En un pequeño pueblo llamado Vallecremoso, donde los campos de girasoles bailarían con la brisa y el cielo siempre lucía un azul brillante, vivían dos amigos inseparables: Nerea y Misha. Nerea era una niña aventurera, siempre en busca de nuevos desafíos y emociones. Tenía el cabello rizado que brillaba al sol y unos ojos que reflejaban su curiosidad infinita. Por otro lado, Misha era un chico soñador, dotado de una imaginación desbordante. Le encantaba contar historias sobre mundos lejanos y héroes valientes, y a menudo llevaba un cuaderno en el que escribía todos sus cuentos.
Un día, Nerea tuvo una idea brillante. “Misha, ¿por qué no vamos a explorar el Bosque Encantado de la colina?” le propuso con entusiasmo. El Bosque Encantado era un lugar lleno de misterios y leyendas. Se decía que en su interior había un árbol mágico que podía concederles un deseo si lograban encontrarlo. La idea emocionó a Misha, quien ya empezaba a imaginar todo tipo de aventuras y posibilidades.
Así que, armados con una linterna, un mapa y un bocadillo de galletas, se adentraron en el bosque. Al principio, todo estaba tranquilo. Los pájaros cantaban, y el sol iluminaba el camino entre las hojas. Pero a medida que se adentraban más en el bosque, la luz del sol se volvía tenue y el ambiente se hacía más misterioso. Nerea y Misha sabían que el árbol mágico debía encontrarse más adentro. Sin embargo, algo en aquel lugar les hacía sentir que estaban siendo observados.
Después de unos minutos caminando, Nerea señaló algo entre los árboles. “Mira, Misha, ¡hay algo allí!” Al acercarse, descubrieron a un pequeño ciervo atrapado en un espino. Su mirada era dulce, pero estaba claramente asustado. Misha corrió hacia él y, con mucho cuidado, empezó a deshacer los espinos. “No te preocupes, amigo. Vamos a ayudarte”, le dijo su voz suave. Nerea lo observaba con admiración; sabía que la bondad de su amigo era una de las cosas que más quería de él.
Después de un rato, lograron liberar al ciervo. Agradecido, el animal los miró con agradecimiento y, antes de desaparecer en la espesura, se detuvo por un momento. Nerea y Misha lo siguieron con la mirada y, en un instante, el ciervo pareció desaparecer entre los árboles como si se hubiera desvanecido. Pero, de repente, un resplandor apareció entre las ramas. “¿Viste eso?” preguntó Nerea emocionada. “Parece que nos quiere guiar hacia algo”.
Decididos, comenzaron a seguir el brillo que parecía guiarlos hacia un lugar más profundo en el bosque. Tras unos minutos de caminata, llegaron a un claro rodeado de flores silvestres que nunca antes habían visto. En el centro, se erguía un árbol de una belleza deslumbrante, con hojas que brillaban como si tuvieran luz propia. Era el árbol mágico del que hablaban las leyendas.
“¡Lo encontramos!” exclamó Nerea, danzando de alegría. Misha sacó su cuaderno y empezó a escribir: “Un día, en el Bosque Encantado, Nerea y Misha encontraron el árbol mágico…” Pero Nerea interrumpió su historia. “Misha, ¿cuál es nuestro deseo? ¡Debemos pensarlo bien!”.
Ambos se miraron durante un momento, contemplando la importancia de la decisión. “Yo deseo que todas las historias del mundo se cuenten y se escuchen”, dijo Misha, sus ojos iluminados por la emoción. “Y yo deseo que todos en Vallecremoso sean felices y siempre tengan amigos”, añadió Nerea con una sonrisa amplia.
Al pronunciar sus deseos, el árbol empezó a brillar intensamente. Una suave ráfaga de viento hizo que las hojas danzaran rítmicamente, creando una melodía mágica que llenó el aire. “¡Nuestro deseo se está haciendo realidad!” gritaron juntos, llenos de alegría. Pero, en ese instante, una luz deslumbrante llenó el claro, y del árbol emergió una figura misteriosa. Era una anciana con una larga capa verde y una mirada sabia.
“Soy la guardiana del árbol mágico. He escuchado sus deseos y han mostrado un corazón puro. ¿Están listos para el compromiso que conlleva realizar sus deseos?” preguntó la anciana con voz suave pero firme. Nerea y Misha se miraron, y asintieron con determinación. “Sí, estamos listos”.
“Entonces, deben ayudar a su comunidad. A partir de hoy, cada vez que cuenten una historia, deben compartirla con los demás, asegurándose de que las risas y los sueños viajen a cada rincón de Vallecremoso”, explicó la anciana. Con un gesto, desapareció, dejándolos solos nuevamente en el claro.
Nerea y Misha sonrieron, sintiendo que su aventura apenas comenzaba. Regresaron al pueblo y se dedicaron a contar historias a todos sus amigos, llevando alegría y risas dondequiera que fueran. La gente se reunía a su alrededor, ansiosa por escuchar las nuevas narraciones, y fue así como las historias de amor, amistad y aventuras comenzaron a florecer en cada hogar.
Con el tiempo, Vallecremoso se convirtió en un lugar donde todos compartían sus historias, ayudándose unos a otros, creando un lazo fuerte de amistad, amor y compasión. Nerea y Misha, los dos amigos inseparables, aprendieron que compartir sus deseos y ayudar a los demás era el verdadero camino hacia la felicidad.
Así, los dos amigos siguieron viviendo aventuras, siempre conscientes de que el amor y la amistad eran la luz que iluminaba incluso los días más oscuros. Y así, Vallecremoso nunca olvidó la noche en que dos niños encontraron la llama mágica que ardía en la oscuridad del destino, una llama que llevó consigo la esperanza y el amor.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, dejando en el aire la enseñanza de que a veces, compartir nuestros deseos con generosidad puede cambiar no solo nuestras vidas, sino también las de quienes nos rodean.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.