Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, dos jóvenes llamados Aitor y Sakina. Aitor era un chico soñador, con un corazón tan grande como el cielo, y Sakina era una chica creativa, con una sonrisa que iluminaba cualquier lugar. Aunque vivían en el mismo barrio, sus caminos nunca se habían cruzado de manera significativa.
Un día soleado de primavera, mientras Aitor paseaba por el parque con su perro Dodo, decidió sentarse bajo un árbol frondoso para disfrutar de un momento de tranquilidad. De repente, una risa suave y melodiosa llegó a sus oídos. Intrigado, levantó la vista y vio a Sakina, que estaba pintando en un caballete. Sus pinceles danzaban sobre el lienzo, creando un mundo de colores vibrantes que reflejaban su alegría. Fascinado, Aitor no pudo evitar observarla, perdido en los matices de sus movimientos. Pero, en un momento de distracción, Dodo, su perro, decidió correr hacia ella, saltando y moviendo la cola con entusiasmo.
Sakina se giró de repente, sorprendida. «¡Oh! ¡Hola, amigo peludo!» exclamó, acariciando a Dodo al instante. Aitor se acercó, algo sonrojado. «Lo siento, él a veces no escucha,» dijo, con una sonrisa tímida. «No hay problema,» respondió Sakina, divertida. «Me alegró el día.»
Así fue cómo comenzó una amistad impensada. Aitor se ofreció a ayudarla con la pintura, y juntos comenzaron a trabajar en un mural para decorar la pared de la biblioteca del pueblo. Pasaron muchas tardes juntos, riendo, compartiendo historias y descubriendo secretos sobre sus vidas.
Un día, mientras mezclaban colores para el mural, Sakina confesó que siempre había soñado con ser una gran artista, pero que le daba miedo no cumplir sus propias expectativas. Aitor, con un brillo en los ojos, le dijo: «Tu arte es maravilloso, Sakina. No necesitas ser famosa para ser especial. Lo que importa es cómo te sientes al crear.» Las palabras de Aitor llenaron a Sakina de ánimo y, en ese momento, se dieron cuenta de que sus corazones comenzaron a latir en sincronía.
Sin embargo, en la vida de Aitor había algo que le preocupaba. Su mejor amigo, Julián, había comenzado a actuar extraño, celoso de la relación creciente entre Aitor y Sakina. Julián siempre había sido el centro de atención, y ahora que Aitor había encontrado una nueva amistad especial, sentía que estaba perdiendo a su mejor amigo. Decidido a poner un alto a sus inseguridades, Julián se propuso hacerle una broma a Aitor.
Una tarde, mientras Aitor y Sakina trabajaban en el mural, Julián se acercó con una sonrisa traviesa. «Oye, Aitor, ¿no crees que Sakina solo está contigo porque eres el chico más amable del pueblo? ¿Y si solo le gustas como amigo?» Aitor, aunque dolido, sabía que sus sentimientos por Sakina eran reales y que lo que estaban construyendo era más que una simple amistad. «No sé de qué hablas, Julián,» respondió Aitor, sin dejar que las palabras de su amigo lo incomodaran.
Poco a poco, los días se convirtieron en semanas y el mural comenzó a tomar vida. Pero Aitor se dio cuenta de que sus sentimientos por Sakina estaban creciendo. La miraba mientras pintaba, admirando la forma en que su mente se perdía en el arte, y en su corazón comenzó a latir una mezcla de emoción y miedo. No sabía si Sakina sentía lo mismo.
Una tarde, mientras trabajaban, Aitor finalmente decidió arriesgarse. «Sakina,» comenzó nervioso, «hay algo que debo decirte.» Ella lo miró atentamente, intrigada. «Yo… creo que me gustas, más de lo que debería.» Sakina se sonrojó, sus ojos brillaron como estrellas. «Aitor, estaba esperando que dijeras eso. Yo también siento algo especial por ti, pero no sabía si debías saberlo.»
Ambos se sonrieron como si el sol hubiera salido en su interior, y en ese instante, sus corazones ya no podían ocultar la verdad.
Desde ese día, la relación entre Aitor y Sakina evolucionó hacia algo cercano al amor. Empezaron a explorar su ciudad juntos, visitando museos, festivales de arte y disfrutando de cada pequeño momento juntos. Un día, decidieron asistir a un festival de música en el parque. Al caer la tarde, mientras las luces brillaban y la música sonaba, Aitor tomó la mano de Sakina. «Me hace sentir tan feliz estar contigo,» le dijo, y mientras las estrellas comenzaban a brillar en el cielo, Sakina respondió: «Yo también, me siento afortunada de haberte encontrado.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.