En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y bosques espesos vivía una niña llamada Merry. Ella era una chica muy inteligente, con una melena de rizos castaños y unos grandes ojos curiosos que siempre estaban llenos de preguntas. Pasaba horas leyendo libros en la biblioteca del pueblo y resolviendo rompecabezas que nadie más podía. Su mejor amigo, Alam, era su compañero inseparable en todas sus aventuras. Alam tenía el cabello negro y corto, y siempre llevaba una sonrisa amigable que iluminaba cualquier habitación.
Desde que tenían memoria, Merry y Alam habían sido inseparables. Juntos exploraban los rincones más escondidos del bosque, inventaban historias sobre criaturas mágicas y soñaban con viajar por el mundo. Aunque Merry era la mente brillante, Alam era el corazón valiente, siempre dispuesto a enfrentar cualquier desafío con una sonrisa y un espíritu indomable.
Un día, cuando el sol se escondía detrás de las colinas y las sombras empezaban a alargarse, Alam no apareció en su lugar habitual en el parque donde siempre se encontraban. Merry esperó pacientemente, pensando que quizá su amigo se había retrasado. Pero cuando la noche cayó y Alam no llegó, la preocupación comenzó a crecer en su pecho. Decidió ir a su casa, pero no había rastro de él. La familia de Alam también estaba preocupada; nadie lo había visto desde la tarde.
Merry no pudo dormir esa noche. Se quedó despierta, mirando por la ventana, pensando en su amigo y en los momentos compartidos. Su mente no dejaba de imaginar todos los posibles lugares donde Alam podría estar. El miedo y la incertidumbre se mezclaban con una determinación férrea: encontraría a Alam, sin importar lo que costara.
A la mañana siguiente, con el primer rayo de sol, Merry estaba lista para comenzar su búsqueda. Con un mapa del bosque en la mano y una pequeña mochila con provisiones, se adentró en los senderos que tan bien conocían. Cada rincón del bosque tenía un recuerdo de sus aventuras, y Merry se aferraba a ellos para mantener viva la esperanza.
El bosque era un lugar mágico pero también lleno de desafíos. Los árboles altos y frondosos bloqueaban la luz del sol, creando un ambiente fresco y sombrío. Merry caminó durante horas, llamando el nombre de su amigo, esperando escuchar una respuesta en el eco de los árboles. En su camino, se encontró con un río que cruzaba el bosque. Recordó cómo solían construir pequeños barcos de hojas y ramas para dejarlos navegar corriente abajo. Se sentó un momento, dejando que los recuerdos la reconfortaran.
Mientras avanzaba, se dio cuenta de que las cosas no serían tan fáciles. El camino estaba lleno de obstáculos: ramas caídas, arbustos espinosos y laderas empinadas. Pero Merry no se rendía. Cada obstáculo era un paso más cerca de encontrar a su amigo. Durante su búsqueda, se encontró con un anciano que vivía en una cabaña solitaria en medio del bosque. Él le contó historias de seres mágicos y lugares ocultos, y le dio una brújula antigua que, según él, siempre apuntaba hacia el verdadero deseo de su corazón.
Con la brújula en mano, Merry continuó su camino. La aguja parecía tener vida propia, girando y moviéndose en direcciones que a veces no tenían sentido. Pero Merry confiaba en ella. A medida que avanzaba, se topó con un claro en el bosque, un lugar que nunca antes había visto. En el centro del claro había un círculo de piedras, y en el medio, una pequeña fuente de agua cristalina. Merry se acercó y, al mirar su reflejo en el agua, vio algo extraño. Junto a su reflejo, apareció la imagen de Alam, sonriendo y señalando hacia el norte.
Siguiendo la dirección que le indicó la visión, Merry llegó a una cueva escondida detrás de una cascada. El sonido del agua era ensordecedor, pero no dudó en entrar. La cueva era oscura y húmeda, pero algo en su interior la guiaba. De repente, escuchó un susurro familiar: «¡Merry! ¡Estoy aquí!»
Corrió hacia la voz y encontró a Alam, sentado en una roca, un poco sucio pero ileso. La alegría que sintió en ese momento hizo que todas las dificultades valieran la pena. Alam le explicó que se había perdido mientras buscaba un lugar especial para sorprenderla en su cumpleaños. La cueva era ese lugar, y aunque se había perdido, estaba seguro de que Merry lo encontraría.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.