se encontraron en un claro lleno de estrellas brillantes que flotaban en el aire. El conejo guía les explicó que estas estrellas eran deseos de amor y bondad que las personas habían dejado en el bosque.
—Pueden pedir un deseo cada uno —dijo el conejo—. Solo tienen que cerrar los ojos y pensar en algo que realmente deseen.
Leira, Luis e Izan cerraron los ojos y pidieron sus deseos en silencio. Cuando abrieron los ojos, las estrellas brillaron aún más, como si estuvieran felices de cumplir esos deseos.
El último reto del día los llevó a un gran árbol en el centro del bosque. En sus ramas había colgadas muchas llaves doradas. El conejo les dijo que una de esas llaves abría una puerta mágica que los llevaría a un lugar muy especial.
Izan, con su curiosidad de siempre, se acercó y eligió una llave. Cuando la colocó en la cerradura del árbol, la puerta se abrió y una luz cálida los envolvió. Al cruzar la puerta, se encontraron en un hermoso jardín lleno de flores y animales amigables. En el centro del jardín había una fuente que parecía hecha de cristal.
—Este es el jardín del amor —dijo el conejo—. Aquí pueden ver cuánto se quieren unos a otros.
Izan miró a sus padres y se dio cuenta de cuánto lo amaban. Leira y Luis lo abrazaron, sintiendo que ese día había sido muy especial para todos.
—Izan, siempre te hemos querido mucho —dijo Leira—. Queremos que seas feliz y que aprendas a ser un niño bueno y obediente.
Luis asintió.
—Y esperamos que este día te haya mostrado lo importante que es el amor y la bondad.
Izan, conmovido, abrazó a sus padres con fuerza.
—Gracias, mamá y papá. Prometo que seré un niño bueno y siempre recordaré este día.
Con el corazón lleno de amor y alegría, Izan, Leira y Luis regresaron a casa, llevando consigo los recuerdos de un día mágico y especial. Izan nunca olvidó las lecciones que aprendió en el bosque mágico y, desde entonces, se esforzó por ser un niño amable y obediente, sabiendo que el amor de sus padres era el mayor regalo de todos.
Y así, vivieron felices, sabiendo que el amor y la bondad siempre los guiarían en sus aventuras futuras.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.