Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, una familia muy unida. En esta familia vivían Aita, que era el papá, Ama, que era la mamá, y su pequeña hija Nahia. Nahia era una niña curiosa y llena de energía, siempre lista para explorar el mundo que la rodeaba. Un día, mientras jugaba en el jardín de su casa, encontró un pequeño dibujo de un puente de piedra. El dibujo parecía mágico, y a Nahia le encantaba imaginarse cruzándolo.
Aita y Ama siempre alentaban la creatividad de Nahia. «¿Qué estás imaginando, mi amor?» le preguntó Ama, mientras veía a su hija sonreír con esos ojos brillantes. «Estoy pensando en un puente que me lleve a un lugar lleno de aventuras y amor», respondió Nahia. Aita sonrió y dijo: «¡Eso suena maravilloso! A veces, el amor y la aventura van de la mano, y un puente puede ser el vínculo que une a las almas.»
Nahia entonces pensó que tal vez habría un lugar donde el amor de su familia se pudiera encontrar con las aventuras que tanto anhelaba. Entonces, Aita tuvo una idea. «¿Qué tal si vamos a buscar ese puente juntos? Ya que el amor que sentimos aquí es tan fuerte, podemos imaginar que lo cruzamos y que nuestras almas se conectan con todas las aventuras que hemos soñado.»
Ama asintió con entusiasmo. «¡Sí, vamos a crear nuestras propias aventuras! Podemos preparar un pícnic y salir a explorar. Quizás encontremos un puente en nuestro camino.» Nahia saltó de alegría. «¡Sí, sí, sí! Quiero buscar un puente de piedra.» Así que, después de preparar un rico pícnic con sándwiches, frutas y jugo, se pusieron en marcha.
El sol brillaba en el cielo, y mientras caminaban, Nahia comenzó a ver las flores del bosque por los lados del camino. «Miren, ¡son tan hermosas! ¿Puedo recoger algunas para llevar al pícnic?», preguntó. Aita y Ama sonrieron y dijeron que sí. Así que Nahia llenó sus manos de coloridas flores silvestres. Cada vez que las tocaba, sentía que el amor y la aventura estaban más cerca.
Mientras seguían caminando, llegaron a un pequeño río. El agua era cristalina y corría suavemente. «Este río es como una corriente de amor que une todo», dijo Aita mientras señalaba el agua. «Sí, y estoy segura de que a través de este río encontraremos el puente que buscamos», agregó Nahia, emocionada. Así que, decidieron seguir el sendero que corría al lado del río.
A medida que avanzaban, Nahia comenzó a imaginar a criaturas mágicas que vivían en el río. «¿Y si nos encontramos con un pez que nos hable?», dijo. Ama se rió y dijo: «Quizás el pez nos contará historias del amor que ha visto en su vida.» La pequeña niña se imaginó un pez plateado, brillando bajo el sol mientras les contaba historias de aventuras y amores.
Después de un buen rato de caminar y jugar, llegaron a un claro donde se alzaba un magnífico puente de piedra. Nahia se quedó asombrada. «¡Miren! ¡El puente de piedra!» exclamó. Era un hermoso puente cubierto de musgo, con flores que crecían a su alrededor. Las piedras eran grandes y se estaban mezclando con el entorno, casi como si siempre hubieran estado ahí. Aita y Ama se acercaron a su hija, maravillados por la belleza del lugar.
«Vamos a cruzarlo», sugirió Aita. «Quizás el otro lado nos traiga una nueva aventura.» Nahia, con una gran sonrisa en su rostro, asintió rápidamente. Mientras cruzaban el puente, Nahia sintió una conexión especial con su papá y su mamá. Era como si el puente, al igual que su amor, uniera sus corazones de una manera muy especial.
Al llegar al otro lado del puente, encontraron un hermoso prado lleno de animales. Conejitos, ciervos y pájaros danzaban alrededor. Nahia no podía contener su alegría. «¡Es un lugar mágico!», gritó. Aita y Ama sonrieron al verla tan feliz. Se sentaron en una manta que habían traído para el pícnic. Nahia colocó las flores que había recogido alrededor de ellos, creando un ambiente aún más especial.
Mientras disfrutaban de su comida, un pequeño ciervo se acercó, curioso por el aroma de los sándwiches. «¡Miren! Un amigo vino a unirse a nosotros», dijo Ama. Nahia se sonrojó de emoción. «¿Puedo darle un poco de zanahoria?», preguntó. Aita le dio un trozo de zanahoria que había traído. El ciervo se acercó suavemente, y Nahia lo acarició. En ese momento, sintió que el amor no solo estaba en su familia, sino también en la naturaleza que los rodeaba.
Después de comer, Aita sugirió jugar a un juego de búsqueda. «Vamos a esconder algunos de los frutos de nuestro pícnic y tú, Nahia, tendrás que encontrarlos. Así podremos explorar más este lugar mágico.» Así que comenzaron el juego. Se escondieron pequeños trozos de fruta y luego Nahia tuvo que buscarlos. Mientras corría por el prado, mientras se metía entre los árboles y las flores, sintió que cada rincón escondía una nueva aventura.
Mientras buscaba los frutos, Nahia encontró un pequeño agujero en un árbol. «Mamá, ven a ver», llamó. Un pequeño búho asomó su cabeza desde el agujero. «¡Hola, pequeño búho!», dijo Nahia emocionada. «¿Vives aquí?» El búho, con sus grandes ojos, miró a Nahia y le pareció que sonreía. Dolores Moose, su apodo, se asomó un poco más, como si tuviera algo que contar.
“Soy el guardián de este bosque, y he visto muchas cosas hermosas en mi vida. El amor puede ser encontrado en muchos lugares, algunos en el abrazo de una madre, otros en la risa de un padre, y algunos incluso en el vuelo de un pájaro”, murmuró el búho con una voz suave. Aita y Ama, escuchando las palabras del búho, sonrieron y miraron a su hija. «El amor está en todos lados, les recuerda a todos’, dijo Ama.
Nahia decidió que quería saber más sobre las aventuras del búho. «¿Puedes contarme una historia?» preguntó con mirada expectante. «Claro», dijo el pequeño búho. «Durante muchos años he visto cómo las criaturas del bosque se cuidan unas a otras. Un día, un pequeño ciervo se perdió y su madre lo buscaba angustiada. El bosque entero se unió y todos buscaban al pequeño. Así, al encontrarlo, el amor que compartían se hizo más fuerte. Y así, queridita, a veces el amor se reconecta a través de las aventuras y la amistad.»
Nahia escuchaba con atención. «Entonces, cada aventura nos enseña algo sobre el amor», pensó. Aita y Ama miraban a su hija y contagiados por su energía, decidieron compartir su propia aventura. «Siempre que pasamos tiempo juntos, creamos un nuevo recuerdo, y eso es parte de nuestro amor», dijo Aita. Era cierto que las risas, las caminatas y los momentos compartidos fortalecían sus lazos.
A medida que el sol empezaba a atardecer, Nahia observó. «¿Querrán unirse a nosotros para el pícnic, señor búho?», preguntó con dulzura. «Eso sería una gran aventura. A veces, la comida sabe mejor compartida con amigos», respondió el búho con su voz suave. Así, con ganas de compartir, arreglaron un pequeño espacio en la manta donde el búho pudo unirse para disfrutar del resto de la merienda.
Con el búho, Aita y Ama, Nahia se sintió envuelta en un estilo de vida lleno de amor, aventuras y agradables sorpresas. «¡Qué lindo es compartir!» dijo. Y todos comenzaron a contar historias mientras disfrutaban del pícnic. Durante ese tiempo, Nahia se dio cuenta de que el amor se transforma en una hermosa aventura cuando se comparte, ya sea con la familia, con amigos o incluso con un pequeño búho luciendo en su hogar.
Cuando el sol comenzó a ocultarse detrás de las montañas, los colores del cielo se transformaron en tonos anaranjados y rosas, llenando a todos de paz. Aita miró a Nahia y a Ama. «Siempre que estemos juntos, podemos crear nuestra propia magia. Cada aventura lleva consigo el amor, y eso es lo que importa», dijo.
Nahia sonrió mientras se abrazaba a sus papás y al búho. «El amor es un puente que une corazones, y hoy hemos cruzado varios». Estaban felices y llenos de gratitud por el tiempo compartido. Así, mientras se preparaban para regresar a casa, Nahia sintió que siempre llevaría consigo no solo la magia del puente de piedra, sino también el amor que había experimentado ese día.
Y así, Nahia, Aita, Ama y su nuevo amigo, Dulces Moose el búho, comenzaron a caminar de regreso por el sendero, riendo y contando historias. En su corazón llevaban el amor y la aventura, lo que hizo que cada paso hacia su hogar se sintiera como un nuevo comienzo. Al llegar de nuevo a su jardín, Nahia dio un abrazo a sus papás, agradecida por lo que vivieron, y les prometió que siempre buscaría puentes de piedra, no solo en el bosque, sino en cada lugar que existiera en su vida, donde pudiera cruzar entre el amor y la aventura.
Al final, Nahia comprendió que el amor y la aventura siempre estarían a su alcance, si mantenía su corazón abierto y dispuesto a compartir. Así, la familia regresó a casa, listos para crear más recuerdos, seguros de que mientras estuvieran juntos, cualquier puente que cruzaran los llevaría a un mundo lleno de amor. Y así, en el renacer de un nuevo día, sus corazones permanecerían unidos, como un hermoso puente de piedra que conecta sus almas a través de cada aventura que viniera en su camino.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.