Cuentos de Amor

Vega y la Luna de los Abrazos Eternos

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Español

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Había una vez una niña llamada Vega, que apenas tenía un añito. Vega era muy curiosa y le encantaba descubrir todo lo que la rodeaba. Su mundo estaba lleno de colores, sonidos, caricias suaves y muchas risas. Pero había algo que a Vega no le gustaba mucho: dormir. Cada noche, cuando la luna se asomaba y las estrellas comenzaban a brillar, sus papás la llevaban a su cuna para descansar, pero Vega se movía, miraba alrededor con sus ojitos brillantes y a veces hasta lloraba porque quería seguir despierta.

Sus papás, Mamá y Papá, la miraban con mucho amor y paciencia. Sabían que aunque Vega no quería dormir, eso no significaba que no los quisiera, porque el amor es mucho más grande que el sueño. Mamá le cantaba canciones suaves con voz dulce, y Papá le daba suaves abrazos llenos de cariño, esperando que poco a poco sus ojitos se cerraran y ella pudiera descansar feliz.

Una noche, mientras la Luna de los Abrazos Eternos lucía muy brillante en el cielo, algo mágico sucedió. Vega, que estaba en su cuna viendo el brillante círculo plateado, sintió una calidez diferente a todas las que había sentido antes. Cerró los ojitos un poquito y en su sueño ligero vio a una pequeña luz que flotaba cerca de su cabecita. Esa luz era la propia Luna que bajaba a visitarla, con un abrazo tan suave y cálido que parecía un pañuelo de nubes. La Luna le susurró al oído con voz dulce:

—Querida Vega, sé que no siempre te gusta dormir, y está bien. El amor de tus papás es tan fuerte y grande que siempre está contigo, despierta o dormida. Cada vez que te sientas inquieta, piensa en la Luna de los Abrazos Eternos, que te cuida y te quiere sin importar la hora.

Vega sonrió soñando y abrazó con sus manitas el aire cerca de su mejilla. La Luna le prometió que cada noche volvería a visitarla para que ella se sintiera segura y amada, aunque no cerrara los ojos de inmediato.

Al día siguiente, cuando el sol despertó, Mamá le contó a Papá lo que había visto en la carita radiante de Vega al despertar. Papá sonrió y dijo:

—Nuestra pequeña Vega es un amor tan grande como el universo. No importa si duerme poco, porque sus ojitos nos muestran cuánto nos quiere y cuánto la queremos.

Durante el día, Vega corrió por el jardín, tocó las flores suaves, escuchó el canto de los pajaritos y jugó con sus juguetes, mientras Mamá y Papá la llenaban de besos y abrazos. La abuela también vino a visitarla y le trajo un osito de peluche muy tierno, que parecía estar esperando para darle abrazos por la noche.

Al caer la tarde, cuando el cielo comenzaba a teñirse de colores naranjas y rosados, Mamá preparó la habitación con luces suaves y un aroma de lavanda que ayudaba a la calma. Papá le leyó un cuento lleno de animales tiernos y canciones tranquilas. Vega, aunque aún quería seguir despierta, escuchaba atentos las voces dulces que la rodeaban.

La Luna de los Abrazos Eternos, fiel a su promesa, volvió a aparecer para Vega al anochecer. Esta vez la Luna trajo consigo a un pequeño conejito de luz que saltaba muy suave, como para no despertar a nadie. El conejito invitó a Vega a imaginar que estaba en un jardín de sueños, lleno de flores que cantaban y árboles que danzaban lentamente con el viento suave. El conejito le mostró a Vega cómo el descanso no es algo triste o aburrido, sino un momento mágico donde su cuerpito crece fuerte y su corazón se llena de energía para seguir jugando. Padres y Luna estaban allí, rodeándola con amor y protegiéndola para que su sueño fuera cómodo y seguro.

Vega, que estaba muy pequeña pero con un gran corazón, entendió que aunque a veces quería estar despierta, dormir era una forma más de sentir el amor de su familia y de la Luna. Así, poco a poco, sus ojitos se cerraron y su respiración se hizo tranquilita, mientras soñaba con el jardín de cuentos y el conejito de luz.

Los días pasaron y Vega siguió descubriendo su mundo con la alegría de siempre, pero también con momentos de sueño plácido en los que podía recargar su energía con calma. Mamá y Papá aprendieron a ser pacientes y a darle el amor que necesitaba en cada momento, sin presiones, simplemente acompañándola con abrazos, susurros y canciones.

Una mañana, mientras Vega gateaba en el piso y reía con sus juguetes, Papá le dijo:

—Te queremos mucho, Vega. Con o sin sueño, nuestro amor por ti siempre está aquí.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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