Cuentos de Amor

Un Amor de Verano Infinito

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En la pequeña ciudad costera de Miramar, donde las olas acarician suavemente la arena dorada y el sol brilla con una intensidad que sólo se aprecia en los días de verano, vivían Fran y Mireia, dos niños cuya amistad estaba predestinada a convertirse en una hermosa historia de amor.

Fran era un niño de espíritu aventurero, con el cabello castaño revuelto, siempre listo para una nueva aventura. Mireia, por su parte, tenía largos cabellos rubios que reflejaban los rayos del sol, y una sonrisa que podía iluminar el día más nublado. Desde muy pequeños, fueron inseparables, compartiendo juegos, secretos y risas, sin saber que cada momento juntos tejía un lazo más fuerte entre ellos.

Un verano, cuando ambos tenían once años, Fran propuso un proyecto especial: construir el castillo de arena más grande y elaborado que Miramar jamás había visto. Mireia, encantada con la idea, aceptó el desafío de inmediato. Cada tarde, después de las clases de natación, se reunían en su rincón favorito de la playa, donde las olas dejaban la arena perfectamente húmeda para construir.

Utilizando palas, cubos y todo tipo de objetos encontrados en la playa, su castillo empezó a tomar forma. Fran se encargaba de levantar las murallas y torres, mientras Mireia decoraba meticulosamente cada torreón con conchas y piedras brillantes que recolectaban juntos. Era su pequeño reino, un lugar mágico donde todo era posible.

Un día, mientras trabajaban en su castillo, un grupo de niños mayores se acercó a observar. Impresionados por la magnitud y detalle de la construcción, les propusieron participar en el concurso anual de castillos de arena de Miramar. Fran y Mireia, emocionados y un poco nerviosos, aceptaron.

Los días previos al concurso, el duo trabajó con más empeño que nunca. El día del evento, su castillo estaba listo, destacando entre los demás por su creatividad y belleza. La competencia fue reñida, pero al final, el castillo de Fran y Mireia ganó el primer lugar. Su alegría era incontenible; no solo por haber ganado, sino porque habían logrado algo maravilloso juntos.

Esa noche, mientras recogían sus herramientas y observaban cómo el sol se ponía detrás de su castillo, Fran tomó la mano de Mireia y le dijo, «Sabes, Mireia, este ha sido el mejor verano de mi vida.» Mireia, sintiendo un cosquilleo en el estómago, sonrió y respondió, «Para mí también, Fran. Siempre recordaré este verano y nuestro castillo.»

Desde ese verano, algo cambió entre ellos. No solo seguían siendo mejores amigos, sino que ahora había un cariño especial, una ternura que se iba transformando lentamente en amor. Los siguientes veranos, continuaron con la tradición de construir castillos de arena, cada año con diseños más intrincados y originales.

Con el tiempo, su amor fue creciendo al mismo ritmo que ellos. Años más tarde, ya en la universidad, Fran y Mireia decidieron estudiar arquitectura juntos, inspirados por aquellos veranos de construcción en la playa. Juntos soñaban con diseñar no solo edificios, sino también la vida que compartirían en el futuro.

Un día, muchos años después de aquel primer castillo de arena, Fran llevó a Mireia a la misma playa donde todo comenzó. Allí, frente al mar y bajo un cielo estrellado, se arrodilló y le propuso matrimonio. Mireia, con lágrimas en los ojos y el corazón rebosante de amor, aceptó sin dudar.

Fran y Mireia se casaron en esa misma playa, rodeados de familiares y amigos, y por supuesto, con un pequeño castillo de arena adornando la ceremonia. La historia de amor que comenzó con un juego infantil se había convertido en un compromiso eterno.

Y así, año tras año, Fran y Mireia regresaban a Miramar, cada vez con sus hijos y eventualmente con sus nietos, enseñándoles a construir castillos de arena como lo hicieron ellos. Con cada castillo, relataban la historia de su amor, un amor que, como el mar, era profundo, vasto y eterno.

Cada verano, mientras el sol se ponía, Fran y Mireia se sentaban en la arena, tomados de la mano, mirando hacia el horizonte. No necesitaban palabras para expresar lo que sentían; su amor estaba en todo lo que habían construido juntos, visible en los ojos de sus hijos y en los castillos que se erigían año tras año. En Miramar, el amor no era solo una temporada, sino un legado que duraría para siempre.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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