Cuentos de Animales

Alas de Amistad en el Jardín de los Cielos

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores, tres amigos muy especiales: un Cuervo de plumas negras y brillantes, un Colibrí pequeño y alegre, y un Pingüino que, aunque vivía en un lugar muy frío, había llegado al jardín en busca de aventuras. Un día soleado, decidieron explorar y jugar juntos, disfrutando de la calidez del sol y del aroma dulce de las flores.

El Cuervo, curioso y un poco travieso, dijo: «¡Vamos a volar! Estoy seguro de que desde el aire podremos ver cosas maravillosas en este jardín». El Colibrí, con su energía inagotable, aplaudió emocionado. «¡Sí! Yo puedo volar muy alto y rápido, así que será divertido». El Pingüino, que aunque no podía volar, siempre tenía una sonrisa brillante, dijo: «Yo puedo saltar y correr, y seguiré sus alas desde el suelo. ¡No quiero perderme nada de la diversión!»

Así que, con los corazones llenos de alegría, el Cuervo y el Colibrí alzaron el vuelo. Fue un espectáculo impresionante verlos danzar en el aire, haciendo giros y trucos entre las nubes. El Cuervo, con su gran envergadura, planeaba majestuosamente, mientras el Colibrí zumbaba como un pequeño torbellino, disfrutando de la brisa en sus plumas.

Desde el suelo, el Pingüino miraba hacia arriba, los ojos muy abiertos. «¡Miren lo altos que están! ¡Son verdaderos artistas del cielo!», exclamó con admiración. Pero, mientras el Cuervo y el Colibrí se divertían en el aire, el Pingüino sintió una pequeña punzada de tristeza porque él no podía volar como sus amigos. Pero decidió que eso no detendría su diversión. Ya había saltado algunos metros y, aunque no tenía alas, tenía una gran imaginación.

Siguieron explorando el jardín, descubriendo flores que brillaban como estrellas y árboles que parecían tocar el cielo. De repente, el Cuervo se dio cuenta de algo. «¡Miren ahí abajo!», gritó. «Hay un hermoso arroyo que brilla como diamantes». El Colibrí, lleno de energía, bajó rapidísimo para ver el arroyo de cerca. El Pingüino, emocionado, saltó detrás de ellos, ansioso por descubrir qué había en esas aguas brillantes.

Cuando llegaron al arroyo, encontraron a una pequeña Tortuga que se estaba soleando sobre una roca. La Tortuga era muy amigable y sonrió al ver a los tres amigos. «¡Hola, amigos! ¿Qué los trae por aquí?», preguntó con voz suave.

«Estamos explorando el jardín y queremos ver las maravillas del día», respondió el Cuervo, mientras el Colibrí revoloteaba a su alrededor. «¿Quieres unirte a nosotros?», agregó el Pingüino, con su gran corazón lleno de bondad.

La Tortuga, que también soñaba con aventuras, aceptó entusiasmada. «¡Claro! Puedo ir caminando despacito, pero prometo que seré una buena compañera», dijo. Así, los cuatro amigos decidieron seguir juntos y vivir momentos fantásticos en el jardín.

Mientras caminaban, la Tortuga compartió historias sobre las plantas del jardín que había conocido a lo largo de su vida. «Sabían que hay flores que solo abren sus pétalos cuando el sol sale y otras que solo se abren bajo la luz de la luna», explicó. Todos escuchaban con atención, fascinados por sus relatos.

El Cuervo le contó sobre lo alto que había volado y cómo podía ver todo el jardín desde el cielo. El Colibrí se unió con sus cuentos de cómo podía visitar múltiples flores en un solo suspiro. El Pingüino, que no volaba, compartió historias sobre el hielo y la nieve de su hogar, haciendo reír a todos.

Pasaron por un arco iris de flores. Las margaritas eran amarillas, las rosas eran rojas, y los girasoles parecían enormes soles que miraban hacia el cielo. La diversión era, por supuesto, contagiosa. Todos corrían y saltaban; el Pingüino incluso hacía pequeños saltos que hacían reír a la Tortuga mientras la seguía.

De repente, una ligera brisa fresquita sopló entre ellos, trayendo consigo el aroma dulce de las flores. El Colibrí comenzó a bailar en el aire, atrapando la brisa con sus económicos movimientos, mientras que el Cuervo decidió unirse al baile desde arriba, haciendo giros majestuosos. La Tortuga se movía lentamente, pero con pasos seguros, disfrutando de la música que solo ellos podían escuchar.

Sin embargo, mientras todos se divertían, el Pingüino, que intentó saltar un poco más alto, se resbaló y cayó en un pequeño charco de agua. ¡Splash! El agua salpicó por doquier, y todos los amigos estallaron en risas. «¡Eres un campeón en los saltos!», dijo el Cuervo, mientras el Colibrí acercaba su pequeño pico para probar el agua. «Es refrescante, ¡qué bien!», exclamó.

La Tortuga le dijo: «No te preocupes, amigo, todos tenemos momentos torpes. Lo importante es que estamos juntos y disfrutamos el día». El Pingüino sonrió, sintiéndose mejor, porque sus amigos lo querían tal como era.

Siguieron explorando y descubriendo mucho más en el jardín: mariposas que danzaban al ritmo del viento y un grupo de ranas que saltaban felices junto al arroyo. Cada nuevo encuentro fortalecía su amistad, y pronto se dieron cuenta de que no importaba si volaban, caminaban o nadaban; lo que realmente importaba era compartir esos momentos juntos.

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de rosas y naranjas, cuando los amigos se sentaron juntos para admirar la belleza del jardín. «Hoy fue un día increíble», dijo el Cuervo. «Aprendí que cada uno de nosotros tiene algo especial».

El Colibrí asintió, «Sí, incluso cuando no podemos hacer lo mismo, nuestras diferencias son lo que nos hace fuertes». La Tortuga sonrió y añadió: «Y sobre todo, siempre es más divertido cuando estamos juntos». El Pingüino miró a sus amigos y se sintió afortunado de tenerlos.

Y así, en el jardín lleno de colores y risas, los cuatro amigos aprendieron que la verdadera amistad no se mide por lo que uno puede hacer, sino por la alegría de compartir cada momento juntos, y esa fue la mayor aventura de todas. Desde ese día, siempre se recordaron que, aunque a veces podían ser diferentes, el amor y la conexión que tenían les daba alas de amistad en el jardín de los cielos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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