Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de flores y sonrisas, dos adorables hermanitas llamadas Malena y Mora. Malena era la mayor, con cabellos dorados que brillaban al sol y una risa que sonaba como melodía de pajaritos. Mora, por otro lado, era más pequeña y su cabello era un poco rizado, como los suaves caminos que dibujaban las nubecitas en el cielo. Las dos compartían un jardín grande y hermoso, lleno de flores de todos los colores que florecían como pequeños puentes hacia un mundo de ensueño.
Era una mañana luminosa y cálida, y las hermanitas decidieron que era el día perfecto para jugar. Corrieron a su jardín, mientras su mamá, Carla, preparaba el desayuno en la cocina, y su papá, Fernando, leía un libro bajo la sombra de un árbol. Las risas de las niñas llenaban el aire y su energía era contagiosa, haciendo que incluso las flores parecieran bailar al ritmo de su alegría.
“¡Mora, mira este globo azul! ¡Es como el cielo!”, dijo Malena, sosteniendo un globo que flotaba suavemente en el aire. “¡Vamos a jugar a atrapar el sol!”, sugirió Mora emocionada. Ambas se pusieron a correr y a saltar entre las flores, intentando atrapar los rayos del sol que dibujaban figuras en el césped. Sus risas resonaban como campanitas en el aire, llenando el jardín de felicidad.
De repente, un pequeño sonido llamó su atención. Era un adorable conejito de orejas largas y suaves que asomaba tímidamente entre las flores. “¡Mira, Malena! ¡Un conejito!”, exclamó Mora, acercándose despacio para no asustarlo. El conejito tenía un pelaje blanco como la nube más suave y unos ojos brillantes que parecían estrellas. A Malena y Mora les encantó el conejito y decidieron ponerle un nombre especial. “¡Se llamará Nubes!”, dijo Malena, y Mora asintió con emoción.
Nubes, el conejito, se convirtió rápidamente en el nuevo amigo de las hermanitas. Pasaron toda la mañana jugando con él. Le lanzaban pequeñas bolitas de heno y él las perseguía dando saltitos, jugando a ser un pequeño guerrero de la alegría. Mientras tanto, mamá Carla les preparaba deliciosos sándwiches con dulce de fresa, y papá Fernando sonreía al verlas tan felices.
Después de un rato, la curiosidad de Malena y Mora comenzó a crecer. “¿Por qué no hacemos una fiesta para celebrar a Nubes?”, propuso Malena. “Sí, una fiesta de amor y amistad”, añadió Mora. Las dos comenzaron a planearlo todo: decoraciones con flores del jardín, música alegre y, por supuesto, muchas golosinas.
Mientras estaban en sus planes, su mamá Carla apareció con una bandeja repleta de sándwiches. “¿De qué hablan, mis adoradas?”, preguntó con una sonrisa. “Vamos a hacer una fiesta para Nubes, ¿quieres ayudarnos, mamá?” le dijeron al unísono. Mamá Carla sonrió y se unió a la emoción. “¡Claro que sí! También podemos invitar a los amigos del vecindario”, dijo animada.
Así fue como Malena, Mora y mamá Carla comenzaron a preparar la fiesta. Hicieron banderines de papel de colores y llenaron la mesa con ricas golosinas. Cuando todo estaba listo, las niñas fueron a buscar a Papá Fernando para que él también pudiera unirse a la fiesta. “¡Papá, ven a ver nuestra fiesta para Nubes!”, le gritaron con entusiasmo. Papá Fernando dejó su libro y se unió a las tres en el jardín.
Al caer la tarde, llegaron muchos amiguitos de Malena y Mora. Todos traían sonrisas y corazones llenos de alegría. La música sonaba y las risas eran como un coro de felicidad. Bailaron y jugaron, y el jardín se llenó de energía. Nubes, el conejito, también estaba disfrutando de la fiesta; correteaba entre los pies de los pequeños, siendo el héroe del día.
Unos minutos más tarde, llegó un niño nuevo al pueblo llamado Lucas. Era un chico un poco tímido, con una gorra roja y unos ojos grandes que estaban llenos de curiosidad. Al verlo, Malena y Mora se acercaron a él. “¡Hola! ¡Ven a jugar con nosotros!”, le dijeron de inmediato.
Lucas sonrió y se unió al grupo. Juntos construyeron una casita de ramas y hojas para Nubes y jugaron a los aventureros exploradores. Lucas se fue haciendo amigo de todos, y sus risas se unieron a las del resto. Así, la fiesta se volvió aún más especial, con un nuevo amigo que traía alegría.
Cuando el sol comenzó a ocultarse y el cielo se pintó de colores anaranjados y violetas, amigas y amigos se sentaron en círculo. Mamá Carla les trajo un gran pastel decorado con fresas y, en ese momento, hicieron una pequeña ronda para cantar una canción de cumpleaños. Aunque no era el cumpleaños de Nubes, todos estaban tan felices que decidieron que cualquier día era bueno para celebrar.
“Esto es amor y amistad”, decía papá Fernando, mientras miraba a las niñas con cariño. Y así, entre risas, juegos y buena comida, el día culminó en una hermosa conclusión: el amor y la amistad son tesoros que brillan aún más cuando los compartimos. Malena, Mora y sus amigos aprendieron que no importaba si llegaba un nuevo niño al pueblo; siempre había espacio en sus corazones para más amigos.
Y desde aquel cálido día de juegos y danzas en el jardín, Malena, Mora, mamá Carla, papá Fernando y su nuevo amigo Lucas se unieron a Nubes en muchas más aventuras, demostrando que el amor se multiplica cuando se comparte con alegría. Como el jardín que florecía, sus corazones iban creciendo, llenos de risas, espontaneidad y amor.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.