Cuentos de Amor

Un Encuentro en el Sur de Francia

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En el encantador sur de Francia, en un pequeño y pintoresco pueblo conocido por sus calles empedradas y sus vibrantes mercados, vivía una joven llamada Ivy. Ella tenía 16 años y era una chica de piel tan blanca como la nieve y labios rojos como las cerezas. Tenía una gran pasión por la música y el arte, pasando horas en su habitación, creando melodías en su guitarra o pintando en su caballete. Sin embargo, a pesar de su talento y su belleza, Ivy temía enamorarse. Su mayor miedo era que alguien pudiera romperle el corazón, por lo que siempre mantenía su distancia de cualquier posible pretendiente.

En el mismo pueblo vivía un chico llamado Dylan. Tenía 18 años y era conocido por ser el más guapo y popular de su instituto. A Dylan le encantaban los deportes y pasaba mucho tiempo en el gimnasio. Su carisma y apariencia le habían ganado el apodo de «rompe corazones», y hasta entonces, nunca se había enamorado de verdad. Disfrutaba de la atención que recibía, pero ninguna relación había logrado tocar su corazón.

Un día, el destino decidió cruzar los caminos de Ivy y Dylan. Era una tarde soleada y ambos caminaban por la estrecha calle principal del pueblo. Ivy llevaba su guitarra en una mano y un cuaderno de bocetos en la otra, mientras Dylan regresaba de su entrenamiento diario. Sin querer, chocaron sus hombros. Ivy dejó caer su cuaderno, y Dylan se agachó para recogerlo.

—Lo siento —dijo Ivy, con una voz suave pero firme, evitando mirar directamente a Dylan.

—No hay problema —respondió Dylan, entregándole el cuaderno con una sonrisa encantadora—. Soy Dylan, por cierto. Te he visto en el instituto.

Ivy asintió tímidamente, tomando el cuaderno de sus manos. Aunque sentía una pequeña chispa de interés, su miedo a enamorarse rápidamente la hizo retroceder.

Durante las siguientes semanas, Dylan comenzó a notar a Ivy más a menudo. Su curiosidad se convirtió en una especie de fascinación. Sin embargo, su manera de mostrar interés no fue la más adecuada. Comenzó a molestarla en los pasillos del instituto, haciendo comentarios sarcásticos y a veces impertinentes. Ivy, que al principio había intentado ignorarlo, finalmente se cansó de su comportamiento.

Un día, decidió enfrentarse a Dylan. Después de una clase particularmente estresante, lo encontró en el patio del instituto, rodeado de sus amigos.

—¿Qué te pasa? —exclamó Ivy, con el rostro enrojecido de furia—. ¿Por qué no me dejas en paz?

Dylan, sorprendido por su valentía, no supo qué responder de inmediato. Algo en la determinación de Ivy le hizo ver una nueva faceta de ella. De repente, se dio cuenta de que no se trataba solo de una simple atracción superficial. Sentía algo más profundo.

—Lo siento, Ivy —dijo finalmente, con una sinceridad que sorprendió a todos, incluido él mismo—. No quería molestarte. Solo… no sabía cómo acercarme a ti.

Ivy, aún enfadada, no estaba dispuesta a aceptar sus disculpas tan fácilmente. Sin embargo, algo en la mirada de Dylan le hizo pensar que tal vez él realmente estaba tratando de ser genuino. Decidió darle una oportunidad.

—Si quieres hablar conmigo, no necesitas molestarme —respondió Ivy, su tono aún desafiante pero menos agresivo—. Podemos empezar de nuevo.

Desde ese día, Dylan empezó a tratar a Ivy de manera diferente. Se interesó genuinamente por sus pasiones, pidiéndole que le hablara sobre sus pinturas y sus canciones favoritas. Ivy, aunque todavía cautelosa, comenzó a abrirse un poco más. Descubrieron que, a pesar de sus diferencias, compartían una conexión especial.

Dylan la acompañó a una exposición de arte local, donde Ivy exhibía algunas de sus pinturas. Observó con admiración cómo hablaba con los visitantes sobre sus obras, viendo una luz en sus ojos que nunca había notado antes. Ivy, por su parte, comenzó a ver a Dylan bajo una nueva luz. Descubrió que, detrás de su fachada de chico popular, había alguien que realmente se preocupaba por las personas que amaba.

La relación entre Ivy y Dylan floreció lentamente, construida sobre el respeto mutuo y el entendimiento. Ivy comenzó a confiar en Dylan, permitiéndose sentir algo que siempre había temido: el amor. Dylan, quien nunca había experimentado un amor verdadero, se encontró deseando pasar cada momento con Ivy, aprender sobre sus sueños y protegerla de cualquier dolor.

Un día, mientras caminaban juntos por las colinas que rodeaban el pueblo, Dylan tomó la mano de Ivy y la miró a los ojos.

—Ivy, sé que he cometido muchos errores, pero quiero que sepas que te quiero. Nunca pensé que podría sentir algo así por alguien, pero tú me has cambiado. Has hecho que quiera ser una mejor persona.

Ivy sintió que su corazón latía con fuerza. Miró a Dylan y vio la sinceridad en sus ojos. Sabía que abrir su corazón significaba arriesgarse a ser herida, pero también sabía que la vida sin amor no valía la pena.

—Yo también te quiero, Dylan —respondió Ivy con una sonrisa—. Me has demostrado que no todos están destinados a romper corazones. Algunos, como tú, están destinados a repararlos.

Con el tiempo, Ivy y Dylan se convirtieron en una pareja inseparable. A pesar de los retos y las inseguridades, su amor creció fuerte y resiliente. Aprendieron juntos que el verdadero amor no se trata de perfección, sino de aceptar y apoyar al otro en cada paso del camino.

Y así, en el encantador sur de Francia, en un pequeño pueblo lleno de historia y belleza, Ivy y Dylan encontraron el amor que siempre habían deseado, un amor que prometieron cuidar y valorar para siempre.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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