Cuentos de Amor

Un Amor que Florece

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Era una mañana brillante y soleada en la ciudad de Valle Rosa, un lugar conocido por sus hermosos parques y jardines llenos de flores de colores vibrantes. En uno de esos parques, Valeria se sentía más feliz que nunca. Desde que conoció a Israel, su vida había cambiado para mejor. Él era el hombre perfecto: guapo, inteligente, amable y amoroso. Cada momento que pasaban juntos era un tesoro, y Valeria estaba profundamente agradecida por tenerlo a su lado.

Aquella mañana, Valeria había decidido sorprender a Israel. Con su corazón lleno de amor, preparó un pícnic en el parque. Su manta era de un suave color rosa, y había empaquetado deliciosos sándwiches, frutas frescas y, por supuesto, un pastelito de chocolate. Además, llevaba consigo un ramo de flores que había recogido del jardín de su abuela.

Mientras Valeria se preparaba, no podía evitar sonreír al pensar en Israel. Recordaba el primer día que se conocieron, en una clase de arte. Ella estaba tratando de dibujar un paisaje, y él se acercó a ofrecerle ayuda. Desde ese momento, sus corazones se unieron en un lazo de amistad que pronto se transformó en amor.

Cuando llegó al parque, Valeria extendió la manta sobre la hierba fresca y comenzó a colocar la comida. Justo en ese momento, vio a Israel acercándose, con su característico brillo en los ojos y una gran sonrisa en su rostro.

“¡Hola, hermosa!” saludó Israel, haciendo que el corazón de Valeria latiera más rápido.

“¡Hola, amor! ¡Sorpresa!” exclamó Valeria, señalando el pícnic que había preparado.

“Esto se ve increíble. Eres la mejor”, respondió Israel, tomando asiento junto a ella.

Mientras disfrutaban de la comida, Valeria le contó a Israel sobre sus sueños y aspiraciones. Quería ser artista y viajar por el mundo para compartir su arte. “Me encantaría poder inspirar a otros con mis pinturas”, dijo con entusiasmo.

“Sé que lo lograrás. Tienes un talento increíble y un gran corazón”, la animó Israel, mirándola a los ojos. “Yo siempre estaré a tu lado, apoyándote en cada paso”.

Con cada bocado, la conexión entre ellos se volvía más fuerte. Se reían, compartían historias y disfrutaban de la hermosa vista que les ofrecía el parque. Sin embargo, en el aire había algo más que solo amor; también había una sensación de magia, como si el mundo alrededor de ellos brillara un poco más.

Después de terminar el pícnic, decidieron dar un paseo por el parque. Mientras caminaban, Valeria notó que Israel miraba las flores con admiración. “¿Te gustan?”, preguntó ella.

“Son hermosas, pero no tanto como tú”, respondió él, haciendo que Valeria sonrojara.

Mientras seguían su camino, encontraron un pequeño estanque. En su interior, los patos nadaban alegremente. Valeria se acercó a la orilla y se agachó para observarlos. “Mira cómo juegan”, dijo con alegría.

De repente, Valeria sintió un pequeño empujón. Se dio la vuelta y vio que Israel había hecho un gesto juguetón, como si fuera a empujarla al agua. “¡No! ¡No me empujes!” gritó Valeria, riendo mientras trataba de apartarse.

Pero Israel sonrió, y en un instante, Valeria sintió la brisa fresca en su cara mientras él la alzaba por los brazos, llevándola hacia el estanque. “¡Es solo un juego! No te haré nada”, bromeó, mientras ella se reía.

“Está bien, pero ¡sólo un poco!” Valeria respondió, sintiendo la adrenalina y la emoción.

En ese momento, un grupo de niños que jugaban cerca comenzó a reír y a aplaudir, animándolos. Valeria y Israel no pudieron evitar unirse a la diversión. Los dos comenzaron a correr alrededor del estanque, jugando al gato y al ratón, llenos de risas.

Después de un rato, ambos se detuvieron para descansar, riendo y tratando de recuperar el aliento. Israel, todavía con una sonrisa en su rostro, miró a Valeria y le dijo: “Me encanta pasar tiempo contigo. Eres la persona más divertida que conozco”.

Valeria sintió que su corazón se llenaba de felicidad. “Y tú eres el mejor compañero que podría desear. Gracias por hacerme sentir especial”, respondió, tocando suavemente su mano.

A medida que el sol comenzaba a ponerse, los colores del cielo se volvieron más intensos, con tonos de naranja y rosa que iluminaban el parque. Fue un momento mágico, uno que ambos recordarían por siempre.

“¿Sabes? Me gustaría que este día nunca terminara”, dijo Valeria, mirando hacia el horizonte.

“Podemos hacer que dure. Siempre que estemos juntos, cada día puede ser especial”, respondió Israel, tomando la mano de Valeria y mirándola a los ojos.

Los días pasaron y su amor solo creció. Hicieron planes para el futuro, soñando con un mundo lleno de aventuras juntos. Valeria se inscribió en una clase de arte, e Israel se unió a un club de fotografía. Se apoyaron mutuamente en cada paso, celebrando cada pequeño logro.

Sin embargo, un día, mientras paseaban, Valeria se dio cuenta de que algo la estaba molestando. “¿Israel, crees que estamos avanzando demasiado rápido?” preguntó, sintiéndose un poco insegura.

Israel se detuvo y la miró con sinceridad. “No, Valeria. Creo que estamos creciendo juntos. Cada momento que pasamos me hace querer estar más contigo”.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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